Capítulo 15: Hermana.

1286 Words
—No sé por qué Ximena actúa de esa manera contigo —pronunció Camila con una expresión fruncida, mientras observaba desde el umbral de la puerta cómo Alejandro trabajaba enérgicamente desde su despacho, rodeado de montañas de papeles y libros. El sudor perlaba su frente y su pelo oscuro estaba un poco desordenado. Su mirada, cansada, pero determinada, reflejaba el compromiso que tenía con su trabajo. —No importa, ya encontraré la forma de contentar a tu hija. No quiero que los berrinches de Ximena nos separen —mencionó Alejandro con una voz cansada, poniéndose en pie y caminando hacía, Camila, tomando la mano de Camila y guiándola hacia su regazo, en un intento de ofrecerle consuelo. —Lo siento —susurró Camila, con los ojos llenos de culpa, mirando fijamente los profundos hoyuelos de Alejandro. —¿Por qué lo sientes? ¿Qué pasa, cariño? —preguntó Alejandro, acariciándole el rostro con gesto de ternura. Sus ojos, profundos y oscuros, mostraban la inquietud por Camila. —Es solo que me siento mal por haber malinterpretado las cosas entre Ximena y tú. Solían llevarse muy bien y ahora solo discuten. Ximena es como una hija para mí... Me duele ver cómo se están distanciando —explicó Camila, mientras una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla. Sus ojos, llenos de tristeza y amor, mostraban su angustia por la situación. —Cariño, yo no te engañaría y menos con tu hija. Además, Ximena es una malagradecida. Has hecho tanto por ella y ella te paga de esa manera, con sus groserías. Por qué no solo rechaza las cosas que intento para mantener la armonía entre nosotros, sino que también se porta groseramente contigo —mencionó Alejandro con un tono de decepción e incredulidad en su voz. Sus cejas fruncidas y el tono de su voz reflejaban su desilusión. Camila soltó un suspiro y se acurrucó más cerca del pecho de Alejandro. —Alejandro, la quiero. Solo está pasando por una fase. Nunca pensé que le afectaría tanto terminar con Lucas. Está confusa y herida, pero sé que en realidad aún nos ama a los dos —manifestó Camila, tratando de encontrar una explicación a los problemas emocionales de Ximena. Su voz, suave y temblorosa, mostraba su preocupación y esperanza. —No tengo ganas de hablar de Ximena ahora. Mejor me iré a la oficina a terminar mi trabajo. No me esperes despierta, tengo muchos pendientes —mencionó Alejandro, levantándose con cuidado y ayudando a Camila a levantarse de su regazo. Se puso de pie y se ajustó la chaqueta, apoderándose nuevamente de su actitud formal y distante. Sus movimientos, rápidos, pero precisos, mostraban su determinación por resolver sus responsabilidades. —Mañana me voy de viaje. Espero que las cosas no se pongan tensas entre tú y Ximena en mi ausencia —mencionó Alejandro mientras observaba a Camila, preocupada por la situación y la incomodidad en su hogar. Sus ojos, llenos de preocupación y afecto, buscaban consuelo en los de Alejandro. Camila asintió con tristeza y nerviosismo. —No lo sé, tal vez nos llevemos mejor. Descuida, la trataré con cariño en tu ausencia. A ver si puede modificar su conducta infantil y lograr la armonía familiar —dijo con un tono de esperanza en su voz. Alejandro se acercó a Camila y le dio un beso suave en los labios, como una promesa de que todo saldría bien. Su gesto, tierno y amoroso, brindaba consuelo a Camila. —Te amo y descansa. Mañana será un largo día para ti —susurró Alejandro antes de alejarse de Camila y abandonar la casa. En el patio frontal, se topó con Ximena y Paulina, quienes estaban sonriendo con complicidad. Ximena, con su cabello despeinado y revuelto, parecía una joven rebelde y espontánea. Sus ojos, brillantes y chispeantes, reflejaban su naturaleza juguetona y traviesa. Cada uno de sus mechones de cabello parecía tener vida propia, enmarcando