Capítulo 1. La vida de una sirvienta

2441 Words
Cuando finalmente llegaron al hospital, de inmediato llevaron al hombre lobo a la sala de urgencias. Para ese momento, el hombre ya estaba completamente consiente y cuando el doctor fue a verlo, le hizo los chequeos necesarios dándose cuenta que él solamente estaba herido, pero por suerte gracias a su cuerpo fuerte de alfa, no tenia ni una sola fractura. —¿Quién le dio estos primeros auxilios? —pregunta el doctor mientras el hombre lobo estaba acostado en la cama. De inmediato, en la mente del alfa aparecen recuerdos difusos de una hermosa mujer de cabello dorado, pero luego recuerda que en la sociedad donde vivía, las únicas que tenían el cabello rubio eran los elfos, ya que los hombres y mujeres lobos se caracterizaban por tener el cabello de color oscuro y castaño, nunca pasaban de esos tonos los cuales ellos no cambiaban, porque el tono rubio y rojo eran exclusivamente para esos “orejones” debiluchos que él consideraba como la bajeza. —Creo que una mujer elfo me atendió, pero no estoy muy seguro… solo recuerdo ver su rostro, y su cabello era rubio. Los únicos que tienen el cabello de ese color son los de esa especie —murmura el hombre lobo mientras se llevaba una mano a su cabeza, porque todavía no sabia si era parte de su imaginación. —Lo imaginé, sus heridas estaban cubiertas por un ungüento hecho de hierbas que solo conocen los elfos, sin embargo, de no ser eso no estuviera vivo, señor Wolfgang. Esa elfa que lo ayudó impidió que muriera desangrando. Siéntase agradecido porque la vida le ha dado una segunda oportunidad —confiesa el medico quien sabia que ese hombre era uno de las alfas más pudientes de la ciudad. Su nombre era Axel Wolfgang, él provenía de una poderosa familia dueña del segundo banco más importante del país llamado: WolfBank. Todos lo conocían como el primogénito de los Wolfgang, y aunque tenía veintiocho años él todavía no se había casado, sin embargo, era conocido entre la esfera social como un mujeriego empedernido rompecorazones. De esa manera, cuando Axel escuchó que gracias a una mujer elfo seguía con vida, tuvo sentimientos encontrados porque de tan solo imaginárselo, le resultaba muy irónico ya que los elfos desde hace muchos años no eran de su agrado, y que justamente una mujer de esa especie lo salvara, le parecía como si los dioses estuvieran confabulando con él para darle una lección. —Entiendo, no puedo retribuirla porque no se quien es —responde Axel, a lo que el médico le responde: —¿Qué importa?, no es necesario retribuirla si llega a verla. Solo le comentaba la situación, como no está herido de gravedad, puede irse en cuanto lo desee, señor Wolfgang —dice el medico con mucha decencia, viendo que Axel asintió con la cabeza. —Está bien. Por cierto, doctor. Necesito un teléfono, en el accidente mi celular se destruyó, pero necesito hacer una llamada para que sepan donde estoy y me vengan a buscar. Cuando él alfa dice esas palabras, el doctor rápidamente le entrega su propio celular a Axel para que llame a quien desee, es ahí cuando el alfa llama a su sirviente principal que era un lobo beta llamado Jasper. En el momento que Jasper atiende la llamada, Axel le explica todo lo sucedido omitiendo la parte que una elfa le salvó la vida, porque encontraba el asunto muy humillante, además él sabía que nunca en su vida vería a esa mujer, por lo cual no era necesario nombrarla como su salvadora. Sin embargo, lo que él no sabia era que el destino le tenía preparado algo que él no se esperaba. Una semana después: Meridia se encontraba en su trabajo, limpiando en el patio la alfombra principal de la sala de la mansión donde ella trabajaba. El lugar era enorme y ella sola era la encargada de hacer absolutamente todo, desde limpiar, planchar y cocinar, principalmente porque su jefa no quería pagarle a nadie más, y además ella se llevaba el sueldo de la cocinera que, aunque no era mucho, le ayudaba para sus ahorros, puesto que, la joven elfa tenía planeado mudarse a otro lugar no tan alejado de la ciudad que contara con luz eléctrica, para que su madre y ella vivieran de forma más digna. En ese instante, ella le daba golpes con un palo a la alfombra para quitarle todo el polvo, mientras el sol inclemente del mediodía hacía que el trabajo fuera mas difícil, pero ella le hacía caso omiso a la dificultad de su oficio, cuando luego de una hora dejó como nueva la alfombra. Con mucho cuidado, ella llevaba la pesada alfombra de