Alejandro se debatía en un conflicto interno desde que decidió nunca dejar que Xiomara saliera de su corazón, pero ahora sus sentimientos por Ximena latían con intensidad.
Mientras juró frente a la tumba de Xiomara y su hijo no nacido que no volvería a enamorarse, una mezcla de dolor y determinación lo embargaba.
Decidió canalizar su dolor en la búsqueda de venganza, convirtiéndola en su única motivación, aunque la presencia constante de Ximena lo hacía cuestionar sus propias decisiones. Sabía que ella era la única inocente en medio de la maraña de desdichas y secretos que rodeaban sus vidas.
El desprecio hacia Francis y Camila había envenenado su corazón, llevándolo a infligir daño a alguien que no merecía su ira. Y ese remordimiento comenzaba a carcomer su espíritu.
Quizás fueron los días compartidos con Ximena los que avivaron las brasas de sentimientos que creía haber enterrado bajo capas de amargura y resentimiento.
—Voy a recoger mis cosas, sé buena mientras esté ausente —le dijo Alejandro a Ximena, recibiendo una sonrisa genuina a cambio.
—Siempre me porto mal —bromeó ella.
La complicidad entre ambos se reflejaba en sus risas.
—Cuídate, volveré en unos días —murmuró Alejandro, acariciando suavemente la mejilla de Ximena antes de alejarse, llevándose consigo la esencia reconfortante de su presencia.
Al llegar a su habitación, encontró a Camila husmeando entre sus pertenencias. Alejandro se apoyó en el marco de la puerta, observándola con ceño fruncido.
—¿Se te ha perdido algo en mi maleta? —preguntó con tono cortante.
Camila, visiblemente nerviosa, se excusó tartamudeando:
—No, cariño, solo quería asegurarme de que tuvieras todo listo para el viaje.
—Preparé mi maleta yo mismo, así que estoy seguro de que no se me ha pasado nada —afirmó Alejandro con frialdad.
—Lo siento, ¿tienes que viajar? Te echaré de menos —murmuró Camila con una nota de tristeza en la voz.
A medida que se acercaba, Alejandro se apartó involuntariamente.
—¿Pasa algo? ¿Estás molesto conmigo? —inquirió ella con preocupación.
—No me gusta que revisen mis cosas, así que abstente de hacerlo. Me molesta, y ya me voy, te dejaré descansar —respondió Alejandro con brusquedad.
—No puedo dormir, además quería despedirme adecuadamente —murmuró Camila, comenzando a desabotonar su camisa.
—Debo irme —la ignoró Alejandro, tomando su maleta y dirigiéndose hacia la puerta, pero Camila lo rodeó con sus brazos desde atrás.
—Amor —susurró ella.
El término de cariño lo hizo retorcerse internamente, recordándole a Xiomara y la profundidad de su pérdida.
—Camila, se me hace tarde —murmuró Alejandro, desasociándose con esfuerzo de su abrazo y abandonando la habitación con paso firme.
Cada día que pasaba, el rencor hacia Camila se intensificaba, especialmente en este día que marcaba la ausencia de la mujer que amaba.
La mera cercanía de Camila le resultaba repulsiva. Al cerrar la puerta de su habitación, sintió como si dejara atrás una carga pesada.
Mientras caminaba por el pasillo, el sonido de la música proveniente del dormitorio de Ximena lo atrajo como un imán.
Con curiosidad, se acercó a la puerta y tocó suavemente. Ximena abrió, revelando un rostro iluminado por una sonrisa radiante.
—¿Ya te vas? —preguntó Ximena con un mechón de cabello rebelde cayendo sobre su frente, y la música resonando en el aire.
La imagen de Ximena, con su encanto desenfadado, hizo que Alejandro sonriera involuntariamente.
—Sí, me estoy yendo —respondió él.
—Te deseo un viaje maravilloso —dijo Ximena con sinceridad.
Alejandro estaba a punto de partir, pero al girar la mirada hacia la habitación de Camila, se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada.
Dejándose llevar por un impulso repentino, Alejandro se inclinó y robó un beso a Ximena.
Inicialmente sorprendida, Ximena pronto se dejó llevar por el momento, permitiendo que sus labios se encontraran en un beso apasionado.