un rostro de rasgos suaves y una sonrisa picarona que iluminaba su rostro. En contraste, Paulina lucía radiante con su larga cabellera rubia y ondulada, que caía en suaves y seductoras ondas por sus hombros. Sus ojos color avellana, enmarcados por largas pestañas, irradiaban coquetería y su sonrisa bien cuidada y aduladora era capaz de derretir el corazón de cualquiera. —Buen día, Alejandro —comentó Paulina con su voz dulce y seductora, mientras sus labios se curvaban en un gesto encantador. Alejandro, con su mirada intensa y su expresión seria, apenas respondió con un tono frío: —Igualmente... Extendió con cautela una pequeña caja hacia Ximena. Ximena, frunciendo el ceño y manteniendo una mirada desafiante hacia su padrastro, tomó la caja con una curiosidad mezclada con desconfianza. Antes de que Paulina pudiera siquiera vislumbrar lo que había dentro, Ximena rápidamente guardó la caja en el bolsillo de su saco, como si escondiera un tesoro preciado. Alejandro se alejó de ellas y subió a su lujoso auto, dejando atrás un ambiente cargado de incertidumbre y tensión. Condujo rumbo a su empresa, pero su mente vagaba lejos, sumergido en pensamientos sobre Ximena y el conflicto familiar que los rodeaba. Mientras se repetía una y otra vez que no debía enamorarse de Ximena. Al llegar a la compañía, fue recibido por una multitud de empleados sonrientes y gestos amables en sus rostros, pero él no podía apartar su aura fría y distante. Sin siquiera saludar a nadie, se dirigió directamente al elevador, sintiendo las miradas penetrantes y curiosas de todos los presentes sobre él. Al adentrarse en su elegante oficina, decorada con muebles de cuero oscuro y madera tallada, Alejandro se sirvió una generosa cantidad de whisky en un vaso de cristal tallado, admirando el brillo y el destello de la bebida ámbar. Su mirada se deslizó por la habitación, deteniéndose en la imponente vista de la ciudad a través de los ventanales, mientras inhalaba el aroma amaderado que impregnaba el aire. Mientras llevaba la bebida a sus labios, encendió la pantalla brillante de su celular y se encontró con un mensaje de Ximena. Las palabras en la pantalla parecían titilar, como si tuvieran vida propia. —Gracias por el collar, pero no lo quiero —leyó Alejandro, sintiendo cómo una sonrisa de superioridad se curvaba en sus labios ante lo que consideraba la inmadurez de Ximena. Pero en el fondo esos actos de Ximena eran los que más le llamaban la atención y que la hacían especial para él. Era un gesto de control y poder que reflejaba su dominio sobre la situación. Guardó el mensaje en lo profundo de su mente, decidido a no dejar que la rebeldía de Ximena lo afectara. Sumergido en su elegante oficina, Alejandro se aproximó a su meticuloso trabajo. Horas pasaron mientras se enfrascaba en la tarea importante que tenía entre manos. Su escritorio era un mar de papeles y documentos, y su mente se sumergía en un océano de números y estrategias. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia una fotografía enmarcada en su escritorio, donde se veía a él mismo junto a una mujer que ya no estaba a su lado, su amada «Xiomara». Repentinamente, la pesada puerta de su oficina se abrió de golpe y su atención se dirigió hacia Paulina. Ella irrumpió en la habitación, moviéndose con gracia y una urgencia en su paso, como si estuviera llevada por la corriente de un viento interior. Su cabello rubio, brillante como rayos de sol, caía en cascadas por sus hombros, realzando su belleza. Sus ojos color avellana, llenos de emociones encontradas, buscaban desesperadamente apoyo y consuelo en la figura de Alejandro. —Hermano —dijo Paulina, con una voz cargada de emoción, captando de inmediato la atención de Alejandro, que se puso de pie para recibirla.
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