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Ya habían pasado dos semanas desde que se convirtió en la esposa de Nathan Pinheiro, un hombre catalogado como lo más oscuro del inframundo. Era lo que se escuchaba de las personas que habían estado los últimos años a su lado.
Escuchó muchas historias sobre su frialdad y crueldad, demasiadas terroríficas, pero jamás se interesó, menos le dio importancia puesto que no pensó llegar a su casa, menos convertirse en su esposa. Pero como su destino siempre estuvo lleno de penurias, ahí estaba, en la mansión de Nathan, acostada en una enorme recámara, temblando de miedo, porque durante las dos semanas que llevaba en esa mansión, fuera de la puerta de su habitación se escuchaban pasos, respiración exaltada, incluso susurros que no lograba entender.
Quizás eran de todas las almas que Nathan Pinheiro había asesinado, tal vez querían advertirle de lo que iba a sucederle, pero ella no iba a morir, tenía que sobrevivir, porque en el hospital se encontraba su madre esperando por ella.
—¡Cierra la boca! —, gritó al sentarse ya cansada de escuchar lo mismo cada noche —¿Crees que soy una cobarde? ¡Pues te digo que no! ¡Soy muy fuerte y malvada! —, los susurros cesaron, los pasos por igual, solo quedó la respiración que cada instante se hacía más exasperada. Segundos después se fue alejando hasta que no lo escuchó más.
Los siguientes días pudo dormir tranquila, hasta que una noche… Adamari se tendió en la cama y suspiró, cerró los ojos y trató de conciliar el sueño, una vez que lo consiguió se entregó al Dios de sueño y olvidó el miedo que sentía de estar en la mansión del hombre más oscuro de su ciudad.
Pasada las dos de la mañana, la enorme pared que se encontraba frente a la cama se abrió, una alta figura salió de dicho lugar, era como la sombra de la muerte. Solo se distinguía su silueta y hacia donde se dirigía.
Caminó a pasos lentos, rodeó la cama y se paró al lado derecho, se inclinó hacia Adamari y la contempló dormir. El exquisito aroma que manaba de la joven lo hizo inhalar profundo y soltar una ráfaga de viento lo que hizo que Adamari se despertara.
La noche estaba tan oscura que no lograba distinguir las facciones del hombre, solo podía ver una figura parada al lado de su cama, la cual se fue alejando.
—¿Quién está ahí? —, llevó la mano al encendedor de la luz, sin embargo, esta no encendió, Adamari tembló cuando la figura encendió el encendedor y al girarse vio una cara horrible.
Saltó de la cama y corrió hacia la puerta, mientras corría miró hacia atrás y vio que la seguía, de pronto cayó, quiso levantarse, pero las piernas no le respondieron, se arrastró y gritó auxilio, no obstante, nadie apareció.
—¿Por qué huyes, mi amada? —. El hombre se inclinó dejando su rostro desfigurado muy cerca del suyo, y musitó —Te he extrañado tanto…
—No, no…—, el hombre sonrió siniestramente, seguido colocó un gancho en el cuello de Adamari, quien, al sentir la puntiaguda punta en su piel, se desmayó.
Al día siguiente, cuando abrió los ojos, se sentó de una, miró asustada a ambos lados.
—¿Sucede algo, señora? —, inquirió la empleada que se encontraba junto a ella.
Adamari se arrodilló y le agarró la mano.
—¡Por favor, sáqueme de este lugar!
—¿Por qué quiere salir?
—Anoche, anoche un hombre con el rostro desfigurado quiso asesinarme—, dejó rodar la saliva y con los ojos iluminados suplicó —Todas las noches escucho pasos, voces. Ese pasillo es tenebroso.
—Son ideas suyas, señora. Aquí no pasa nada, anoche no sucedió nada—, Adamari observó a la mujer con el ceño fruncido —Todo fue su ilusión, o quizás un sueño.
—¡No! —, se paró de la cama, empezó a morder su uña —No fue un sueño, menos una ilusión, fue real, tan real como lo eres tú—, indicó el lugar —Se paró aquí, justo aquí, luego caminó hasta ahí—, fue hacia aquella pared —Encendió un encendedor, y me miró, su cara… su cara estaba, estaba desfigurada.
—¿Si vio a los hombres que se encuentran alrededor de la mansión? —, Adamari asintió —Nadie podría ingresar a esta mansión porque hay cientos de ellos cuidando. Y ninguno de ellos puede subir a esta planta, menos tienen el rostro desfigurado. Aquí no vive nadie más que usted…
Adamari negó con la cabeza —No es cierto, en el cuarto piso vi una persona parada tras del vidrio.
—El cuarto piso está vacío, aquí solo vive usted, señora.
—¡Me quieres volver loca! ¿Es eso? Yo lo vi. Vi la figura en lo alto, vi al hombre desfigurado en la noche. No trates de convencerme de lo contrario porque no estoy loca, no lo estoy.
Tras la pantalla, el hombre sonrió —Efectivamente, eso mismo es lo que quiero hacer. Que enloquezcas, que pierdas la razón como lo hice yo—, el hombre de la silla de ruedas se levantó, caminó hasta la enorme imagen de Adamari, con sus dedos definidos trazó una línea por el rostro de la joven. Sus hermosos ojos verdes destellaron fuego —Pronto nos veremos las caras.
Adamari continuó explicando a las empleadas lo que había visto, sin embargo, ellas continuaban haciéndola ver como si estuviera loca.
