Ava. Entonces llegó la noche. Desde el primer día en el que llegué a Nueva York, lo único en lo que pensé es cómo me sentiría por verlo después de tanto tiempo, y pensé tanto, que sin darme cuenta, el día llegó. A primeras horas de la mañana, yo ya estaba despierta. Con los ojos abiertos, la respiración algo agitada y las manos nerviosas, tuve que ponerme de pie pues mi hija quiso levantarse temprano. Me pasé como un zombie toda la mañana. Prepararle el desayuno a Brooke fue algo monótono, algo que mi mente ya tiene claro, y por más que mi madre intentó darme conversación, me mantuve callada porque si tengo una regla estricta en la crianza de mi hija, es de jamás hablar de problemas de grandes en su presencia. Mi madre tuvo qué aceptarlo, más cuando le dije que no quería que viviera