Capitulo 17: Venganza.

1414 Words
Las cadenas que lo sujetaban gruñendo con cada uno de sus movimientos. La luz tenue que se filtraba a través de una pequeña ventana iluminaba su rostro angustiado y cubierto de heridas. Alejandro, con los ojos enrojecidos y llenos de ira, se acercó lentamente. —¿Por qué habría de hacerlo? Te atrapé después de años en los que fingiste tu propia muerte, más tuviste que aparecer hace tres años y quitarme a mi familia. Ahora pagarás por cada atrocidad cometida —expresó Alejandro, con su voz cargada de ira. Su mirada se clavó en el prisionero, buscando rastros de remordimiento en sus ojos, pero solo encontró una mirada vacía y desprovista de humanidad. El prisionero, con los músculos tensos por el miedo, soltó un gemido ahogado y trémulo en un intento inútil de soltarse de las ataduras. El aroma a humedad y decadencia llenaba el aire, intensificando el ambiente opresivo del sótano. Alejandro caminó despacio hacia una mesa cercana, donde había dejado las pinzas. La fría superficie metálica reflejaba la tenue luz, creando destellos de crueldad en los ojos de Alejandro. Su corazón latía desbocado mientras sopesaba las consecuencias de sus acciones. —¿Supiste que Xiomara estaba embarazada, sabías que iba a darme un hijo? —continuó Alejandro, dejando escapar un rastro de amargura en sus palabras. Cada palabra era como un puñal que se clavaba más profundo en su alma herida. —Mientras abusabas de ella frente a mí, mi odio hacia ti solo crecía más. Tú fingiste tu muerte años atrás, pero no estabas muerto, solo esperabas el momento de vengarte de mí y de Paulina, no te quedaste quieto hasta no quitarme a mi esposa, pero Camila sabía que seguías vivo, por eso la detesto con todo mi ser. Ella se encargó de cuidar a tu hija, mientras tú te regodeabas en tu maldad. El prisionero, ahora con rostro desfigurado por la tortura física y la culpa moral, lanzó una risa macabra que reverberó en las paredes húmedas del sótano. —¿Crees que al torturarme y causarme dolor, lograrás sanar tus heridas y encontrar la paz? Estás equivocado, Alejandro. La venganza solo traerá más oscuridad a tu vida. Solo perpetuará el ciclo de violencia y sufrimiento. Alejandro comenzó a reír como un demente. Su risa llenaba la habitación, retumbando en las paredes como un eco enfermizo. —Mientras mis heridas sanan y la paz se aleja de mí, me divierto tanto con esas malditas mujeres que tienes como esposa e hija. Cada vez que las veo o las tengo cerca, no puedo olvidar el dolor que nos infligiste a Paulina y a mí cuando éramos niños. No puedo borrar de mi mente lo que le hiciste a mi esposa hace tres años. No me importa morir sin paz si eso significa vengarme de ti y de tu maldita familia. Francis miró fijamente a Alejandro con una mezcla de valentía y rabia contenida. Sus ojos estaban llenos de una determinación sombría, eran reflejo del tormento que había sufrido y de la ira acumulada. —Tu venganza iba dirigida hacia mí, no hacia ellas —exclamó, intentando encontrar un atisbo de comprensión en los ojos siniestros dé Alejandro. Pero Alejandro no mostró ningún tipo de remordimiento ni consideración. Una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro mientras sus ojos brillaban con malicia. —Destruiré a toda tu familia. No solo por lo que me hiciste a mí y a Xiomara, sino también por lo que le hiciste a mi hermanita —respondió con un tono siniestro. Sus palabras eran veneno en el aire, cargadas de un odio antiguo y sed de venganza. —Tus hombres, con ferocidad despiadada, abusaron de Paulina mientras ella suplicaba por piedad, sumiéndola en una angustia que aún retumba en mis oídos. Y tú, despiadado y sin corazón, saciaste tus más oscuros deseos con mi indefensa esposa. No contento con eso, decidiste acabar con la vida de Xiomara, nuestro amoroso vínculo, y de nuestro inocente hijo, cortando sus vidas de raíz. Me arrebataste todo lo que amaba, todo lo que me daba fuerzas para seguir adelante en este mundo tan cruel. Las palabras de Alejandro, cargadas de un dolor profundo y una rabia incontenible, resonaban en el aire, envueltas en un aura de hostilidad y un deseo avasallador de venganza. Su mirada, llena de