Era la noche oscura y silenciosa cuando Alejandro finalmente llegó a su casa, con las luces apagadas y una sensación de incomodidad que lo acompañaba. Su mente estaba llena de pensamientos y emociones encontradas, mientras caminaba hacia la cocina con pasos cansados.
El peso de sus decisiones y acciones pasadas se hacía cada vez más evidente.
Suspiró profundamente antes de dirigirse al grifo y llenar un vaso de agua.
Cada sorbo parecía llevar consigo el sabor amargo de la desesperación que sentía en su interior.
Estar en esa casa, en ese lugar que solía ser su hogar, ya no le traía ninguna paz. Era como si se encontrara atrapado en un laberinto oscuro del que no podía escapar.
En ese momento, Ximena entró a la cocina, con el rostro impregnado de una mezcla de cansancio y tristeza.
Alejandro la miró, tratando de encontrar las palabras adecuadas para romper el incómodo silencio que los envolvía.
—Hola —mencionó Ximena en tono suave, con una pequeña sonrisa que intentaba disimular su agotamiento.
—¿No deberías estar dormida a estas horas? —preguntó Alejandro, arqueando una ceja mientras volvía a beber un poco de agua.
Ximena encogió los hombros, con la sombra de la preocupación cruzando por sus ojos.
—No puedo conciliar el sueño. Mi madre no está en casa, la llamaron inesperadamente en su trabajo y tuvo que subirse a un vuelo privado como azafata. Me enteré de que tú también te vas mañana de viaje —explicó Ximena, dejando escapar un suspiro.
—Sí, tengo unos asuntos pendientes que resolver. Así que no estaré aquí —respondió Alejandro, sin poder ocultar la amargura en su voz.
Ximena asintió con comprensión, dirigiéndose hacia la puerta para retirarse a descansar. Sin embargo, antes de poder dar unos pasos, Alejandro la detuvo al tomar su mano en la suya.
—¿Ya no estás enojada conmigo? —preguntó, con su voz llena de inseguridad y un atisbo de esperanza.
Ximena soltó un suspiro resignado, dejando que sus ojos se encontraran con los de Alejandro. En ese momento, toda la rabia y resentimiento que había sentido hacia él parecieron disiparse, dejando paso a un profundo cansancio.
—Me he rendido, Alejandro. Me he dado cuenta de que lastimar a mi madre no lleva a nada. Ella no se merece eso y yo necesito aprender a valorarme más. Me he sentido mal por Lucas, incluso he cuestionado mi propia conciencia —confesó Ximena, con su voz cargada de emociones contenidas.
—Apágala por esta noche —pronunció Alejandro pasando sus brazos por su cintura.
—No, Alejandro, estamos en un círculo vicioso. Yo no quiero ser tu amante y sé que es egoísta pedir algo más. Yo... —Ximena no terminó de hablar cuando Alejandro la besó. Ese beso la tomó por sorpresa, pero poco a poco fue correspondiéndole.
Un silencio incómodo se hizo presente en la habitación. Los minutos parecían estirarse, llevando consigo la tensión y la angustia que se había acumulado entre ellos. Fue entonces cuando Alejandro decidió actuar, buscando encontrarse a sí mismo en medio de la oscuridad que lo envolvía.
Tomó el rostro de Ximena entre sus manos, buscando en esos ojos que un día reflejaron tanto amor y confianza. Observó su mirada y, por un instante, todo pareció detenerse en el tiempo, como si estuvieran perdidos en el eco de los recuerdos.
—Ximena, no estamos atrapados en ningún círculo vicioso. Duerme conmigo —murmuró Alejandro con voz suave y entrecortada por la emoción.
Ximena abrió la boca para responder, pero las palabras quedaron atrapadas en su garganta. La lucha interna que había estado librando parecía detenerse en ese preciso instante. Una parte de ella anhelaba encontrar consuelo y cercanía en los brazos de Alejandro, mientras que otra parte temía que entregarse significara perderse a sí misma una vez más.
—No puedo hacerlo, Alejandro. He tomado una decisión y no puedo dar marcha atrás. No quiero ser tu amante y sé que es egoísta pedir algo más. Estoy planeando mudarme a otro lugar y hablaré con mi madre para decirle la verdad. Lo mejor para ambos es alejarme de ella —respondió Ximena, con su voz firme pero dolida.
Alejandro sintió cómo su corazón se apretaba con fuerza en el pecho. Con cada palabra de Ximena, se daba cuenta de la magnitud del daño que había causado y de la difícil situación en la que se encontraban.
