—Paulina, entra ¿No sé supone que estarías con tu «Amiga»?—mencionó Alejandro con una mueca de bienvenida, acercándose a ella con pasos firmes y envolviéndola en un abrazo cálido y reconfortante. Para él, el abrazo era como un refugio en medio de la tormenta.
—Me cansé de escucharla llorar por ti.
La voz de Paulina resonó en la habitación, llena de angustia y desilusión. Se veía agotada, como si hubiera cargado el peso de un mundo sobre sus hombros.
—Ella no para de decir que ya se cansó de ser tu amante. ¿Querías vengarte de ella? Pues ya lo estás logrando, ambas están locas por ti.
Alejandro suspiró profundamente, desviando la mirada hacia el suelo. Sabía que las palabras de Paulina llevaban consigo una verdad incómoda que prefería ignorar. Pero no podía eludir la realidad por más tiempo.
—Y no me interesa ninguna de las dos. —La voz de Alejandro sonaba impregnada de hastío y aburrimiento—. Camila es tan mojigata que cada vez que estoy con ella, debo vaciar mi mente. Y Ximena, es tan estúpida e inmadura que empieza a cansarme.
El ambiente se volvió aún más tenso, como si la habitación se hubiera quedado sin aire. Paulina miraba fijamente a Alejandro.
—¿No crees, Alejandro, que la verdad debería salir a la luz de una maldita vez? —exclamó Paulina con desesperación—. Yo ya no soporto ser su amiga. Te dije que te ayudaría con esto, pero en verdad ya no puedo soportarla. Es tan... ¡ah! ... Lucas la eligió a ella, y eso me hace aún más enojar.
Las palabras de Paulina resonaron en la habitación, llenando el espacio con su amargura. Alejandro se tomó un momento para procesar lo que acababa de decir.
—Existen muchos hombres más. ¿Y cómo se supone que voy a sacar la verdad a la luz? Ximena ni siquiera me presta atención, y la estúpida de Camila, cree que su hijita está destrozada por su ruptura. Qué estúpidas y fáciles de manipular son estas mujeres, es desgastante. No son como... —suspiró Alejandro, recordando a Xiomara, su ex esposa.
Paulina, con ojos vidriosos, miró a Alejandro con una mezcla de tristeza y comprensión. Sabía que él seguía sufriendo por la pérdida de Xiomara, la mujer que verdaderamente había amado.
—¿Aún la extrañas? —preguntó Paulina con una voz suave, tratando de brindarle algo de consuelo en medio del caos emocional que los rodeaba.
Una sombra de tristeza cruzó el rostro de Alejandro cuando tomó una foto que reposaba sobre su escritorio.
En ella se veía el rostro sonriente de Xiomara, sus ojos brillantes y su cabello rubio cayendo en cascada. Cada vez que miraba esa imagen, la melancolía lo invadía.
—La amaba, pero ella murió. Es la única mujer con la que he deseado tener una familia, la única por la que mi amor desafiaría los límites —dijo Alejandro, con su voz llena de nostalgia y dolor.
Paulina se acercó lentamente hacia él, su mirada llena de empatía y compasión. Extendió su mano y tocó suavemente el hombro de Alejandro, intentando brindarle algo de consuelo en medio de su tormento.
—Lo siento mucho, hermano. Sé lo que ella significaba para ti —susurró Paulina con voz entrecortada.
Alejandro asintió con gratitud, agradeciendo el gesto de apoyo de Paulina. Sabía que ella había estado allí para él a lo largo de todos estos años, siempre dispuesta a escuchar y brindarle consuelo.
—Eso no importa ahora. Ya se me ocurrirá cómo hacer que la verdad salga a la luz. Por ahora, debo irme. Tú encárgate de terminar algunos pendientes de la empresa. Debo partir —dijo Alejandro, levantándose de su asiento.
La confusión se reflejó en los ojos de Paulina mientras lo miraba. Quería hacerle más preguntas, entender sus motivos, pero sabía que era inútil. Siempre había sido así con Alejandro, siempre había ocultado sus verdaderos sentimientos, incluso cuando la necesitaba.
—¿Por qué, Alejo...? —dijo Paulina, su voz llena de confusión.
Alejandro sonrió con ternura y se acercó a ella, levantando una mano para acariciar suavemente el cabello de Paulina.
—Porque algún día te quedarás con esta empresa. Recuerda que es tu herencia. Ya deberías aprender a manejarla —respondió Alejandro con dulzura.
Paulina frunció el ceño, sintiéndose aprovechada pero incapaz de resistirse a la cercanía y el afecto de su hermano.
—Te aprovechas porque te quiero, hermano —dijo Paulina, dejando escapar una risa con una mezcla de frustración y cariño. A pesar de todo, al final del día, seguían siendo familia.
—Siempre me aprovecho del cariño de los demás, pero sabes que te quiero, y pronto todo terminará, Pau —afirmó Alejandro con una voz cargada de emociones encontradas, dejando en claro su cariño por ella.
Paulina, con los ojos humedecidos, agradeció las palabras de su hermano mientras Alejandro le daba un beso en la frente. Ella esbozó una sutil sonrisa, mezcla de gratitud y tristeza.
—¿A dónde irás? —inquirió ella con curiosidad genuina, su mirada estaba llena de particularidad y expectación.
El rostro de Alejandro se iluminó por un momento antes de contestar.
—Iré a visitar a nuestro invitado —respondió Alejandro antes de alejarse de Paulina. Mientras tanto, ella se acomodaba en el escritorio, revisando meticulosamente los papeles que reposaban frente a ella.
La luz ligera de la lámpara resaltaba sus rasgos determinados y concentrados.
Alejandro dejó la empresa y se dirigió a paso firme hacia su casa, el lugar que durante años había sido su hogar junto a Xiomara. Al abrir la puerta, su mirada fue recibida por un escenario desolador.
La casa, que en otro tiempo había sido un refugio lleno de amor y felicidad, yacía descuidada y cubierta de polvo.
Incluso en el exterior, enormes grafitis vandalizaban la fachada, una muestra sombría de la decadencia que había sucedido en su ausencia. El viento soplaba frío, haciendo que los árboles del jardín se meciesen con tristeza.
Un sentimiento de nostalgia inundó el corazón de Alejandro al adentrarse en el umbral, mientras los recuerdos de risas compartidas y momentos de complicidad con Xiomara resurgían en su mente. Sus pasos resonaban en las paredes vacías que alguna vez habían sido testigos de la calidez y vitalidad de su hogar.
Cerrando los ojos y permitiendo que los recuerdos fluyeran, Alejandro se encontró con una cruel realidad al abrirlos nuevamente: ahora solo veía sábanas blancas cubriendo los muebles, una triste imagen que contrastaba con la calidez y vitalidad que alguna vez habitaba en ese lugar. El aire pesado y viciado de desolación llenaba cada rincón de la casa.
Decidido a encontrar respuestas, Alejandro descendió a las profundidades del sótano. La penumbra lo envolvió, revelando una figura demacrada y atada en una esquina, su cuerpo temblaba con el miedo palpable que emanaba.
—Déjame ir —suplicó el hombre con voz temblorosa y desgarradora, con su figura marcada por la desesperación.