Emiliana
Abrí la puerta del salón de belleza, llamando la atención de todos los presentes. Fingí no sentir tantas miradas encima mientras me acomodaba en uno de los lugares a la espera de un turno.
Ni siquiera hizo falta que pidiera asesoría, la estilista frecuente de mi madre se acercó tras reconocer mi rostro.
–¿Señorita Ferrara? –consultó con cierta duda– Buenos días, bienvenida. ¿Está aquí por algún peinado en especial?
Negué de inmediato, la mujer mayor vio en mis ojos algo de molestia y por sobre todo, decisión. Detalle que me ayudó a cumplir con el objetivo principal de ese día.
–He venido por un corte de cabello.
–¿Un corte de cabello?
Le echó un vistazo a la larga melena oscura con la que cargaba. Las ondas caían sobre mis hombros, espalda y cintura hasta más abajo de las caderas. Por su expresión pude deducir que se estaba preguntando a sí misma ¿Quién en su sano juicio querría deshacerse de una mata de pelo tan larga a solo días de su boda?.
Al parecer, solo yo.
–¿Está segura? –consultó una vez más, quizá para hacer que reformulara mis planes–
–¿No pueden cortarlo? Vine aquí porque ninguna estilista en casa se anima a hacerlo, creí que aquí eran serios y respetaban el deseo de sus clientes. Puedo ir a otro lugar si me dicen que no.
No hizo falta ejercer tanta bravata, la expresión seria que le regalé dejó atónita a más de una. El desafío pareció ser un recordatorio del servicio que ofrecían.
–Bien, siéntese aquí señorita. –señalando una butaca cómoda y grande– ¿Hasta dónde desea el corte? Quizá solo quiera a la mita…
–Hasta los hombros, quítelo todo.
–Bien, prepararé todo lo necesario.
Me tomó casi una hora salir de allí, luciendo un nuevo estilo y sintiéndome más segura que nunca. Al final, la estilista había aconsejado cortar un poco más abajo de los hombros y accedí solo porque no pareció tan mala idea.
Amaba mi cabello largo, pero odiaba más la idea de saber que aquel detalle fue el causante de la rara obsesión de Santino hacia mi persona. Por su culpa estaba obligada a casarme con un hombre que ni siquiera conocía bien.
Supe que tendría muchos problemas al llegar a casa cuando me encontraba en espera de un taxi. Mi mente pareció evaluar mejor todas las acciones cometidas, despertando un sentimiento de alerta en el interior.
Me iban a matar.
–¿En qué piensan las mujeres cuando se quedan mirando la nada?
Consultó una voz extraña, que apenas hasta ese momento se hacía presente. Divisé a la persona de al lado, era un hombre más alto que yo, de cabellos oscuros, ojos marrones y excelente porte. Portaba un traje, a simple vista costoso, por lo que pude deducir que no escatimaba en gastos para elevar su buena imagen.
Sumamente atractivo para ser real. Aquel hecho tan solo hizo recordara la desdicha, mi supuesto prometido ni siquiera era de mi gusto.
“Hasta un extraño en la calle me parece más seductor que Santino”
Pensé sin prestarle atención.
–En que no debemos hablar con extraños. –respondí de inmediato con el gesto parco, tratando de espantarlo–
–Esa ha sido una respuesta bastante buena para ser rápida. Pareces ser del tipo de muchachas con esa agilidad increíble para contestar.
–Y usted parece ser del tipo de hombres que ignora lo mal que está hablar con gente que no se conoce. –dejé de mirarlo, el principal objetivo en ese momento se convirtió en obtener un taxi para escapar de la situación–
–Todos somos desconocidos antes de ser amigos ¿No es así? o ¿Cómo obtienes amigos tú?
–Disculpe señor, pero no estoy en condiciones de hacer a un desconocido mi nuevo amigo. Ni siquiera sé de donde fue que apareció, déjeme en paz.
Un taxi llegó hasta la parada, deteniéndose frente a ambos. No dejé pasar la oportunidad y abordé el vehículo, buscando escapar del raro hombre.
Observé su rostro a través de la ventanilla para chocar miradas fijamente por primera vez, algo en los profundos ojos del sujeto llamaron mi atención más de lo que deseé. Una inusitada sensación en el interior me enervó con el paso de los segundos, afortunadamente el chofer se puso en marcha, quitando aquel extraño hechizo a medida que avanzaba.
No se movió ni un centímetro tras perder mis ojos en el transporte. Capté su figura a través del espejo retrovisor para darme cuenta de que se había quedado prendado observando mi partida en el auto.
Nunca antes pasé por algo similar, por lo que me sentí tentada a recordar el momento en mi memoria por un buen rato.