La pelea por el placer de tener una Dama de Rojo no terminaría pronto, sin embargo, Levka, como el líder, le haría la última prueba a las mujeres en aquella habitación. En una de sus bodegas abandonadas al sur del mar, las llevaron sin necesidad de cubrirle los ojos. El lugar no estaba desinfectado, los peldaños de las escaleras tenían moho, las luces parpadeaban cada dos minutos y la habitación era como un bunker, que tras cerrar la puerta, les privaba un poco del oxígeno. Esa vez no les pidieron usar un vestido, joyas, ni tacones. Iban con un único propósito. —Esto será sencillo —articuló Levka. Levka movió la cabeza y dos de sus perros sacaron a dos mujeres de una puerta lateral. Milán miró que no llevaban ropa. La sangre corría por sus muslos, sus rostros estaban amoratados, su cuer