2. El irresponsable

2071 Words
Aprieto la mandíbula mientras conduzco despacio, acercándome al sitio conde soy capaz de percibir el auto de mi hermano incrustado contra un poste de electricidad de la carretera, junto a la carretera, logro percibir a una ambulancia estacionada, además del auto de los oficiales de tránsito, lo que enseguida, me pone en alerta al percibir que, probablemente, el irresponsable de mi hermano menor, estaba metido en problemas otra vez. Me estaciono tras la ambulancia y me sujeto el cabello en una coleta alta, para luego salir de mi auto y caminar en dirección de la camilla donde atienden a mi hermano. —¡Demonios, Cyan! —lo regaño de inmediato al llegar a su lado—, algún día de estos vas a matarme de un puto susto. —¿Es usted su esposa, señora? —pregunta el paramédico. —¡No! Es mi hermano menor. —Pues bien, señora, su hermano menor está metido en varios problemas, dejó sin electricidad a esta parte de Lucerna, además, conducía bajo los efectos del alcohol. Cruzo los brazos a la altura de mi pecho, mientras me dedico a mirar con molestia a mi hermano, a pesar de que tenía su cabeza vendada y unos notorios moratones en su mejilla derecha. —A papá le encantará saber de tu nueva aventura, hermanito. —No, no, por favor —dice de inmediato, al hacer una mueca cuando trata de negar con la cabeza—, por eso te he llamado a ti, Paris, por favor, ayúdame, papá no puede saber esto. —¡Claro que lo sabrá, Cyan! Joder, ya has destruido tres autos durante el último año, y has tenido suerte de no matarte —llevo mis dos manos hasta mi cabeza, sintiéndome aterrada ante la sola idea de que una de esas madrugadas, tan solo me llamaran para darme la mala noticia de que mi hermanito había muerto—, debes de aprender a ser más responsable, maldita sea, no puedes jugar con tu vida de este modo. —Perdón, hermanita, no volveré a hacerlo. —Ya he escuchado esa promesa otras veces. —¿En serio son hermanos? —pregunta el paramédico mientras continúa revisando a mi hermano. —Aunque no lo parezca —respondo al voltear los ojos—, yo soy la adulta, él es el irresponsable. —Solo quería pasarla bien un rato —masculle al hacer un pequeño puchero, gran señal de que estaba bastante ebrio. —Si sigues pasándola así de bien, te irás al infierno en menos de lo que esperas. —¿Y por qué el infierno y no el cielo? —¿Crees que San Pedro dejará dejar al cielo a un borracho como tú? —cruzo los brazos a la altura de mi pecho, sintiéndome verdaderamente molesta por haber salido de mi cama a las tres de la madrugada—. ¿Qué tengo que hacer para llevarlo a la casa? —le pregunto al paramédico—, en la mañana vendrá una grúa por el auto y me encargaré de todos los daños que ocasionó este imbécil. —Me temo que no será tan fácil, señorita Kozlova —repone un oficial de tránsito al acercarse a nosotros—, el joven Kozlov, quedará detenido, pues ha cometido un delito al volver a conducir ebrio, donde pudo haberle ocasionado daño a algún peatón. Trago saliva con fuerza, al mismo tiempo en que me contengo de las ganas que siento de mandar a la mierda a mi hermano, quien mantiene su mirada perdida. —Oficial, por favor —le pido al mirarlo de forma suplicante—, me encargaré de que mi hermano no vuelva a conducir en este estado, pero, por favor… no se lo lleve, déjeme atenderlo y verificar que no tenga ningún daño interno, se ha golpeado —le recuerdo al señalarlo, a la vez de que ruego tocar alguna fibra sensible que aquel oficial, dado a que ya lo había tratado en otras ocasiones cuando lo ha detenido ya sea por conducir en alta velocidad, o por estar bajo los efectos del alcohol. —No es la primera vez que sucede algo como esto con su hermano. —Y me siento muy apenada —digo al llevar una mano hasta mi pecho—, pero, le prometo que me encargaré de que esto no se repita. Un lento suspiro abandona sus labios, a la vez de que niega con la cabeza. —Su licencia queda suspendida y deberá de hacer trabajo comunitario, me encargaré de que lo haga, pues lo llevaré delante de un juez. —Y créame que estoy de acuerdo con ello —asiento con la cabeza—, mi hermano necesita un escarmiento para ver si acaso arregla su vida, pero, por favor… solo no lo haga pasar una noche en prisión. —De acuerdo, señorita Kozlova, deben de esperar la notificación por parte del juez y hacerse responsables por todos los daños causados. —Lo haremos, no se preocupe —le aseguro, para luego girarme hacia mi hermano—, vamos, idiota, te llevaré a la casa. (…) —¿Verdad que no le dirás nada a papá y mamá? —me pide con los ojos llorosos mientras lo ayudo a sentarse en uno de los taburetes frente a la isla de la cocina. —Voy a prepararte un café bien cargado, Cyan. —Paris, por favor. —No siempre estaré tras de ti, ayudándote con tus irresponsabilidades, Cyan. Te has equivocado muchas veces, y ahora, debes de ser responsable y remediar tus malos actos. Pongo la tetera en la estufa y me giro para sentarme frente a él, donde estiro mis manos para tomar las suyas. —Te amo, ¿sí te das cuenta de ello? —ladeo la cabeza—, ¿tienes idea del gran susto que me das cada vez que me llamas para decirme que vaya por ti porque algo te ha ocurrido? ¡Cyan, por Dios! Temo que me llamen en algún momento para decirme que has muerto. —Lo siento —se disculpa al bajar su mirada de forma avergonzada—, lo siento de verdad. —Eso no es