Ava.
Jamás, nunca en mi vida, pensé en dejar Nueva York. Siempre lo consideré mi hogar e incluso teniendo la posibilidad de estudiar fuera, en las mejores universidades del mundo, ni un solo momento pensé en escoger otro lugar que no fuera Nueva York.
Para mí, esa era mi ciudad, mi hogar, incluso parte de mi personalidad.
Cuando tuve que salir huyendo, lo único que tuve en mente fue Londres, donde al menos sabía que tenía conocidos, un trabajo y una casa. Me quedé en la casa de mis padres, todavía sigo aquí, y aunque me vine con la idea de construir un hogar, nunca lo logré. La ciudad es hermosa, pero no la siento como mía.
Las calles aquí me resultan tranquilas, serenas, y el clima es demasiado gris para mi gusto. Lluvias, tormentas, humedad. Carajo, todo aquí es distinto.
Llevo casi cuatro años aquí y todavía no he logrado sentir que sea mi hogar. Sin importar cuánto me esfuerce, creo que lo único bueno de Londres, son los recuerdos que tengo junto a mi niña.
Si venirme ya me resultaba demasiado complicado, venirme estando embarazada y tener que planear una rutina de la que no sabía nada al respecto, fue completamente estresante.
Los primeros meses fueron una tortura. Todo me sabía a nada y tampoco ponía esmero en arreglar la situación. Mi vientre creció poco a poco, pero mientras más se acercaba el momento del parto, más sufría porque lo hice todo completamente sola.
Entiendo que fue mi decisión. De hecho, nadie conoce a mi bebé y fue porque así lo quise y lo quiero. Parte de mí no está lista para compartir a mi bebé, ni siquiera con mis padres.
Casi les prohibí que vinieran a visitarme, y es que fue complicado acostumbrarme a la idea de que tendría una bebé, más el trabajo y el estrés post traumático del que tuve que hacerme cargo pues, mi salud mental fue en decadencia a medida en que pasaban los meses.
El secuestro, el intento de violación, el asesinato y la traición, todo junto, fue demasiado difícil de superar. Incluso, fue difícil hacerme a la idea de que mi vida, en tres meses, fue en decadencia. No pude asimilar nada en ese tiempo, ni mi cambio, ni el dolor de la traición, ni siquiera pude asimilar la venganza contra él, y después con lo que pasó.
Fueron demasiadas cosas en tan poco tiempo, que cuando quise darme cuenta, ya no quedaba mucho de mí y lo que sí seguía en su sitio, no sabía cómo sentir, ni cómo superar.
Creo que parte de mi embarazo se vio eclipsado por mis problemas mentales. El simple hecho de salir de casa se convirtió en un momento de estrés tan grave, que tenía que pedir que los controles me los hicieran en la sala de mi casa.
Viví, mucho tiempo, con el miedo constante a que me secuestraran, a cruzarme con Kim por la calle e incluso a ver a Nick en alguna persona similar. Y fue desastroso, momentos de demasiada angustia y dolor, casi insoportable.
Pero como dicen, hay momentos de dolor que nos llevan a una alegría indescriptible, y en mi caso, fue el nacimiento de mi hija Brooklyn.
Vino al mundo sin saber cómo había llegado hasta aquí, pero me cambió la vida completamente.
Las cosas grises comenzaron a tomar otro tono y ninguno se parecía al anterior. Poco a poco, con tan solo miradas, las risas cuando comenzó a descubrir el mundo y el amor tan inmenso que sentí por ella, me cambiaron por completo. Creo, ya no quedan rastros de la persona amargada e insegura que solía ser y es que a duras penas tuve que cambiar.
Mi niña me necesitaba constantemente. A medida en que creció, el trabajo se convirtió en su segundo hogar puesto que tuve que abrir una guardería para no dejarla sin mí mucho tiempo, porque a pesar de que superé de a poco mi miedo a salir, el tema de la seguridad sigue siendo algo importante para mí. Mucho más desde que mi niña nació.
Mi tormento de ojos azules. Tan hermosa como su padre y tan inteligente como su madre. Con solo tres años, tiene una habilidad increíble para el habla, es sabia para su edad, demasiado absorbente de información nueva y una niña especial, pues tiene la capacidad de hacer tranquilizar a cualquiera que se acerque.
Es como si hubiese sido hecha especial para la ocasión, para mí, y aunque hemos sabido salir adelante solas, cada que la miro veo a su padre y es que son tan similares que da hasta miedo a veces, pues como él, siento que ella puede ver hasta mi alma cuando clava sus ojos azules en mí.
Como ahora, que me mira por el espejo retrovisor y sonríe enseñándome su juguete.
—¿Podemos tomar helado? —pregunta con claridad.
—Cuando regresemos a casa, amor. Ahora no, es temprano.
