—¡Tú no me puedes hacer esto! —exclamo de forma alterada en cuanto entro a mi casa, encontrándome con papá en el living, quien tan solo se limita a bajar el libro que tiene entre sus manos, para dedicarse a mirarme con notoria diversión—, papá, dime que esto es una broma de mal gusto.
Siento mi respiración acelerada y mis manos temblorosas, si es que aún no podía creer el hecho de que él me haya prohibido la entrada a la fábrica, joder, justo hoy tenía un par de reuniones bastante importantes como para perdérmelas a causas de su maldito juego.
—No, no es una broma. A partir de este momento, dejas de ser la ejecutiva de la fábrica.
Niego con la cabeza, conteniendo las lágrimas cargadas de rabia que se forman en mis ojos… ¡Dios mío! ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Si toda mi vida la había dedicado a aprender acerca de los negocios de mi padre, era feliz al estar al frente de todo, ¡Maldita sea! Mi vida estaba en esa fábrica.
Mi respiración se siente agitada y mis extremidades no paran de temblar, por lo que, saco un cigarrillo de mi cartera para acercarlo a mis labios, en busca de poder calmar aquel puto ataque de ansiedad que se ha apoderado de mí.
Lo miro, mientras doy una larga calada al cigarrillo.
—Dime que no es verdad.
—Paris, lo siento, pero la decisión ya está tomada.
Su expresión muestra seriedad absoluta, sus enormes ojos azules se han oscurecido ligeramente, mostrándome con ello que, no pensaba cambiar de opinión, paso una mano por mi cabello, a la vez de que continúo negando con la cabeza, trato de averiguar qué fue aquello que hice mal, ¿Por qué me estaba castigando de este modo? ¿Por qué me quitaba el control cuando había demostrado que sabía lo que hacía?
—¿Qué hice mal? —pregunto al verlo con coraje—, ¿Por qué me estás haciendo esto, papá?
—Cometí el error de permitir que desde siempre todo el mundo te alcahueteara todo lo que querías —masculle al fruncir el ceño, a la vez de que señala el cigarro entre mis dedos—. Haz el favor de apagar ese puto cigarro, si bien sabes que dentro de esta casa están prohibidos.
—¿Qué pasa aquí? ¡se escuchan desde arriba! —increpa mi madre al bajar las escaleras, se detiene a mi lado, observándome con curiosidad—, me extraña que estés aquí, Paris, pensé que te habías ido a la fábrica.
—¿Aún no sabes lo que ha hecho tu esposo?
—Tu padre, soy tu padre —me recuerda al torcer una sonrisa, mostrándome con ello que estaba disfrutando verme sufrir.
Mi madre mira de mí a papá y viceversa, deteniéndose en él.
—¿A qué se refiere Paris con eso, Alek? ¿Qué hiciste?
—¡No me ha dejado entrar a la fábrica! —respondo por él—, me ha quitado la dirección de Lucerna Boris, ¡mamá! ¿Qué se supone que haga ahora cuando he dedicado mi vida entera a esa fábrica?
—Disfrutar de lo que te queda de juventud, claro está —declara mi padre al volver a concentrarse en su libro—, viaja, sal, conoce nuevas personas, ve a bailar… enamórate.
Aprieto la mandíbula, a la vez de que trato de tragarme toda aquella rabia que siento hacia mi progenitor, ¿ese era su plan? ¡Dios mío! Si mi padre llevaba meses de meses, insistiendo en que saliera a divertirme, incluso, él mismo hacía planes por mí, planes que frustraba al ir a atender algún asunto relacionado con la fábrica. Niego con la cabeza, al sentir como las lágrimas comienzan a mojar mis mejillas, todo aquello era tan injusto, me sentía feliz con la vida que llevaba, no necesitaba que ahora, él tratara de cambiarla.
—No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de haber trabajado para ti durante todo este tiempo, cuando pude haber construido mi propio poderío —afirmo al mirarlo con rabia.
—¡Paris Kozlova! ¡haz el favor de respetar a tu padre! —me regaña mi madre.
—¿Acaso estás de acuerdo con él, mamá? ¡Dios mío! ¿Quién les ha dicho que no soy feliz con la vida que llevo? ¿creen que estaría haciendo algo con lo que no soy feliz?
—Puedes decir todo lo que quieras, desahógate, ódiame si te hace sentir mejor —dice él con seriedad—, pero, no volverás a tener el control de ninguno de mis negocios hasta que me muestres que puedes tener una vida normal, tráeme aquí un esposo, alguien del que te vayas a enamorar de verdad, y luego hablaremos.
—Cielo, ¿no crees que estás siendo muy duro? —interviene mamá.
—Confía en mí, cariño —repone con dulzura—, sé lo que hago.
Cruzo los brazos a la altura de mi pecho, sin poder ser capaz de parar de negar con la cabeza.
