*** Una vez más se encontraba en aquella habitación oscura, con las rodillas apretadas contra el pecho. Desde fuera llegaban los murmullos de la alta sociedad: risas suaves, tintineo de copas y confidencias susurradas. Típico de personas de alta sociedad. Decidió bajarse de la cama la niña de doce años, sus pies descalzos tocando el frío mármol n***o del suelo. Tenía hambre; su estómago gruñía por falta de alimento y su garganta estaba seca. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada, pero era suficiente para sentir la necesidad urgente de satisfacer sus necesidades. Con cautela, giró el pomo de la puerta. Esta vez no estaba cerrada con llave; la mujer sabía que la niña no se atrevería a salir sin permiso. La había educado con severidad para que obedeciera sus órdenes como un animal domé