—¿Quieres sutileza? Deborah se movió lentamente sobre el regazo de Levka. —¿Sutileza? Levka la sujetó de la cintura, la acostó sobre la cama y elevó su muslo para apretarlo a su cuerpo. Llevó las manos al pecho de Levka. Por más que odiaba la forma en la que él la tomaba, debía admitir que el cuerpo del hombre era glorioso. Se le marcaban ocho cuadros en el estómago, los bíceps podían romper la camisa, los muslos eran como los de un jugador de fútbol americano y tenía los más hermosos ojos que vio en mucho tiempo. Deborah conoció a muchos hombres en sus trabajos. Sus compañeros de misión también eran hombres apuestos, fornidos, sin embargo, Levka tenía algo que para ella continuaba siendo un misterio. No sabía si era su rudeza, el dinero que derrochaba, la seductora danza del peligro q