Paris
—¡Sorpresa!
Aplausos, globos, vítores, sonrisas genuinas y… mucha gente desconocida, es lo que me recibe justo cuando abro la puerta de mi casa. Llevo una mano hasta mi frente al leer un cartel: ¡Felices dulces 25, Paris!
Joder, ni siquiera recordaba que hoy era mi cumpleaños, había pasado tan ocupada atendiendo las reuniones que papá me encargó, que olvidé por completo que hoy hace veinticinco años, había venido al mundo.
—¡Feliz cumpleaños, tesoro!
Los primeros en acercarse a abrazarme, son mamá y papá, quienes me dedican una mirada cargada de orgullo.
—Perdón —niego con la cabeza al parpadear en repetidas veces—, no recordaba que era hoy.
—Paris Kozlova —mamá ladea su cabeza, a la vez de que hace un pequeño puchero—, ¿Cómo es que no recordabas tu propio cumpleaños?
—No es nada de qué extrañarse —papá me aprieta con fuerza, para luego besar mi cabeza—, disfruta de tu fiesta, cariño. Es tiempo de que descanses y dejes de trabajar.
Le dedico una pequeña sonrisa manteniendo los labios apretados, mientras acomodo un mechón de cabello rubio tras mi oreja y camino hacia el interior, moviendo la cabeza en señal de agradecimiento ante aquellos que salen a saludarme.
—¡Paris! ¡Que preciosa estás!
Un alto y guapo pelinegro se coloca frente a mi campo de visión, sonriendo sin parar mientras me mira de arriba abajo.
—Feliz cumpleaños —susurra.
—Disculpa, ¿te conozco?
Él frunce el ceño.
—Por supuesto, fuimos compañeros durante todos los años de secundaria… y ahora trabajo para tu padre.
—Sí, sí, como sea —le dedico una sonrisa a boca cerrada, tratando de encontrar algún recuerdo de haberlo visto antes—, lo siento, no te recuerdo, pero igual, no me interesa —le paso por un lado y me dirijo hacia la cocina, tratando de escapar de aquella locura de la cual, no quería ser partícipe.
Voy hacia la despensa de los vinos, y tomo una botella de vino tinto para servirme una copa, me sentía abrumada, cansada, por lo que, de verdad que no se me apetecía salir ahí y fingir que la pasaba bien cuando lo único que deseaba era envolverme en las cobijas y cerrar los ojos.
—Eres una mal agradecida.
Pongo los ojos en blanco al escuchar la voz de Cyan, mi hermano menor al entrar a la cocina.
—Papá y mamá se esmeraron en querer sorprenderte, y ¿les agradeces de este modo?
—Hola, hermanito. ¿Qué tal ha estado tu día? —finjo interés a la vez de que me siento sobre la isla de la cocina para observar a Cyan.
—El sarcasmo no es necesario, bruja.
Él sonríe, a la vez de que se acerca a mí para rodearme con sus brazos y besar mi cabeza.
—Feliz cumpleaños, Paris, te amo, ¿lo sabes?
—Lo sé, si tienes a la mejor hermana mayor de todo el mundo, está más que claro que la ames con locura —asiento con la cabeza en su dirección, para luego depositar un pequeño beso en su frente—, ve a disfrutar de mi fiesta por mí, ¿quieres?
—Eh, no. Tú vienes conmigo —manda al envolver mi muñeca con una mano para luego obligarme a bajar de ahí—, mamá y papá han preparado todo esto para ti, así que, ahora serás una buena hija y fingirás en que la estás pasando bien.
Entre reniegos, sigo a Cyan hasta el living, donde está aquella gran cantidad de personas de las cuales podía decir, que no conocía a la mitad.
—¡Cambia esa cara de pánico y ven a abrazar a tu padrino! —exclama Stefan al jalarme hacia él para envolverme en un enorme abrazo.
Me es imposible no contener la gran sonrisa que se forma en mis labios al estar envuelta en aquel singular cariño que me ha brindado desde que nací. Él besa mi mejilla y yo me acurruco en su pecho, tal y como si fuese la niña que buscaba refugio en él cada vez que lo veía.