Me hace un puchero enfocándose en el camino. Mi bebé es tan tranquila cuando quiere, pero tan demonio cuando se le place serlo, pues a veces tiene mi genio, y no es muy lindo que digamos.
Para cuando llegamos a la oficina, bajo mis cosas primero y luego voy por ella al asiento trasero. Desabrocho el cinturón de su silla, estoy a punto de bajarla, pero la bocina de un coche me obliga a mirar hacia atrás.
El flamante coche platinado de Will se estaciona a pocos metros de distancia para que a los pocos segundos, se abra la puerta del conductor.
—¡Yo la bajo! —grita, lo que me hace sonreír.
Veo que mi niña está emocionada oyendo su voz y es que es su mejor amigo. Mi arquitecto principal está tan acostumbrado a mi bebé que es increíble la conexión que tienen. Más que nada porque a veces, él es el único que logra calmarla cuando se propone a ser un completo torbellino.
—¡Will!
—¡Mi bebé! —le grita él a medida en que se acerca, luego de oírla.
Me hago a un costado para que pueda sacarla de la silla y la deje en el suelo, pero opta por tomarla en brazos ya que mi hija no tarda en abrazarlo por el cuello.
Su conexión a veces va más allá, como ahora, que parece que no va a querer despegarse de él en los próximos minutos.
—¿Cómo han estado las mujeres más bellas de Londres? —pregunta, haciéndome reír. Deposita un beso en mi mejilla, me toma de la cintura y como es usual, caminamos juntos hasta la entrada de la empresa.
Conocí a Will cuando me mudé. Al principio me mostré reticente de confiar en alguien más, pero a medida en que pasó el tiempo, confirmé que no es solo una buena persona, sino que también es un excelente amigo.
Me acompañó los primeros meses, cuando se me hacía difícil presentarme a trabajar. Se hizo cargo de la compañía, o al menos de las cosas que requerían mi presencia y cuando nació mi bebé, fue su idea la de implantar la guardería debido a mis problemas de confianza.
Incluso ahora, me cuesta un poco soltarme con él, porque aunque me ha pedido una cita creo que al menos una vez al mes desde que nos conocimos, jamás ha insistido demasiado. Solo basta con que le diga que no una sola vez para que tenga que esperar treinta días más, para preguntar de nuevo.
No ha perdido las esperanzas, y sé claramente que desea tener al menos una cita, pero mi corazón se rehúsa. Desde que nació mi bebé, solo ella cabe allí. Nadie más.
—¿Cómo estás?
—Bien, la película que me recomendaste es estupenda.
Sonríe victorioso.
—Te lo dije. De a poco voy conociendo tus gustos.
Me río en voz baja.
—Sí, digamos que algo. ¿Hay alguna novedad?
Se encoge de hombros.
—No llamé para preguntar. ¿Quieres que deje a Brooke por ti?
Niego con mi cabeza. Cuando atravesamos las puertas principales estiro los brazos para que mi hija venga y lo hace solo porque soy yo.
—Despídete de Will, lo veremos más tarde.
Con su manito se despide y él me mira con cierta tristeza. No es como si yo quisiera de verdad ser esta clase de persona tan cerrada y desconfiada, pero así le explique cómo fueron las cosas para mí, no creo que llegue a comprender la dimensión del daño del que tuve que hacerme cargo.
Desde entonces evito todo este tipo de cosas, como el tener que depender de otra persona para hacer lo que yo puedo hacer. La idea de poner la guardería fue para tener a mi bebé más cerca, y aunque les ha servido a otras mamás para poder estar tranquilas con sus bebés bien cuidados, a mí me ha servido para trabajar un poco en mi dependencia hacia la niña.
Hay días en los que no sé qué sería de mí sin ella. Literalmente, siento que mi hija me ha salvado de mí misma, de mis miedos y los traumas que seguramente tengo, aunque bien guardados, porque dejé de ser una prioridad en mi vida cuando la tuve.
Cuando llegamos a la guardería, los otros niños están emocionados al verla y como ya está acostumbrada, no tiene problemas en quedarse. La maestra de kínder que contratamos sabe exactamente a qué es alérgica y cómo tratarla, por lo que no me tardo más que persiguiéndola para darle un beso de despedida antes de salir por la puerta principal enfocándome en mi trabajo.
Es fácil para mí mantenerme ocupada aquí. No tengo problemas pensando en cómo estarán tratando a mi niña porque la tengo justo aquí y siempre almuerzo junto a ella al igual que las otras mamás. Es un horario que espero con ansias todos los días.
Mientras camino por los pasillos hacia mi oficina, veo que Will está en su lugar ya trabajando mientras charla con su compañero de equipo. Aquí los dividimos por equipo para fomentar el trabajo grupal.