nuevo dentro de la casa, rodando los muebles y demás para colocarla en su lugar, viendo de reojos como su jefa se asomó para verla. Meridia se hizo la que no la vio mientras acomodaba todo en la sala, hasta que la mujer se acercó a ella. Su jefa era una mujer lobo alfa, imponente, de cabello n***o y hermosa figura como todas las de su especie, que se caracterizaban por tener un cuerpo curvilíneo y voluptuoso por naturaleza. La alfa se llamaba Sabrina, y tenía unos treinta años, normalmente ella permanecía en la casa mientras su esposo se iba a trabajar, pero como era fin de semana, en ese momento los dos se encontraban en la casa. Su jefa Sabrina, observaba a su sirvienta elfa, como en ese momento se encontraba con el rostro enrojecido bañada en sudor, y con su ropa vieja sucia por el polvo de la alfombra que había limpiado. Con un rostro serio, Sabrina se encontraba cruzada de brazos viéndola con atención, porque ella sabía que su esposo gustaba de esa joven elfa de cabello rubio, porque al parecer su esposo llamado Kurt tenía algún tipo de fetiches, por esas mujeres debiluchas sin cuerpo y orejas grandes. Pero, aunque ella estaba al tanto del “gustillo” de su esposo con su sirvienta, ella no la despedía porque Sabrina ya tenía una forma de hacerle pagar por su osadía de “metérsele por los ojos” a su esposo, y lo mejor de todo, es que ella se divertía en el proceso y la elfa no podía quejarse, porque era evidente con tan solo verla, que necesitaba ese trabajo más que cualquier otra cosa. —Meridia —llama de inmediato Sabrina, haciendo estremecer a la elfa. —¿Si señora? —dice la joven, dejando lo que estaba haciendo, para colocarse con la vista baja mientras tenía las manos juntas. —Mira la hora que es ¡Me estoy muriendo de hambre! ¿Cuándo piensas hacer el almuerzo? —exclama Sabrina, viendo como hizo temblar a la joven. —¡Lo lamento mi señora, ya voy de inmediato a preparar el almuerzo! —exclama la joven pretendiendo ir corriendo hacia la cocina, pero Sabrina se lo impidió diciendo: —Espera un segundo, arrodíllate y quítate esa horrible camisa —ordena la mujer con una sonrisa malvada. Meridia de inmediato alza su mirada para ver a la mujer con una expresión de miedo en su rostro, pero, aunque ella deseaba decir algo, se tragó sus palabras, y sin más obedeció colocándose de rodillas mientras se quitaba su camiseta blanca. Cuando quedó solamente con su sujetador, se volteó quedando de espaldas a la mujer, la cual vio como la pálida piel de la espalda de la chica, estaba llena de moretones que iban en una gama de violetas y verdes que ella misma le había producido, y, cuando ya la joven estaba lista, Sabrina quien ya venía preparada para lo que haría a continuación, sacó un pequeño palo de madera de una altura de veinte centímetros, el cual tenía escondido en el bolsillo de su falda. La alfa con una sonrisa malvada, no esperó mucho tiempo para comenzar a golpear la espalda de la joven que, se cubría la boca con sus manos para mitigar el llanto y el dolor que sentía con cada golpe, porque sabía que si lloraba o emitía algún grito solo empeoraría las cosas. Uno, dos, tres, cuatro y cinco golpes le dio Sabrina a la espalda de la pobre chica elfa, la cual como pudo, buscó su camiseta, y temblando, se la colocó encima sintiendo que en cualquier momento iba a desfallecer, pero se llenó de fuerzas para no hacerlo al momento que se puso de pie, tambaleándose un poco. —Ahora anda a preparar el almuerzo, y si vuelves a tardarte, te irá peor ¿comprendes, asquerosa elfa? —Si, señora… no me volveré a tardar, discúlpeme —dice Meridia en susurros con su voz algo quebrada por el llanto que tenía agolpado en su garganta, yendo a un paso mas lento hacia la cocina. Cuando estaba en la cocina, ella comenzó a preparar el almuerzo que consistía en un salteado de carne con verduras. Mientras ella picaba las verduras y demás, lloraba en silencio limpiándose las lagrimas con su brazo, ya que su cuerpo le dolía demasiado, y ella estaba comenzando a temer que en algún momento esa mujer la fuera a matar, y lo único que la joven pensaba era en su madre. ¿Cómo quedaría ella? moriría también, de eso estaba segura es por eso que, de tan solo pensar en ese futuro, Meridia pensaba que lo mejor era renunciar, y buscar otro empleo donde no la golpearan tanto. «¿Pero a donde iré?, la señora Sabrina me paga bien… si me voy, no podré ahorrar para irnos de ese vecindario, y no podré comprarles las medicinas a mi madre, debo ser fuerte… no