suficiente. Pues las palabras se las termina llevando el viento, necesito hechos, hermano. —¿Otra vez? Mamá llega a la cocina, cubre sus labios con ambas manos al notar el aspecto demacrado de mi hermano. —¡Cyan! ¿Qué ha ocurrido? Ella acuna su rostro con sus manos, buscando cualquier señal de mayor daño. —¡Responde, maldita sea! —He chocado contra un poste del tendido eléctrico y me he golpeado la cabeza contra el volante, mamá —explica él, lo que provoca que ella haga una mueca. —¿Acaso estás borracho otra vez? Él se encoge de hombros, a la vez de que evita mirarla a los ojos. —Siempre les he dicho que consienten demasiado a Cyan y jamás me han escuchado —bufo al girarme para colar el café—, si sigue así, en algún momento nos lo devolverán en una caja de madera. —Hijo mío, no puedes seguir con esa vida —dice la mujer al negar con la cabeza—, tu hermana tiene razón, odiaría que te suceda algo peor. —Estoy bien, mamá —él le sonríe, tratando de calmarla de forma inútil. Coloco el café frente a él, haciéndole un gesto con mi barbilla. —Tómatelo para llevarte a la cama. —No me gusta el café. —Pues te aguantas y te lo tomas —mando al cruzar los brazos a la altura de mi pecho. A regañadientes, él lo acerca a sus labios, dándole pequeños sorbos hasta que es capaz de acabarlo. —Sabe horrible, ni siquiera le pusiste azúcar. —Lo siento, princesa —finjo sonreírle, mientras tomo la taza para llevarla al lavavajillas—, y que quede claro, si vuelves a llamarme para que vaya a ayudarte en algo como esto, iré, pero a sacarte de la prisión al día siguiente. Mi madre me observa sin terminar de entender a lo que me refiero, por lo que, le cuento sin siquiera detenerme a omitir algún solo detalle, desde mi ruego para que no lo encerraran, hasta la próxima notificación que tendrá para ir al juzgado. Ella solo es capaz de volverlo a regañar, apoyando mis llamadas de atención ante su acto de “vandalismo” me daba pena mamá, pues ella y papá siempre se esmeraron en hacer tanto de Cyan como de mí, personas buenas y responsables, educación que se esfumó de mi hermano en cuanto llegó a la juventud y comenzaron a gustarle las fiestas y las mujeres. Cyan Kozlov era el tipo de hombre que derrochaba el dinero a diestra y siniestra, sus días eran como la noche y sus noches, como si fuesen sus días. Se la pasaba rodeado de amigos, que, me hacían creer que lo único que buscaban, era aprovecharse de él y su estatus económico, pues, ¿Qué clase de amigo verdadero dejaba que se fuese ebrio, con posibilidad de sufrir un accidente de ese tipo? Esa era una de las razones por las que no me importaba tener alguna amiga, mi forma de pensar, era que, vivía en un mundo falso, lleno de materialismo e intereses de los cuales, no me importaba ser partícipe. (…) —Tu madre me contó lo que ocurrió con tu hermano en la madrugada —es el saludo que me da mi padre en cuanto me encuentro con él en el jardín para tomar el desayuno—, ¿Por qué no me despertaron? —No lo vi necesario, necesitas descansar —me acerco a él para besar su mejilla—, ya has hecho suficiente por nosotros, así que, si puedo ayudarte en algo, lo hago con mucho gusto. —Casi eres una niña, no es tu responsabilidad hacerte cargo de las irresponsabilidades de tu hermano. —No me molesta hacerlo —tomo una tostada y le echo chocolate derretido encima, para luego llevarla a mis labios. —¿Qué voy a hacer con tu hermano? —él lleva sus dos manos hasta su frente, en notoria frustración—, ya no sé en qué idioma hablarle. —¿Quieres que te dé una sugerencia, papá? Un asentimiento con la cabeza, es mi respuesta. —Quítale todos los beneficios que tiene, oblígalo a trabajar y a ganarse la vida, para que sea capaz de pagar todos los daños que ha ocasionado por sus borracheras. Una pequeña sonrisa se abre paso en sus labios, mientras me mira con interés. —¿Y tú desde cuándo creciste tanto? —Soy tu hija, ¿de qué te sorprende? —Díganme por favor que no están hablando de negocios —Cyan se acerca a nosotros, sosteniendo una bolsa de agua cerca de su cabeza—, en estos desayunos, no hay otra cosa de la que se hable, que no sean negocios, lo que se convierte en un completo bostezo. —Tú y yo luego hablaremos —advierte papá al señalarlo—, lo que sucedió en la madrugada, no me llena de orgullo, Cyan, pudiste haberte matado o pudiste haber matado a alguien más. —Eres una chismosa —me regaña mi hermano a la vez de que acomoda sus gafas oscuras en el puente de su nariz. —Te dije que hablaría con ellos, no tenía por qué tapar tus torpezas, pequeño cretino. —¿Comienzan a desayunar sin esperarme? Mamá es la última en acercarse a la mesa del jardín, donde se inclina a besar los labios de mi padre, para luego sentarse a su lado y servir su vaso de jugo de naranja. —¿Cómo te sientes, Cyan? —Solo necesito dormir, mamá. —Eso no pasará —niega enseguida—, voy a llevarte al médico, para que te hagan todos los estudios donde me indiquen que de verdad estás bien. —No es necesario, madre. —Tú te callas y obedeces —lo exhorta papá—, que justo ahora, eres mi persona menos favorita. —Es más que obvio, ¿no, papá? Jamás seré Paris, tu primogénita, tu gran orgullo. Le sonrío a mi hermano con sarcasmo, a la vez de que le muestro mi dedo medio, ganándome con ello que mi madre nos regañe a ambos por pelear en la mesa.
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