••• —¡¿Cómo pudiste?! —El sonido seco del golpe resonó en la mejilla ya hinchada de Violetta, obligándola a voltear el rostro en un gesto de dolor. Una mano temblorosa se llevó a la mejilla herida, mientras lágrimas amargas recorrían su rostro. Los gritos furiosos de su padre y su madre retumbaban en sus oídos. —¡No te crie para esto, Violetta! ¿Cómo fuiste capaz de acostarte con tu propio suegro? ¡Eres una demente! —bramó su padre, furioso, mientras intentaba golpearla de nuevo, pero su esposa lo detuvo a tiempo. —Cálmate, ¿sí? Estamos en un hospital, y acaba de perder al bebé —intentó tranquilizarlo. —Ni lo menciones. Me provoca náuseas tan solo pensarlo —se soltó bruscamente de su esposa, pellizcándose el tabique de la nariz en un intento por controlar su ira—. Creo que es mejor qu