*** —¿¡Qué demonios les hiciste a mis hijos!? —Fénix se lanzó hacia Santoro tan pronto como salió de su asombro. Lo agarró por el cuello de la camisa y lo sacudió con fuerza—. ¿¡Cómo puedes ser tan bestia y mostrarles esta mierda!?. —Te recomiendo que mantengas tus manos quietas —le advirtió él con una calma gélida. Ladeó la cabeza, señalando hacia un lado. Fénix no necesitó voltear para saber que los hombres de Santoro habían desenfundado sus armas; el traqueteo de las balas ya había delatado su presencia. —¿Crees que me importa un tiro en la cabeza ahora mismo? —lo miró con un odio ardiente, lleno de rencor—. ¡No quiero que involucres a mis hijos en esto!. —¿Mamá...? El enojo de Fénix se desvaneció por un instante al escuchar la voz de uno de sus hijos. Bajó la vista, dándose cuenta