*** Unos cuantos juguetes bastaron para mantener entretenidos a los gemelos mientras Stefano observaba cómo Fénix colocaba a la criatura en la cuna. Apenas lo hizo, él la tomó del brazo y la sacó de la habitación. Ella lo miró con una ceja levantada, visiblemente confundida. —¿Qué te pasa? —preguntó, con tono de reproche—. ¿Hay algo que quieras decirme?. —¿Por qué lo dejaste vivo? —espetó Stefano con un matiz de acusación—. César Lombardo, ¿crees que no lo sé? Estuvo en el club anoche. Se suponía que todos los testigos debían morir, ¿no es así?. —Pensé que tú, más que nadie, Stefano, me entenderías —respondió con decepción—. ¿Cómo crees que puedo asesinar a sangre fría al padre de mi hijo? Estás loco si piensas que lo haré. —Él te vio, presenció lo que hiciste en ese lugar. ¿Y si te d