—Mira—, se acercó a encender la luz —Esto anoche no funcionó—, al apretar el botón de encender, la luz se encendió—, la empleada arqueo una ceja —Anoche no prendía, lo juro.
Cansada de que no le creyeran, se adentró al baño, desnudó su cuerpo y se dio una ducha. Mientras jabonaba su cabello recordó lo que dijo el hombre, él la llamó por Luzmila, ¿cómo es que alguien que vivía en esa mansión conocía a su hermana?
Cuando recordó que su hermana era la prometida de Nathan, comprendió. ¿Entonces ese hombre de aspecto horrible, era Nathan Pinheiro?
Ahora entendía porque la obligaron a casarse, no quisieron que Luzmila se convirtiera en la esposa de un hombre así, ahora le quedaba claro a lo que se refería su madrastra cuando le dijo: “te mereces un esposo como Nathan Pinheiro”.
Pero se decía que estaba paralítico, no desfigurado. ¿Cómo era que caminaba y su aspecto se encontraba así?
Después de bañarse bajó a desayunar, no dejó de pensar en lo sucedido hasta que salió de casa.
Había pasado dos semanas que no salía de esa mansión. Y ese día no podía quedarse en casa, era el día que su padre le daba permiso para visitar a su madre en el hospital, no podía dejar de ir, su mamá esperaba ansiosa por ella.
—¿Dónde va? —, la detuvo el guardia.
—Necesito salir…
—No puede salir.
—¿Por qué? ¿acaso estoy en una cárcel?
El teléfono del guardia sonó, sin dejar pasar tiempo contestó —¿Qué sucede?
—Quiere salir—, comentó mirando a Adamari que estaba en espera de que le abrieran la puerta.
—Déjala salir—, una vez que cortó, dirigió la mirada a quien se encontraba detrás suyo —Síguela, mantenme informado de todo lo que hace.
—Si señor.
Adamari salió sin custodiada de nadie, eso le pareció perfecto, así pudo visitar a su madre sin tener que dar explicaciones de nada. Al llegar a la vía principal tomó un taxi y se dirigió al hospital, cuando llegó, el doctor que atendía a su madre se acercó.
—¿Qué tal estás Ada?
—Bien—, después de darse un beso en la mejilla caminaron hasta la habitación de la interna.
—Ella, ¿está bien?
—Si, está esperando por ti—, abrió la puerta. Adamari ingresó, se acercó a la mujer de la cama, cuando esta la vio, una sonrisa enorme se dibujó en su rostro.
—Tardaste.
—Un poquito, es que había mucha tarea que realizar—, le agarró la mano, dejó muchos besos sobre esta y sonrió.
—Estudia mucho cariño, y siempre se agradecida con tu padre.
No le había dicho que la esposa de su padre la había convertido en una empleada y este no hizo nada para evitarlo. Tampoco le diría que la casaron con el hombre más temido de Asia. No quería que su madre pasara preocupada los últimos meses o lo que le quedara de vida.
—Lo hago, todos los días agradezco—, sonrió como si estuviera feliz. Debía mostrar felicidad para que su madre no se sintiera triste. La tristeza y miedo que habitaba en su interior la mantendría ahí, dentro de su pecho. Por nada del mundo podía darla a notar, menos delante de su madre. El día que su madre ya no estuviera podría sacarla, dejarla fluir hasta que ya no le quedaran fuerzas.
Estuvo todo el día en el hospital, pasó limpiando el cuerpo de su madre, dándole la comida y las medicinas, leyendo libros y contándole historias de sus amigos, los que, por supuesto no tenía, pero de igual forma se inventaba historias con ellos, cosas que quisiera realizar cuando los tuviera.
—¿Algún novio? —, Adamari negó —Solo me hablas de tus amigos, ¿no tienes novio?
—No, aun estoy muy chica para eso—, acababa de cumplir los dieciocho años, hace dos años su madre enfermó y fue internada dejándola sola, sin techo ni comida, pues era aún menor de edad, no podía trabajar, menos alquilar un lugar, por ello no le quedó de otra que buscar a su padre quien decidió llevarla a casa, porque a pesar de todo era su hija.
Pero para quedarse en esa mansión, Adamari tuvo que arrodillarse frente a las dos mujeres, su madrastra, Berta y su media hermana, Luzmila. Solo así pudo tener un techo donde dormir, sobre todo, trabajar para comprar los medicamentos de su madre o, mejor dicho, pagar por el dinero que su padre gastaba en ellos.
Cuando su madre se durmió, salió del hospital, iba a tomar un taxi, pero un auto lujoso se atravesó, la puerta de este se abrió, dos hombres salieron, la tomaron de ambos brazos y la ingresaron a la puerta grande del coche, la lanzaron dentro.
Adamari pataleó —¡Idiotas! ¿A quién creen que secuestran? Soy tan pobre que no tengo ni medio peso en mi cartera.
—¡Puedes callarte! —, escuchó esa voz, se giró a ver quién se encontraba dentro, cuando su mirada se encontró con unos ojos profundo, adornados por unas pestañas grandes y unas cejas espesas, un rostro tallado por los mismos dioses, con labios delgados y una nariz puntiaguda, tan recta como una línea, se quedó estupefacta.
—Tú…
—Si, yo, Nathan Pinheiro. Tu esposo.
¿Ese era su esposo? ¿el hombre malvado del cual le hablaban? ¡Por Dios! Tenía un rostro tan hermoso que no se reflejaba la magnitud de la maldad que habitaba dentro.
—¿Nathan? —, musitó.