Emiliana El pollo del plato nadaba en salsa, justo como lo detestaba. Le hice algunos cortes para simular que estaba comiéndolo mientras apoyaba los codos sobre la mesa. Estaba sola, así que nadie podría regañarme por la posición que escogí. Al menos el silencio a la hora de la cena me dio oportunidad de evaluar mi situación y preguntarme a mi misma si mi matrimonio con Santino hubiese durado tanto como creía. Una cosa era imaginarlo y otra muy distinta soportar despertar en su cama cada día, permitir que me hiciera suya en la noche de bodas o todas las que se le antojaran y cargar a con el peso de llevar a sus hijos en el vientre algún día. El solo pensarlo me ponía los pelos de punta. Mi cuerpo repudiaba cualquier cosa que tuviera que ver con sus manos sobre mi piel. –¿La comida