*** —Muévete —un hombre corpulento y con expresión ácida empujó a Fénix fuera de la mazmorra. Ahora tenía las muñecas esposadas. Por suerte, se había vestido después de que Vittorio la dejara tirada en ese frío y húmedo piso como un trapo, o de lo contrario, la habrían sacado desnuda. Los hombres que la escoltaban, sabe Dios a dónde, la miraban con ojos de lujuria, interés, pero también de odio. Era nada más y nada menos que el fantasma de la F.A.E., ese pequeño hurón salvaje que se les había estado escapando todo este tiempo. Mientras caminaban en silencio, Fénix observaba todo a su alrededor meticulosamente. Calmada, sin alterar sus emociones. Las paredes eran de un concreto sucio y rústico, olía a moho y humedad. Era más soportable que el hedor de la mazmorra. Al final del estrecho