—¡Padrino! No sabía que vendrías.
—Con la cara de pánico con la que entraste, no creo que fueses a ponerme mucha atención —bufa al poner los ojos en blanco—, mira nada más, si estás guapísima, rubia —él pasa sus manos por mis brazos, dedicándose a mirarme de arriba abajo—, lo lamentable es que casi eres una copia del imbécil de tu padre.
Me rio y niego con la cabeza, contrariándolo por completo, pues nunca encontré un problema en parecerme tanto a mi padre, a quien, desde un inicio, fui capaz de ver como mi héroe, mi modelo a seguir, aquella persona por la que luchaba a diario para llegar a ser como él.
—Gracias por estar aquí, padrino —asiento hacia él.
—Feliz cumpleaños, mi amor. Deseo de corazón, que todos tus propósitos lleguen a cumplirse.
—Es suficiente, tío Stefan —Cyan vuelve a aparecerse, dejando un vaso con un trago en mi mano derecha—, déjala ir a socializar junto a su hermano.
Mi hermano pasa un brazo sobre mis hombros, para jalarme hacia uno de los grupos de amigos que tiene, a los cuales los saludo de forma cordial, muy a pesar de no tener la menor idea de quienes eran. Sonrío al ver a mi hermano reír de forma descontrolada, a la vez de que hace planes para el fin de semana, sin ninguna duda, él era tan distinto a mí, su vida solo se basaba en fiestas, mujeres, y más fiestas, mientras que yo me la pasaba analizando en nuevas formas para levantar empresas llenas de éxito.
Me alejo de él, dedicándome a sonreírle a aquellos que se detienen a desearme feliz cumpleaños, trataba de ser amable, de verdad que me estaba esforzando en poner de mi parte para disfrutar de la fiesta que mis padres habían preparado con esmero para mí.
Al final, me rindo y acabo por salir al jardín de forma disimulada, donde me dirijo hacia las hamacas con las que solía jugar de pequeña junto a mi hermano. Me siento en una de ellas y tomo un cigarrillo que aún guardaba en la bolsa de mi saco, lo llevo a mis labios y lo enciendo, dejándome llenar por el sabor de la nicotina. Cierro los ojos y aspiro con lentitud, tratando de relajarme.
Abro los ojos y observo el cigarrillo entre mis dedos, dedicándome a reír al negar con la cabeza, al recordar todas las ocasiones en las que mi madre había insistido en que dejara de fumar, lamentándose por haberme heredado ese horrible vicio que ella obtuvo cuando era más joven.
—Tu padre me pidió que fuera amable contigo.
Miro hacia un costado, donde soy capaz de notar al mismo pelinegro que me saludó al entrar a mi casa, él se encuentra apoyado a uno de los árboles del jardín, mantiene un cigarrillo entre sus dedos, a la vez de que apoya su pie derecho contra el tronco del mismo. Es hasta en ese momento en que lo observo bien, es alto, muy alto y bastante guapo, de grandes pómulos y de labios regordetes, su nariz bastante perfilada y una mandíbula bastante marcada.
—Pero lo cierto es que es difícil ser amable cuando siempre he pensado que eres una niña malcriada, consentida y bastante arrogante.
Aquel extraño lleva su cigarro hasta sus labios, dándole una larga calada para luego soltar el humo por su boca.
Pongo los ojos en blanco, a la vez de que desvío la mirada.
—Ni siquiera sé quién eres.
—Tampoco me interesa que sepas quién soy.
—Me has dicho que trabajas para mi padre.
—Ajá —responde al volver a darle una calada a su cigarro—, soy uno de los ingenieros industriales de Lucerna Boris.
—No te pregunté qué hacías.
Él tuerce una sonrisa, a la vez de que se aleja del árbol para caminar hacia mí, hasta llegar a sentarse en la hamaca a mi lado.