—¿Y quién va a tomar mi lugar? ¡no me digas que el tal Philippe! Pues de lo contrario, voy a tirarme del balcón.
Una pequeña sonrisa se abre paso en sus labios mientras sube una ceja.
—Hay más de un Kozlov que puede hacer el trabajo.
—¿Volverás a la fábrica?
—No, lo hará Cyan.
Es en ese instante cuando nos giramos al escuchar el estruendoso ruido que ocasiona un cristal al estrellarse contra el suelo. Cyan estaba ahí, cerca de la puerta de la cocina, mirando todo con expectación, a sus pies, yacía lo que parecía ser una taza de chocolate. Mi hermano menor niega con la cabeza mientras se dedica a apretar la mandíbula.
—¿Y ahora? ¿yo qué hice para verme envuelto en el castigo de mi hermana?
—¿Todavía lo preguntas, Cyan? —gruñe papá—, ¡tienes que pagar por todos los daños que has ocasionado con tus accidentes por ser tan irresponsable! Además… si quieres conducir un auto más, deberás de comprarlo tú, pues no pienso volver a darte otro vehículo para que acabes destruyéndolo por borracho.
Observo a mamá, quien se mantiene anonadada al ver a papá con cierto brillo en su mirada, al mirarla de ese modo, es cuando me di cuenta de que en verdad estaba jodida, pues, al parecer, ella estaba del mismo bando de mi padre.
Cyan se acerca a nosotros con grandes zancadas, discutiéndole a papá el hecho de que justo ahora quisiera ponerlo a trabajar, lo que me hace poner los ojos en blanco ante su ridículo reclamo.
—¡Pero, papá! ¿Cómo se supone que vaya a hacer eso? ¡no puedo hacerlo! ¡ese trabajo siempre lo ha hecho Paris! ¡déjaselo a ella!
—No voy a discutir con ustedes dos por más tiempo —apunta el hombre al ponerse de pie—, la decisión está tomada, Paris no volverá a la fábrica, y tú, te quedas sin tarjetas hasta que te ganes tu propio dinero, y que quede claro, Cyan Kozlov, haces el trabajo a como debe de ser, pues si echas algo a perder, tendrás que pagarlo.
Él toma la mano de mi madre, a la vez de que se dedica a sonreírle con completa dulzura.
—¿Quieres acompañarme a dar un paseo, amor mío?
—Sabes que para mí siempre será un placer —responde ella, al dejarse guiar por su esposo hacia la puerta principal.
Cyan y yo permanecemos ahí, aún atónitos ante aquella catastrófica noticia, observo a mi hermano, incapaz de poder imaginarlo hacerse cargo de algo más que no sean sus propios líos, su mirada se encuentra aterrada, y, al percibir la forma en que infla sus cachetes, me doy cuenta que está conteniendo las ganas de vomitar.
—¿Qué se supone que vaya hacer ahora? —profiere al negar—, ¡joder, Paris! Esa fábrica prácticamente ha sido tuya desde que aprendiste a hablar, no quiero quitarte tu lugar —pone los ojos en blanco—, tampoco es que me agrade tomar tu lugar, hermanita.
—Eres un inútil, Cyan —declaro al dirigirme a la cocina—, ¡y más te vale que recojas esos vidrios! No harás que la pobre Elena lo haga por ti.
—¿Qué vas a hacer?
Él me sigue de cerca, ignorando mi mandato.
—Necesito un trago, ¿no es obvio?
—¡Por Dios, Paris! No me dejes así, dime por favor qué es lo que tengo que hacer.
Tomo una botella de bourbon y un vaso, el cual lleno para luego acercarlo hasta mis labios, dejándome extasiar por su amargo sabor.
—Te amo, Cyan, pero por supuesto que no confío en ti como para dejarte a cargo de la fábrica —mascullo al dejar el vaso sobre la isla de la cocina.
Mi hermano, bufa, para luego soltar una risa sarcástica.
—No soy capaz de culparte, hermanita, si ni siquiera soy capaz de confiar en mí mismo —repone al negar—, ¿tienes algún plan?
—Supongo que no te importará convertirte en mi títere.
—¿A qué te refieres? —frunce el ceño, viéndose confundido.
—Papá quiere que dirijas la fábrica, y lo harás, pero, yo estaré contigo, voy a decirte qué decir en cada una de las reuniones y revisaré contigo todos los archivos.
—Pero no es lo que papá quiere que hagas.
—No tiene por qué darse cuenta —tuerzo una sonrisa, al tomar el vaso otra vez para acercarlo a mis labios—, ¿estás de acuerdo con ello, Cyan?
Él toma un vaso y se sirve de la botella, para luego, pegarlo contra el mío en señal de brindis.
—Salud por eso, hermanita.