*** Stefano golpeaba la puerta de la villa donde Fénix se había refugiado, una y otra vez, golpe tras golpe, sin cesar. Había sido testigo de su abrupta salida de la élite, acompañada por su bebé y escoltada por los hombres de Santoro. Desde entonces, ella había evitado cualquier contacto con él: ni una palabra, ni una mirada. Para ella, Stefano simplemente había dejado de existir. Estaba al tanto del incidente con Ciceli, lo que lo había impulsado a correr hasta la villa con la esperanza de hablar con Fénix en persona, quizás para disculparse o buscar una excusa por haberle mentido. Ignoraba que Fénix atravesaba un infierno mental en ese momento, donde su propia existencia no valía más que basura. Recién había presenciado, una vez más, cómo se llevaban a sus gemelos, y para colmo, tener