—¡Dios mío! —exclamó Nina al verlo llegar. Ignati destilaba sangre, su cuerpo apestaba y tenía diez tipos de ADN en su ropa. A Nina le sorprendió en demasía que el hombre a un lado de su cama estuviera en esas condiciones. —¿Qué te sucedió? —le preguntó. Nina no preguntaba porque le importara, sino porque si él moría, ella quedaría desprotegida. Ignati era el único que la cuidaba, la protegía, y aunque sus intenciones de salir del crucero se mantenían firmes, ella no quería que él muriera dentro de la habitación. Sin embargo, aunque él no muriera, ella tenía que encontrar la manera de irse de ese lugar. No podía quedarse hasta que ellos se fueran, o jamás volvería a ver a su padre. Ignati, cubierto de sangre, caminó hasta el sillón desde donde la observaba dormir. La sangre continuaba