Estoy por llegar a mi oficina cuando mi asistente, Penny, se pone de pie. Es joven, una de las mentes nuevas más brillantes que tiene la universidad de arquitectura en Londres y ahora trabaja como mi asistente y mano derecha. Creo que es la única persona que ha metido manos en planos sin llegar a ser arquitecta recibida.
Usualmente es una joven alegre, demasiado carismática, justo por eso me sorprende que me reciba con el ceño fruncido, casi preocupada.
Me entrega mi café y con una sonrisa nerviosa, mueve los pies. Una clara señal en ella de que tiene miedo a decir lo que seguramente, no va a gustarme para nada.
—¿Qué sucede?
Traga grueso.
—El señor Paulson está en su oficina junto a su esposa—dice con nerviosismo.
Sacudo la cabeza, encogiéndome de hombros.
—¿Cuál es el problema? Son nuestros mejores clientes.
—Lo sé, es solo que... no me dejaron que te dijera, pero enviaron a Nueva York una invitación para la inauguración y...
Levanto la mano, terminando su discurso. Sé exactamente dónde va esto y si bien la primea vez que invitó a la otra sede, no me importó mucho porque mi niña era pequeña y tenía una excusa para faltar, que lo haya hecho de nuevo me altera sobremanera porque fue algo que hizo sin mi consentimiento.
Inhalo profundo, intentando calmarme. Como dije, los Paulson son nuestros mejores clientes. Necesito tratarlos bien si quiero que sigan tratando con nosotros y aunque me dije a mí misma que iba a ser consciente de con quién estoy tratando, mis pies se mueven hacia la entrada de mi oficina como por vida propia.
Ambos se ponen de pie para recibirme. Estrecho sus manos en forma de saludo con una expresión seria en mi rostro y los invito a tomar asiento.
Usualmente los Paulson solo acuden a mí cuando necesitan una reorganización o están a punto de comprar otro predio. El trabajo de estructura me lo dieron a mí por los próximos diez años. Tenemos un contrato, así que no me preocupa que me quiten proyectos porque por ley, no pueden hacerlo.
Algo de lo que se aprovechan algunas veces.
—Señores Paulson, esto es una sorpresa—comento.
Su esposa rueda los ojos.
—¿Desde cuándo regresamos a las formalidades? —pregunta, con una ceja en alto.
—Supongo, que desde que envían invitaciones a Nueva York sin consultarlo conmigo.
Ambos se miran entre sí. Es más que obvio que esperaban que esto se mantuviera en secreto, pero aquí, en mi empresa, es bastante difícil mantener algo sin mi supervisión.
Levanto el mentón. Saben que están haciendo las cosas y si bien son los mejores clientes que tenemos, me han apoyado demasiado. Se convirtieron en unos segundos padres para mí desde el momento en que supieron que estaba embarazada.
Aman a Brooklyn como si fuera su nieta y le han dado todo el amor que han sido capaces de dar. Eso lo aprecio, pero me siento traicionada porque nadie mejor que ellos para saber todo por lo que tuve que pasar.
—¿Quién te lo dijo?
—Lo escuché. ¿Van a decirme por qué? Creí que habíamos dejado en claro que tenían que olvidarse de ese lugar cuando quieran que yo esté cerca.
Erick suelta un suspiro.
—Esto va más allá de ti, Ava. Sabes bien que me entregarán una distinción y me fascinaría lanzar mi campaña política en ese evento.
Frunzo el ceño.
—Pero eso lo harás en Nueva York, no aquí.
—Justo por eso. La carta que enviamos fue una invitación, pero para que planeara la fiesta
A buen entendedor, pocas palabras. Es lo único que se viene a mi mente porque es exactamente lo que quiere dejar en claro.
Antes de perder los estribos o enfadarme conmigo misma por lo que está pasando, los miro a ambos esperando a que continúen, rogando porque mis pensamientos no tengan nada que ver con la realidad, aunque sé que no será así.
—Este es un evento importante y mi equipo de campaña está bastante seguro que debido a su historia, pondrán atención a mi lanzamiento. No quisiera usarte como chivo expiatorio, pero...
—Es justo lo que haces.
—Lo sé, y lo lamento. No quería involucrarte en esto, pero ambos tienen que estar allí. Recibiré un premio por lo que tú creaste, y él es dueño de la empresa también. Sé que tienen historia, Ava, pero ¿No podrías reconsiderar asistir por mí?
—No—le corto de inmediato. —Saben bien que no puedo regresar a Nueva York.
Kelly frunce el ceño, mirándome confundida.
—¿Por qué no? —pregunta. No hay necesidad que reciba una respuesta, pues es su mente la que ata los cabos, y debo decir que la sorpresa no se la quita nadie. —Brooklyn.
Asiento.
