Adam.
El café en mi mano derecha va perdiendo el calor a medida en que avanzo por las calles de la ciudad de Nueva York. Estamos entrando en esa época del año en el que las familias normales salen de compras para prepararse para las festividades y aunque aún falta tiempo, es normal ver este tipo de movimiento en la ciudad por estas fechas.
Todos pasean a mi lado acompañados, así sea de un animal como mascota, y yo camino entre ellos completamente solo. Intento no parecer muy envidioso cuando los miro, pero es inevitable preguntarme a mí mismo por qué me he mantenido de esta forma todo este tiempo.
No es algo que me pregunte muy a menudo, pero sí es demasiado constante la pregunta en mí. Siento a veces que como todo ser humano, tengo que tener ese contacto, pero cada lo intento, fallo. Regreso a mi casa, donde lo único que quiero hacer es pensar en el trabajo o trabajar desde mi despacho.
Como ahora, que subo los peldaños de la entrada en la empresa. Apenas cruzo las grandes puertas de la entrada, siento la mirada de mis empleados sobre mí, algo anormal.
Desde que regresé, después de todo lo que tuve que pasar, me comporté diferente y comencé a tratarlos a todos como amigos pues creé un círculo sumamente cerrado, con personas capaces para cada área específica. También, terminamos el asunto de las pasantías. Eso sí que quedó descartado por completo, y necesitamos un registro que afirme que no tienen ninguna causa pendiente con la justicia para comenzar a trabajar o siquiera para considerarlos.
Los regímenes de seguridad cambiaron, y para mejor. Cuando me hice cargo todos se mostraban más felices con los cambios, y las miradas terminaron después de casi año y medio de lo que pasó, pero ahora me siento como en ese tiempo, donde cada paso que daba era sumamente juzgado.
El primero en acercarse es Liam, uno de mis arquitectos, y quien se ha convertido de a poco, en el único amigo que tengo.
—¿Qué pasa? —pregunto directo.
Me sonríe con nerviosismo.
—Los demás creen que no vas a asesinarme si soy yo quien te da esta noticia así que por favor, no me hagas quedar mal.
Por la preocupación que escucho en su voz, miles de escenarios posibles llegan a mi mente aunque los descargo rápido por que ¿Qué podría ser tan malo que ni mi asistente quiere decirme?
—¿Dónde está Laila?
—Oculta en el baño, pero me dijo que te dijera que tiene que llevar algunos planos a patentar para que no la llamaras.
Ruedo los ojos. La exageración por aquí está inundando a todos.
—Bien, ¿Vas a decirme o tengo que encontrarme con la sorpresa?
—Son dos sorpresas, de hecho, y te están esperando en la oficina. ¿Quieres que llame a seguridad?
Frunzo el ceño, todavía más preocupado. A sabiendas de que me va a tener con vueltas, dándome respuestas a medias y soltando de a poco la información, camino hacia mi oficina para enfrentarme al problema de una buena vez.
Apenas abro la puerta, me quedo de piedra. Dos personas que se ponen de pie apenas me ven, están a la expectativa de cuál va a ser mi siguiente movimiento en esto, porque usualmente invento una excusa para no tener que lidiar con ambos, cosa que no hago al ver el sobre rojo que espera sobre la mesa de mi escritorio.
El primero en acercarse, es mi padre. Me saluda y se nota que está algo nervioso por esto, y es que le dije hace tiempo que sería mejor si nos distanciáramos un poco hasta que yo estuviera mejor.
—Hijo, cuánto tiempo. ¿Cómo estás?
Carraspeo, observando a la otra persona, quien mira a otro lado y no a mí en específico.
—Bien, padre. Qué gusto verte. Señor Dawson, bienvenido.
Mi comentario capta su atención. No ve otra salida que acercarse a saludar y comprendo entonces que no está aquí por voluntad, sino por necesidad. Esto de inmediato me lleva a pensar en esa mujer de ojos azules que tanto me ha costado olvidar.
—Hola, Adam —dice, sacudiendo mi mano. —Es bueno verte.
Trago grueso, intentando pasar mi incomodidad.
—Lo mismo digo. Por favor, tomen asiento. —Voy hacia mi silla. Dejo mi café a un lado y es que ahora mismo no tengo ganas ni siquiera de tragar, pues el nudo que tengo en la garganta es demasiado grande.
Intento mantener la compostura y no saltar encima del sobre de inmediato, que claramente está posicionado para mí.
—¿A qué debo la visita? Porque es bastante obvio que es algo serio si tienen que venir ambos a hablar conmigo.
Se miran entre sí. Como si lo hubieran ensayado, mi padre toma la palabra.
—Hijo. Como sabrás, la sede de Londres terminó el segundo proyecto con Erick Paulson, quien ahora está como candidato a ganar el premio por las obras que hizo para la ciudad.
Asiento, no permitiendo que mi mente me lleve a Londres, de donde no podrá salir.
—Sí, lo supe.
—Y sabes que cuando finalizó el primer proyecto, no te presentaste.
Me encojo de hombros.
—No vi la necesidad, no fui yo quien terminó el trabajo.
—Eso lo sabemos, pero él te invitó porque también es tu empresa.
Suelto un suspiro, entrelazando los dedos.
—Sí, lo sé. ¿Ahora qué sucede? Porque siento que todos están hablando conmigo con delicadez y me están frustrando.