moriré, soportaré hasta que tenga suficientes ahorros» piensa la chica sorbiendo su nariz, y tragando saliva. Horas más tarde: Meridia se encontraba limpiando el polvo del salón de baile de la mansión, cuando en eso aparece su jefe Kurt. Él hombre la asechó por unos minutos, aprovechando que su esposa se encontraba hablando por teléfono con unas amigas. Kurt era un alfa de anillo rubí, el cual tenía un importante cargo en el congreso de la nación, por lo cual él sentía que tenía poder sobre todo, incluyendo esa pequeña elfa que a él le encantaba. Una de las cosas que le hechizaban de las elfas, eran su piel pálida, sus rostros y cuerpos delicados que las lobas no tenían, ya que ellas eran grandes y más salvajes, a diferencia de las elfas quienes le parecían tan delicadas como una flor. Uno de sus sueños siempre fue casarse con una, pero eso no estaba bien visto, aunque muchos lo hacían y tenían hijos mestizos, en la sociedad de alfas eso era considerado asqueroso principalmente porque la mezcla entre lobos y elfos, traían como resultado mestizos beta que no eran bien vistos en esa sociedad clasista y racista donde vivían. Sin embargo, Kurt siempre sintió curiosidad por tener una elfa entre sus piernas, principalmente Meridia que quera justamente como le gustaban: rubia de ojos azul verdosos, delgada y de largo cabello ondulado. Así pues, mientras la joven estaba enfocada limpiando el polvo de un cuadro, el alfa se acerca a ella oliendo su aroma natural de elfo que a él le extasiaba porque, aunque sudaran, siempre olían bien. Sin embargo, cuando Meridia sintió como su jefe la olfateó de esa forma, ella se asustó apartándose mientras se encogía de hombros. —Hola… —saluda Kurt, viéndola de pies a cabeza. —Hola, señor Kurt … d-debo irme, con permiso. Meridia pretende irse, pero el hombre la sujeta por sus brazos diciendo: —Espera ¿Por qué te vas?, veo que aun no has terminado, debes limpiar aquí —dice, señalando el piano que tenía a su lado. La joven elfa lo mira de reojos, y con lentitud comienza a limpiar el piano, bajo la mirada penetrante de ese hombre que siempre la acosaba cada vez que tenía la oportunidad. —Tu cabello está muy largo… se te ve bien. Me imagino que, si estuvieras mejor peinada, te verías hermosa, Meridia —comenta el hombre sentado frente a ella viéndola fijamente. Meridia prefiere mantenerse en silencio, limpiando el piano con la mayor rapidez que puede, y al instante que termina, sale a paso apresurado del gran salón, al instante que se topa con su jefa, la cual en ese justo momento se encuentra en la entrada. Sabrina, cuando observa la escena de su esposo en la misma habitación con la elfa, frunce sus labios con tanta molestia, que alza su mano estampándole una bofetada a la chica diciendo: —¡¡Que hacías a solas con mi esposo, estúpida!! —Sabrina, cálmate. Ella no hizo nada… como siempre tu exagerando —dice el hombre levantándose de donde estaba como si nada hubiese ocurrido, mientras Meridia en completo silencio se tocaba su mejilla lastimada mientras tenía su vista en el suelo. —¡¿Cómo me dices que me calme?! Yo te conozco, eres un baboso, ¡No, aléjate de mí! Ni creas que me vas a convencer —exclama Sabrina al instante que su esposo la sujeta por la cintura para comenzar a darle besos en sus mejillas y cuello. Ella comienza a reírse mientras mira de reojos como Meridia continuaba en donde la había dejado, aun cubriéndose la mejilla que ella le había lastimado. —¿No tienes nada que hacer? ¡Largo! —grita Sabrina, y al instante Meridia sale a paso rápido del gran salón, mientras Kurt comienza a besar a su esposa, viendo de reojos como la elfa se iba. «Algún día la haré mía» piensa Kurt entre tanto besaba con una falsa pasión a Sabrina. La joven elfa, una vez mas se limpia sus ojos cristalizados con el reverso de su mano, escuchando como tocaban el timbre. Ella con la mayor rapidez que puede va a abrir la puerta, y cuando lo hace abre sus ojos a mas no poder porque una de las personas que estaban del otro lado ella lo reconocía. «Él es el alfa que ayudé la semana pasada… ¿Qué hace aquí?» piensa Meridia, viendo con una expresión sorprendida al alto hombre acompañado por tres más, el cual de inmediato hace contacto visual con ella, y al hacerlo su rostro le resulta familiar. «Esta pequeña elfa… creo que la he visto en algún lugar…» piensa Axel observando a la rubia de orejas alargadas con más atención de la necesaria.
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