Capítulo 2: Sin disparos

842 Words
Emiliana Santoro Testa divisó mi larga cabellera tras la enredadera de jazmines en el jardín y por primera vez odié que aquel detalle me hiciera el blanco de sus cuestionables intenciones. Acortó el camino cruzando el patio en diagonal y me tomó del hombro para llamar mi atención. Por mi propio bien decidí fingir ser sorprendida, al menos de esa forma podría darme el lujo de disimular la incomodidad que me generaba tenerle cerca. –Bonita noche para celebrar tu belleza. Inició él, con un aire poético. –Solo es una noche normal, –respondí sin mucho ánimo– ten cuidado, podrías pisar las flores de mi madre. Mi poca empatía o colaboración para platicar no era cosa nueva, llegué a pensar algunas vez que mis actitudes lo alejarían hasta desaparecer, pero por algún motivo desafortunado habían logrado el efecto contrario. Santino siempre parecía seguro de lo que sentía. Repetía constantemente lo loco que se volvió por mi desde el primer segundo en que nos vimos en la casa de Roma de mi familia, cuando apenas tenía diecisiete años. Se quedó a mi lado durante mucho tiempo y aprovechó la cercanía de nuestras cúpulas para pedir mi mano meses después de cumplir los dieciocho. Yo desde luego detestaba la idea de casarme a una edad tan temprana, aunque no podía hacer mucho, ya que mi padre parecía embelesado con él y su vago intento de chico bueno. No se necesitaba ser muy astuta para saber que Santino Testa guardaba muchos secretos oscuros bajo la manga. –Tu cabello es precioso –elogió– pude notarlo desde la entrada. Es una de las cosas que más me atraen de ti. –Gracias. –respondí simpleza, prestándole más atención a un jazmín marchito en el suelo– No sabía que vendrías hoy, tu madre dijo que estabas muy ocupado. –Nunca estaré ocupado para ti Emiliana. Nada es más importante que tú, si me llamas saldré corriendo en tu búsqueda, sin importar qué. "Tonterías" Pensé en el fondo, simulando gratitud en el exterior. –No tienes idea de lo mucho que me emociona saber que dentro de poco seremos esposos. Te haré la mujer más feliz del mundo, lo prometo. Dudaba que fuera así, puesto que ni siquiera fue capaz de lograr que lo amara con tantos años de supuesto cortejo. Opté por quedarme muda, acariciando la vegetación que caía por los arbustos. –Mi madre me contó que tuvieron la última prueba del vestido hoy. Me narró con lujo de detalles lo preciosa que te veías, aunque solo acentuó las ganas que tengo de verte con él camino al altar. Esa maldita vieja chismosa. La prueba del vestido se convirtió en un infierno para mí esa misma tarde. La vestidura ni siquiera era de mi agrado pese a que mamá trataba de convencerme de que era una pieza valuada en una excesiva cantidad de euros. En el fondo sentía que incluso me hubiese visto mejor con una bolsa de basura puesta. El corsé me asfixiaba y los detalles de la falda me hacían lucir como una vieja anticuada, sin contar con el pedazo de accesorio que había resultado ser ese horrible velo. –Tu cabello se verá hermoso en ese velo, yo mismo lo escogí pensando en ti. Y ese era el problema. –Sí, fue una experiencia interesante. –no podía ocultarlo con otro calificativo positivo, mi mente no lo permitió– –Quiero que después de la boda volvamos a Roma y escojas la casa que más te guste, quiero darte ese regalo de bodas. Tu madre me contó que eres amante de la arquitectura clásica, podemos hacer algo con eso. Mi cabeza empezó a martillear. Imaginar una vida completa a su lado, no me satisfacía para nada. {...} Angelo Desde otro punto del lugar (exactamente desde la casa de enfrente). Varios de mis hombres observaban lo que sucedía. Un francotirador tenía en la mira a la pequeña Ferrara, apuntando justo en la cabeza. –Señor Fioretti. –anunció Adriano, el hombre a cargo, a través del auricular– tenemos a la señorita Ferrara en la mira. Denos la orden y recibirá una bala en la cabeza de inmediato. –¿Qué están haciendo? –pregunté curioso– –Solo están hablando, al parecer es una visita breve. Si nos concede el permiso podemos matar a la chica frente al propio Santino, en este preciso momento. Todos escucharon el suspiro que lancé desde la línea central. Sabían lo importante de la misión, así que nadie se atrevería a fallar por la prisa o negligencia. Esperaron cuidadosamente mi reacción para lanzarse al ataque. –No disparen, llegaré en unos minutos. Me encargaré personalmente de hablar con esa muchacha. –Señor ¿Está seguro? Podemos acabar con esto de una vez, el señor Testa podría ver morir a su novia frente a sus ojos. –insistió Adriano– –No disparen –repetí– tan solo manténganme informado. Y colgué sabiendo muy bien que aunque acatarían, no estarían de acuerdo con la decisión.
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