Mi ansiedad fuera de control y la poca información que todos parecen estar dándome, me están poniendo casi al límite. Mucho más, porque presiento que esto tiene que ver con la hija del hombre que tengo en frente.
—Paulson recibirá una distinción, se supone que le dará el status que necesita para lanzar una campaña política como gobernador y necesita que asistas.
Sacudo la cabeza.
—No entiendo por qué eso sería de mi incumbencia. Yo no tengo que estar allí.
Dawson no está de acuerdo, pues rueda los ojos.
—¿Hasta cuándo planeas estar así?
—¿Cómo?
—Desde que ella se fue, te cerraste. No vas a fiestas, no acudes a recibir los premios de la empresa y tampoco te concentras en que el equipo de comunicaciones se tome en serio las r************* . Prácticamente, la sede central, que es esta, está desapareciendo al igual que tú.
Sus palabras sinceras, al igual que dolorosas, son como un balde de agua fría porque se supone que estaba manejando bien las cosas. Digo, para mí, todo está marchando bien.
—No veo la necesidad de acudir a fiestas y partidos políticos cuando todo aquí marcha de maravilla. Los trabajos no dejan de llegar, estamos todos enfocados en lo mismo, y si Paulson pretende que sucumba a sus amenazas o peticiones, conmigo va perdido.
Mi padre suelta un suspiro.
—Él te pidió, sí, pero tienes que entender que es un tema diferente a solo inaugurar un hotel. Políticos estarán allí, miembros de la alta sociedad e incluso, miembros de la familia y necesitamos que la imagen de la empresa se mantenga como una empresa familiar.
—Ya no somos familia —le recuerdo.
—Lo sé, pero es la imagen que hemos representado durante más de dos décadas, hijo. Es solo una fiesta, podrás ir, esperar a que le den el bendito premio y después de unas cuantas fotos, te largas. Son tres horas, como máximo.
Niego de inmediato.
—No puedo viajar a Londres.
Rueda los ojos.
—¿Y ahora por qué no?
—Tengo vencido mi pasaporte.
La excusa perfecta, que es la misma que vengo utilizando desde hace años, pues no he abandonado el país en ningún momento.
—La buena noticia es que no lo necesitas, porque la fiesta se hará aquí, en Nueva York —menciona Dawson, dejándome mudo —Y la otra buena noticia, es que la empresa será el anfitrión. Distinguirán a un m*****o importante, a un cliente distinguido, y seremos los responsables de la fiesta.
—Con mucho gusto le presto a mi personal para que hagan la fiesta, pero yo no iré.
—¿Por qué no? Y ahora dinos la verdad porque no puedes seguir dando excusas estúpidas.
Durante años, me aseguré de tener todo en mi contra para no salir del país, porque sabía que lo primero que haría sería buscarla. Al menos para saber cómo está, qué fue de ella, y es que desapareció después de salir de mi habitación hace tanto tiempo.
Siempre supe que mi subconsciente no es tan fuerte cuando se trata de mi ex esposa, porque a fin de cuentas, lo único en lo que he pensado durante años, fue ella, y por eso acabé mal.
Cuando se fue, comprendí que lo hacía por su salud mental y lo acepté, pero lo comprendí más cuando fue mi turno de hacerme a la idea que no iba a regresar y que era tiempo de avanzar. Por mi propia salud mental comencé mi proceso de olvido, de absolutamente todo, incluso las partes buenas.
Puse todo de mí para no verla, no ir tras ella y no preguntarle a nadie que sabía, sabía cómo estaba y dónde. Y ahora, que finalmente puedo decir que estoy mejor, que he avanzado, me piden que me siente junto a ella tres horas, como máximo, como si nada hubiera sucedido entre nosotros.
Y eso no es doloroso, es insoportable.
—Ella estará ahí.
—Lo estará —afirma su padre. —¿Ella es el problema?
Asiento.
—No quiero incomodarla.
—¿Por qué lo harías?
Ruedo los ojos.
—Porque no es solo ir a sentarse y ya. No puedo, no podré tenerla al lado y no decirle nada o no preguntar absolutamente nada porque no soy así y yo... carajo, no quiero molestarla.
—Hijo...
—Me hizo prometerle que le daría el tiempo y el espacio que me pidiera, y lo acepté. Además, estoy casi seguro de que no tiene idea de esto ¿Cierto?
Otra vez, se miran entre sí, dándome la respuesta que necesito, que es a lo que apunto.
—En nuestra defensa, Paulson quería que lo habláramos antes contigo.
Niego.
—Tienen que hacerlo con ella. No puedo decidir si sé que iré a incomodarla, porque caeré de sorpresa. No.
—Entonces, ¿Lo pensarás si Ava está de acuerdo con que asistas?
El golpe invisible que me provoca su nombre es algo indescriptible. Siento que hasta el aire me está faltando y por más que intento no demostrar lo que me hace sentir, ambos son conscientes de lo mucho que sigue afectando mi juicio y mi mente.
Pero tienen razón. Todo este tiempo estuve conteniéndome, pensando en que no quería molestarla en absoluto y descuidé un poco mis responsabilidades laborales como los eventos y premiaciones, mientras que ella se enfocó en esa área y en todas en general.
Supongo, que en algún momento tendrá que pasar. Nos reencontraremos, tendremos que estar cerca uno del otro y después de tanto tiempo, supongo que es ahora.
—Sí. Si Ava lo permite y está de acuerdo, iré.