Camila se acurrucó entre los fuertes brazos de Alejandro, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba y el cansancio le ganaba poco a poco.
Sus ojos se cerraron lentamente y se quedó dormida, sumergida en un profundo sueño reparador. Mientras tanto, Alejandro abandonó con delicadeza la cama, procurando no despertarla, y se encaminó hacia el baño. El agua caliente caía sobre su cuerpo, disipando la tensión acumulada y devolviéndole vitalidad.
Una vez que salió del baño, se dirigió al balcón para disfrutar de un momento de tranquilidad.
Encendió un cigarrillo, inhalando el humo con cierto deleite, mientras contemplaba la noche estrellada. Un pensamiento repentino lo hizo voltear la cabeza hacia la cama, donde Camila dormía plácidamente, su rostro iluminado por una suave luz lunar. Sus labios curvaron una leve sonrisa.
—Qué estupidez —murmuró Alejandro para sí mismo, mientras tomaba su celular entre las manos y revisaba las notificaciones.
Encontró una llamada perdida de Ximena. Apagó su cigarrillo con indiferencia y decidió ir a enfrentarla.
En silencio, salió de su habitación y atravesó el pasillo hacia la puerta de la habitación de Ximena. Sus pasos eran firmes, pero algo tenso, anticipando la confrontación que vendría. Golpeó ligeramente la puerta y, tras unos minutos de espera, esta se abrió revelando a una Ximena visiblemente molesta. Su expresión facial reflejaba el enojo que sentía en ese momento.
—¿Se puede saber qué quieres? —preguntó Alejandro, su voz denotando un ligero tono de irritación.
Ximena no perdió tiempo y fue directa al grano:
—¿Tú y mi madre se acostaron? —cuestionó, sus ojos brillando con mezcla de ira y tristeza.
Una mezcla de sorpresa y enojo cruzó el rostro de Alejandro. Se sentía atrapado en un juego complejo de relaciones enredadas.
—¿Vas a empezar con una escena de celos? —respondió Alejandro, intentando controlar su frustración.
—Creí que ya no te acostabas con ella —protestó Ximena acaloradamente.
Alejandro suspiró, tratando de mantener la calma.
—Camila es mi esposa y tú eres solo mi amante, así que déjate de reclamos.
—Crei que lo nuestro no tenía título, no quiero que te acuestes con ella, que yo...
—Mira niñita a mi no me vas a decir que debo o no debo hacer, Camila es mi esposa y tú no eres nada más ni nada menos que mi AMANTE no eres nada más que eso, eres la segunda así que decide de una maldita vez continuamos como estamos y le bajas a tus reclamos o lo nuestro se terminó.
—Crei que tú me amabas —pronunció Ximena.
—¿Amarte? Xime lo que ahí entre nosotros solo es momentáneo, solo es atracción carnal tu no me amas ni yo te amo a ti, solo disfrutamos del buen sexo y nada más, así que ve a reconciliarte con tu maldito noviecito por qué no quiero que tu madre sospeche de cómo te hago mia.
—Lo nuestro se acaba hoy alejandro —menciono molesta Ximena.
—Segura que es lo que quieres? Segura que no quieres esto —Alejandro tiro de Ximena hacia el y la besó.
Ximena lo rechazó empujándolo pero Alejandro la tomo de la nuca con fuerza y volvió a besarla.
Una cosa llevo a la otra y Alejandro y Ximena terminaron enredados en una danza de pasión.
Al final alejando volvió al lado de su esposa después de otra dicha.
Ximena se sintió aún más enojada y dolida, sus palabras resonaron en su mente, como cuchillas afiladas clavándose en su corazón. La situación se volvía cada vez más complicada y un torbellino de incertidumbre y sentimientos encontrados surgían en su interior, creando un caos emocional abrumador.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras se abrazaba las piernas recostada en la cama. Cada lágrima que caía era un reflejo de su dolor y frustración, rodando sin cesar por sus mejillas y dejando rastros salados a su paso.
En la mañana, cuando los primeros rayos de sol se filtraron tímidamente por las cortinas, Ximena se encontraba hundida en la oscuridad de su tristeza. La furia se reflejaba en su rostro, sus cejas fruncidas y sus labios apretados en una línea tensa. Su mirada, llena de rabia contenida, recorría con desdén el entorno que la rodeaba.
Sin ánimos de levantarse, pasó largos minutos sumida en su propio mundo de desolación. No fue hasta mediodía que decidió finalmente abandonar el refugio de su cama y enfrentar el día. Un aura de irritación la envolvía mientras se levantaba, sus movimientos eran bruscos y cargados de tensión.
Tomó un breve baño, sus manos acariciaban su piel con más fuerza de lo habitual, como si intentara borrar con cada frotamiento la ira que bullía en su interior. El agua caliente caía sobre su cuerpo, creando un contraste con su estado de ánimo, que seguía helado en una fría determinación.
Descendió las escaleras con pasos firmes y decididos. A su paso, las tablas crujían como un eco de su propia irritación. Su rostro reflejaba un gesto de descontento constante, sus labios apretados y sus ojos chispeando con una mezcla de rabia y tristeza.