—¿Qué pasa con ella?
—Adam no sabe de Brooklyn—le dice su esposa. —Por eso no quieres regresar.
—Nadie sabe sobre ella. Ni siquiera mis padres, y si acepto, si piso Nueva York, toda nuestra vida cambiará por completo y no estoy segura de querer que Adam forme parte de la vida de nuestra hija.
Ambos están tan sorprendidos que se miran entre sí. No dicen mucho, más que palabras sueltas y es fácil comprenderlos, porque supongo que se preguntan cómo pude no decir nada.
Lo cierto es que ocultarla jamás fue una decisión a consciencia. Estaba tan enfocada en la llegada de mi hija, que cuando hablaba con mi madre sentía temor de mencionarla porque lo único que salía de su boca en ese entonces, era que Adam estaba esperando por mí, y no quería darle un motivo para ir a hablar con él. De haberlo hecho, estoy segura de que habría regresado por obligación y no quería eso. Fui completamente capaz de sacar a mi bebé adelante por mi cuenta, y cuando menos lo pensé ya habían pasado dos años y el cargo de consciencia por lo que le robé, no me permitió ver una salida.
Todavía no la veo.
Mis padres creen que vivo con una compañera de cuarto y solo porque se la pasan viajando por el mundo en crucero no vinieron a visitarme. Casualmente me hacen videollamadas, pero nada más, y ahora mismo solo quiero que las cosas se queden así por un tiempo.
—No criticaré lo que hiciste porque no me corresponde, pero esto es importante, Ava—dice Erick—Puedes ir, hacer presencia, esperar a que tomemos las fotografías y ya luego te largas, pero necesito que estés allí.
—¿Y qué hay de él?
—Adam dijo que irá, solo si tú lo permites.
—¿Qué?
Su esposa me mira con cierta ternura en su rostro.
—Dice que no quiere molestarte o incomodarte. Solo irá si das tu consentimiento.
Confundida, golpeada por la información y por la posibilidad de pisar la ciudad de nuevo, ambos posan sus ojos sobre mí, esperando mi respuesta.
—¿Qué dices, Ava?
Trago grueso. A este punto no tengo idea de cómo sentirme y eso que he pasado cuatro largos años preguntándome cómo volvería a encontrarme con él, cómo sería ese primer encuentro y jamás, ni en un millón de años, hubiera pensado que sería en este momento.
No estoy preparada. Lo sé, lo siento dentro de mí. No estoy lista para enfrentarme a su cara de nuevo, ni para contar todos los secretos que he pasado ocultándole porque a fin de cuentas, yo le fallé.
Ocultar a Brooklyn fue un error. Lo entiendo, lo reconozco y también reconozco el lado malvado de Adam. Sé que apenas ponga un pie en Nueva York, será imposible contener el secreto que llevo guardando y tengo bastante claro que no quiero que me obliguen a decirle todo de esta manera.
Es mi vida, nuestra hija y yo lo oculté. Sé que en algún momento le diré la verdad, solo que no estoy segura de que deba decirlo ahora, de esta forma.
—No puedo—susurro, negando con mi cabeza—Adam me odiará, sé que lo hará. Y mis padres... j***r, mis padres no tienen idea de mi hija. No quiero que esto los enferme, yo...
—Ava, las mentiras tienen poca vida y esto no podrás ocultarlo para siempre. Es una fortuna que los medios no publicaran fotografías tuyas embarazada e incluso con Brooklyn, pero lo sabrá y como padre, créeme que será más difícil de perdonar con el paso del tiempo.
—Adam no me perdonará.
—No lo sabes—asegura. —Está mucho más centrado, es un hombre maduro y...
—No importa qué tan maduro sea, es imposible perdonar que le he oculté a su hija durante tres años y medio. Es... algo imperdonable lo que hice, y sé que tendré que afrontar las consecuencias en algún momento, pero no lo haré ahora, mucho menos por un maldito premio.
Erick suelta un suspiro, completamente sorprendido por mis palabras.
—Vaya, creí que no le temías a nada.
Me encojo de hombros.
—No lo hacía, hasta que mi hija nació. Y ahora tengo miedo de que él vaya a quitármela, porque cualquier juez le daría la custodia después de lo que hice.
Su esposa, Kelly, alarga la mano para tomar la mía. No veo en su mirada más que comprensión pura.
—Tenemos contactos, querida. No dejaremos que eso suceda, y el premio es lo que menos importa, pero ha llegado el momento de que padre e hija se reúnan, y veo en tus ojos que lo sabes.
—Yo no...
—No es solo tu vida, y sé que estás aprendiendo a ser madre, pero parte de serlo es ver por ellos tambien. Brooklyn merece saber quién es su padre, y Adam merece saber que tiene una belleza de hija con la mujer que ama.