Tomó la mano de Ximena con más fuerza, acariciando su mejilla con ternura mientras la miraba fijamente.
—Podrás decirle la verdad más adelante. No te estoy pidiendo que tengamos sexo, solo quiero que duermas a mi lado. Concíbelo como una despedida —rogó Alejandro, buscando un último momento de cercanía antes de dejarla partir.
Ximena soltó un suspiro profundo, sintiendo una mezcla de melancolía y añoranza por lo que alguna vez fue. A regañadientes, asintió, aceptando el gesto de Alejandro. Caminaron juntos hacia la habitación de Ximena.
Una vez en la habitación, se acurrucaron en la cama, abrazándose como si intentaran aferrarse al último vestigio de lo que alguna vez fue su pasión. Alejandro pasó su brazo por debajo de la cabeza de Ximena mientras observaban el techo en silencio, sumidos en sus propios pensamientos.
El ambiente estaba lleno de una tensión palpable, pero también de un deseo aún persistente entre los dos. Cada respiración parecía un eco de los momentos compartidos, una melodía melancólica que recordaba toda la pasión y dulzura que alguna vez existió.
Pasaron las horas en un silencio cargado de emociones no expresadas, cada uno inmerso en sus propios pensamientos y sentimientos indescifrables. Hasta que, finalmente, Ximena rompió el silencio. Con suavidad, giró su cuerpo hacia Alejandro y comenzó a acariciar su cabello con delicadeza, permitiéndose un momento de vulnerabilidad y conexión.
Él, sorprendido por su gesto, se posicionó de lado para verla mientras Ximena parecía explorar detenidamente el suave cabello de Alejandro, acariciándolo con curiosidad.
—Sé que no me amas, ya no tengo más dudas de eso, pero también sé que no amas a mi madre. Lucas me dijo que el que ama no traiciona. ¿Alguna vez has amado a alguien? —preguntó Ximena, con los ojos clavados en los de Alejandro.
Él la miró fijamente por un instante, sus ojos oscuros y profundos reflejando una mezcla de melancolía y anhelo. Con ternura, acomodó un mechón rebelde de cabello detrás de la oreja de Ximena, revelando aún más su rostro hermoso y delicado.
—Sí, hace algunos años —respondió Alejandro, su voz resonando con la tristeza de un pasado perdido.
Sus palabras parecían llevar consigo el peso de recuerdos y anhelos no olvidados.
—¿Dónde está ella? —preguntó Ximena con curiosidad, anhelando entender mejor la historia de Alejandro y los lazos que lo unían a otra mujer.
—Murió hace tres años —contestó él, dejando escapar un suspiro lleno de tristeza.
La sombra de la pérdida se reflejaba en su mirada, como si aún le doliera recordar ese acontecimiento traumático que lo había marcado irreversiblemente.
—Lamento mucho eso. Debe haber sido muy difícil para ti. Cuando mi madre murió, también fue difícil para mí. Si no fuera por Camila, no sé qué habría sido de mí —expresó ella, con su voz cargada de pesar mientras evocaba el doloroso recuerdo de su propia pérdida.
—¿Extrañas a tu mamá? —preguntó Alejandro, con el tono de su voz transmitiendo comprensión y empatía.
—Sí, mucho, aunque casi no la recuerdo —respondió Ximena con nostalgia, sus ojos brillando con pequeñas lágrimas reprimidas.
La imagen de su madre se desvanecía lentamente en su memoria, pero el amor que sentía por ella permanecía imborrable en su corazón.
—Me imagino que era igual de hermosa que tú —dijo Alejandro, con sus palabras llenas de sincero elogio. Un leve rubor coloreó las mejillas de Ximena ante el cumplido.
—Mi madre era muy cariñosa, y siempre he tenido miedo de olvidar su rostro —confesó Ximena con cierta tristeza en su voz.
La nostalgia se mezclaba con el temor de perder los rasgos familiares que habían sido su consuelo durante tanto tiempo.
—Creo que todos tenemos miedo de que eso pase —mencionó Alejandro, girando su cuerpo para estar boca arriba y contemplar el techo.
Su voz sonaba suave y reflexiva, llena de un reconocimiento compartido de la fragilidad de la memoria.
—Tú también tienes miedo de olvidarla, ¿verdad? —pronunció Ximena con delicadeza, como si deseara compartir ese temor con él.
Alejandro, alzando la vista para mirarla, asintió con melancolía en sus ojos, susurrando un «sí» apenas audible.