Al entrar a la cocina, la visión de Camila y Alejandro parados frente a ella resultó un golpe adicional a su ya herida alma. Ximena frunció el ceño aún más, sus ojos lanzando dardos invisibles de furia.
—Hija, por fin despiertas —dijo Camila acercándose a Ximena y extendiendo su mano para tocar su frente—. Creí que estabas enferma. No puedo creer que te hayas despertado tan tarde, perdiste la universidad.
La leve caricia de Camila fue recibida con un gesto de rechazo, su ceño fruncido aún más pronunciado. Ximena apartó bruscamente su cabeza evitando cualquier contacto físico. El aire alrededor de ella se volvió espeso con su irritación, como si pudiera cortarse con un cuchillo invisible.
Se alejó de Camila con pasos instintivamente agresivos, deseando poner distancia entre ellos. Cruzó la cocina sin dirigirle una mirada a Alejandro, pero su mirada fulgurante dejaba claro su desprecio. No había espacio para la cordialidad en ese momento, solo una mezcla tóxica de enojo y decepción que amenazaba con desbordarse.
Ximena agarró la mayonesa de la nevera con un gesto brusco, su mano temblorosa por la mezcla de emociones que la consumían. Alejandro se mantuvo a distancia, como si supiera que cualquier intento de acercamiento sería rechazado de forma contundente.
Él le tendió una cuchara, intentando facilitarle las cosas, pero ella lo ignoró por completo. Sus dedos se envolvieron con firmeza alrededor del objeto metálico, apretando con fuerza su puño. Su mirada evitaba encontrar la suya, pero su presencia era una constante molestia que no podía ser ignorada.
Un silencio incómodo se instaló en la cocina, solo interrumpido por el sonido de sus propias respiraciones tensas. El ambiente cargado de hostilidad era palpable, como una tormenta a punto de estallar en cualquier momento.
—Creo que alguien amaneció de mal humor hoy —mencionó Camila con una sonrisa nerviosa al notar que Ximena estaba visiblemente enfadada e indiferente hacia Alejandro.
Su ceño fruncido y su mirada fría delataban su molestia. Ximena, con los brazos cruzados sobre el pecho, soltó un suspiro exasperado.
—Sí, pues mientras ustedes están derramando miel, mi novio me dejó, y todos los hombres que me rodean son unos idiotas —mencionó Ximena con amargura, sin dejar de clavar sus ojos en Alejandro. Su voz resonó con un dejo de desilusión y dolor.
Camila, intentando calmar la tensión, le dijo con voz apaciguadora:
—Lo siento mucho, Ximena. No debes generalizar, hay hombres buenos ahí fuera, deberíamos salir los tres y distraernos un poco.
Ximena se giró bruscamente, ignorando a Camila y lanzando una mirada llena de resentimiento hacia Alejandro.
—No, salgan ustedes, les hace falta. No quisiera que tuvieran más problemas en su matrimonio.
Sin esperar respuesta, comenzó a caminar alejándose de ellos. Su frustración era evidente y no se tomó ni siquiera el tiempo de prepararse un emparedado en la cocina, mostrando así su irritación.
En su habitación, Ximena se dejó caer sobre la cama, sintiendo una pesadez en el pecho. Frustrada y llena de rabia, comenzó a lanzar frenéticamente todo lo que encontraba en el armario, buscando una forma de desahogar su dolor y enojo.
En medio de su desahogo, la puerta de la habitación se abrió lentamente. Alejandro, apoyado contra el marco, con una mezcla de molestia y confusión en su rostro, preguntó:
—¿Se puede saber qué demonios te pasa?—. Su tono de voz denotaba su cansancio y frustración.
Ximena, sin siquiera levantar la mirada, respondió con tristeza y resentimiento:
—¿En verdad quieres saber lo que me pasa? ¿Por qué no regresas con tu amada esposa? Corre, que aquí yo solo...
Sus palabras se vieron interrumpidas por la presencia de Camila, quien había seguido a Alejandro.
—Ximena, no tienes por qué hablarle así a tu padre —intervino Camila, intentando mantener la calma a pesar de su decepción.
—Él no es mi padre, al igual que tú no eres mi madre. En serio no los soporto. Déjenme en paz.
Ximena empujó a Alejandro y cerró de golpe la puerta frente a ellos, mostrando toda su rabia acumulada.
Mientras Alejandro y Camila intentaban convivir y disfrutar del día, ninguno de los dos fue a trabajar y pasaron el día saliendo a comer, dando paseos en el parque y, al final, tuvieron una cena romántica.
Camila se esforzaba en mantener una conversación amena, pero el ambiente seguía cargado de tensión debido al comportamiento distante y resentido de Ximena.
Al finalizar el día, Camila dormía exhausta en la cama, mientras Alejandro, como siempre, fumaba en silencio, tratando de procesar la situación. Sin embargo, en medio de su cansancio, una necesidad lo empujó a salir de su habitación para buscar a Ximena.