—Imposible cambiar la perspectiva que tengo hacia ti.
—Lo lamento de verdad, la próxima trataré de caerte mejor —digo con notorio sarcasmo, haciéndolo reír aún más.
—No te mereces todo esto que ellos han hecho por ti, ¿sabes? —señala el interior de la casa, donde todo el mundo parecía divertirse—. Tienes una familia grandiosa que te ama y piensan en ti, ¿y qué haces a cambio? Escaparte para fumar un cigarrillo, sin detenerse a apreciar, aunque sea un poco de todo lo que tus padres están haciendo por ti.
Aprieto los labios, en una media sonrisa, mientras levanto una ceja, dedicándome a mirar fijamente a sus ojos oscuros.
—Dame tu opinión cuando la pide, de lo contrario, mantén la boca cerrada.
Él chasquea la lengua, dedicándose a negar.
—En serio que no tienes ni idea de quién soy.
—No soy buena con los rostros y tampoco me interesa saber quién eres, así que, lo siento si aún esperas a que te pregunte tu nombre.
Una nueva risa brota de sus labios, mientras pasa una mano por su oscuro cabello.
—Philippe —levanto la cabeza en cuanto escucho la voz de mi padre, quien se acerca a ambos con una enorme sonrisa en su rostro—, ¿acaso ya te estabas poniendo al día con Paris?
Philippe… ese nombre, ¡claro que lo recordaba! Philippe Roussel, el francés, había sido mi compañero durante todos los años de la secundaria, era con quien solía hacer mis trabajos de investigación, pero, luego, se había mudado de regreso a Francia en cuanto acabamos la secundaria, por lo que, había perdido todo contacto con él.
—Eso quería, señor Kozlov —él asiente con la cabeza, al ponerse de pie—, pero su hija sigue siendo igual de engreída. Probablemente nadie la soporte, ¿verdad?
Pongo los ojos en blanco al escucharlo hablarme de ese modo, pues, ahora que lo recordaba, siempre me decía que era engreída, pero, que, a pesar de ello, él sí era capaz de tolerarme.
Él estrecha la mano de mi padre, para luego estrecharlo en un abrazo.
—Gracias por la invitación, señor Kozlov, supongo que nos veremos el lunes en el trabajo.
—Gracias por venir, Philippe —mi padre lo despide, dedicándose a soltar un lento suspiro.
En cuanto el francés se va, él se sienta a mi lado, dedicándose a mirarme con desaprobación.
—¿Qué? —pregunto a la defensiva.
—Hija… tienes veinticinco.
—Sí, gracias por recordármelo.
—Estás aquí, lejos de tu fiesta.
—Papá, te lo agradezco, pero bien sabes que eso no es lo mío —le sonrío, tratando de no hacerlo sentir mal.
—Eres muy joven, y la verdad es que me preocupa que solo pienses en trabajo, ¿no te gustaría salir más? ¿conocer más personas tal vez? ¡mi amor! —él eleva la voz—, eres una chica hermosa, la cual debería de pensar en la posibilidad de tener un romance.
—Entonces propones que salga con Philippe, por eso él está aquí.
—¡No, claro que no! Pero podrías proponerte conocer a personas de tu edad y dejar de mezclarte tanto en los negocios, para todo hay tiempo, Paris.
—Papi, sabes que los negocios son mi vida, y que, de verdad, no me interesa socializar con nadie. Soy feliz con la vida que llevo.
Un lento suspiro deja sus labios mientras se dedica a mirar el poco cigarro que aún queda entre mis dedos.
—Y por favor, ya deja de fumar que vas a llegar a matarte.
Me pongo de pie, para darle un abrazo y besar su mejilla.
—Te amo. Gracias por la fiesta, de verdad que ha estado divina.
—Ni siquiera has estado en ella —hace una mueca.
—Claro que sí, me he tomado un trago con Cyan.
Él pone sus ojos en blanco, a lo que yo le sonrío.
—Me voy a dormir. Te amo, papá —me despido para luego volver a dirigirme a la casa.