determinación, reflejaba la oscuridad que había consumido su alma. El silencio que siguió a su amenaza fue abrumador. El peso de la tensión era palpable, como si cada palabra pronunciada les empujara más cerca del precipicio. Ambos hombres estaban conscientes de que estaban al borde de un abismo sin retorno, sumidos en una batalla de vida o muerte. —Por todo lo que has hecho, ahora seré yo quien te lo arrebate todo a ti —continuó Alejandro con voz quebrada pero llena de determinación. —Destruiré la vida de tu hija y tu esposa, les arrebataré la felicidad que les queda. Y, como si fuera poco, te mostraré el mismo dolor que me obligaste a presenciar. Un cruel espectáculo en el que varios hombres mancillarán a tu amada y de tu hija. ¿Es eso lo que deseas? ¿Ver cómo les arrebato todo, tal como tú me arrebataste a mí? Cada palabra era lanzada con ferocidad, como el filo de una espada, apuntando directamente al corazón de su enemigo. La fuerza de sus amenazas y la oscura intención que las acompañaba colmaban el ambiente, generando una sensación sofocante de ira y sed de justicia. El silencio que reinó en ese momento fue denso, pesado, como si el universo mismo retuviera la respiración. Ambos estaban en una encrucijada irreversible, conscientes de que el enfrentamiento entre ambos traería consigo consecuencias devastadoras. En la incertidumbre del futuro, la mirada desafiante de Alejandro chocó con la del hombre que había destruido su vida, sellando un pacto silencioso de muerte y redención. Ninguno daría marcha atrás. La lucha final se acercaba, y solo uno de ellos saldría con vida. Pero en un último acto de valentía, Francis alzó su voz con determinación. Su semblante reflejaba la herida profunda en su corazón. —No te acerques a ellas o te juro que te mataré —advirtió con una fuerza que emanaba de su doloroso pasado. Alejandro, lleno de arrogancia y desprecio, no se inmutó ante la amenaza. Sus labios se curvaron en una expresión desafiante. —No tienes el poder para amenazarme —respondió con voz desafiante. —Voy a matarte antes de que puedas cumplir tu amenaza. Sin pensarlo dos veces, movido por una ira incontrolable, Alejandro tomó un cuchillo y lo clavó sin vacilar en las piernas de Francis. El prisionero soltó un grito desgarrador, un lamento de agonía que pareció retumbar en las sombrías paredes del sótano. La sangre brotaba rápidamente de las heridas, teñiendo el suelo de un oscuro carmesí. Con mano temblorosa y llena de odio, Alejandro retiró el cuchillo ensangrentado de la carne del hombre. La visión macabra de las heridas abiertas en sus piernas lo impulsó a encajar la hoja en varias posiciones, arrebatándole cualquier posibilidad de alivio. La mirada despiadada en su rostro reflejaba una ferocidad siniestra mientras introducía el filo del cuchillo en la boca de Francis. Con cada centímetro que avanzaba, obligaba al hombre a tragarse sin piedad los dos dientes arrancados anteriormente. La sangre brotaba como una fuente, cubriendo la garganta de Francis y comenzando a asfixiarlo cruelmente. Cada intento desesperado por respirar se convertía en una lucha agónica por la vida, mientras el sabor metálico del líquido escarlata inundaba su boca y garganta, añadiendo un nauseabundo matiz de terror a su tormento. —Aún no es el momento de acabar contigo. Quiero que veas lo que provocaste —murmuró Alejandro mientras se acercaba al televisor, encendiendo el dispositivo que revelaría los actos oscuros en los que estuvieron involucrados. Las imágenes de él y Camila, entrelazados en una pasión frenética, se sucedieron en la pantalla, mostrando una relación tóxica marcada por el deseo y la traición. Luego, las imágenes cambiaron, revelándo a él y Ximena, una relación marcada por el engaño y el dolor. —Disfruta del espectáculo —susurró Alejandro mientras palmeaba la mejilla ensangrentada del hombre. —Ambas son muy buenas en lo que hacen. Con un gesto cruel, hizo repetir el video una y otra vez, asegurándose de que la tortura emocional de Francis alcanzara su punto máximo. Finalmente, abandonó la casa destruida, dejando atrás una escena de pura oscuridad y desesperación.
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