Dio un paso atrás, y Alejandro la siguió, ambos entrando en la habitación con el corazón latiendo con fuerza. Mientras se besaban, sus cuerpos se entrelazaron en un abrazo ardiente, y Alejandro se sintió consumido por la intensidad del momento, deseando que el tiempo se detuviera.
—Ahora sí, será un buen viaje —murmuró Alejandro, observando el rubor en las mejillas de Ximena.
—Alejandro, ¿por qué haces esto? ¿No ves que estoy tratando de alejarme de ti? —susurró Ximena con voz entrecortada por la emoción.
—Quizás en el fondo no quiero que te alejes de mí. Ven conmigo en este viaje —propuso Alejandro con ternura.
—Pero ¿qué le diré a mi madre? Alejandro, he decidido que no quiero que sigamos siendo amantes —dijo Ximena con una nota de preocupación.
—Ven como mi amiga. Descubrí que tienes un viaje escolar. Solo ven conmigo. Te enviaré la dirección mañana, cuando salgas de viaje por la universidad —ofreció Alejandro, dando un paso atrás para permitirle espacio para reflexionar sobre su propuesta.
Ximena, aún renuente, acepta encontrarse con Alejandro en ese viaje, pero le advierte que solo será como amigos, pues está muy consciente de que ya no quiere ser la tercera rueda entre su madre y él.
—Está bien, Alejandro. Pero quiero que quede claro desde el principio que solo seremos amigos en este viaje —dijo Ximena con determinación, mirándolo directamente a los ojos.
Alejandro asintió, comprendiendo su postura. A pesar de sus propios sentimientos, respetaba la decisión de Ximena.
—Lo entiendo, Ximena. Será solo como tú lo decidas —respondió Alejandro, intentando ocultar su decepción.
A pesar de la advertencia de Ximena, Alejandro estaba agradecido de tenerla a su lado, aunque fuera solo como amiga. La idea de compartir momentos con ella, incluso en esa capacidad limitada, le brindaba consuelo en medio de su dolor.
Mientras el se alejaba de Ximena preparándose para el viaje, Alejandro se sentía dividido entre el deseo de venganza que lo había consumido durante tanto tiempo y la posibilidad de encontrar un respiro en la compañía de Ximena.
A medida que el coche se alejaba de la ciudad, se sumergió en pensamientos sobre el camino que había elegido y las consecuencias de sus acciones.
...
Alejandro caminaba por el andén de la estación de tren con la mirada perdida en el horizonte. El bullicio de la gente a su alrededor apenas lo alcanzaba, sumergido como estaba en sus propios pensamientos. El mensaje de su hermana resonaba en su mente una y otra vez, recordándole la razón por la que estaba allí solo, sin su compañera de viaje planeada.
«No me siento bien, Alejandro. Creo que es mejor que no vaya contigo esta vez.»
Aunque la preocupación por Paulina pesaba en su corazón, una pequeña chispa de alivio se encendió en su interior. Había estado anhelando este viaje durante tanto tiempo, esperando la oportunidad de ser libre, de explorar nuevos lugares y experiencias sin ataduras. Ahora, con su hermana enferma y fuera de los planes, esa oportunidad se le presentaba de manera inesperada.
«Quizás sea mejor así» pensó, intentando sofocar el sentimiento de culpabilidad que lo invadía.
No quería alegrarse por la enfermedad de su hermana, pero al mismo tiempo, una parte egoísta de él ansiaba este viaje en solitario.
Con paso decidido, se dirigió hacia el tren que lo llevaría lejos de la ciudad, lejos de las responsabilidades y las expectativas.
Ximena lo alcanzaría al día siguiente en la primera parada de su itinerario, pero Alejandro no sentía la necesidad de esconderse de ella ni de jugar a las escondidas.
Quería ser auténtico durante este viaje, mostrarle a Ximena quién era realmente, sin las máscaras ni las expectativas que habían envuelto su relación en el pasado.
A pesar de que Ximena había dejado claro que ya no quería ser su amante, Alejandro no planeaba seducirla ni manipularla emocionalmente.
Este viaje era una oportunidad para redescubrirse a sí mismo, para encontrar la claridad y la paz que tanto anhelaba en su vida.
Con un suspiro, Alejandro abordó el tren, dejando atrás la estación y todos los problemas que lo habían atormentado últimamente. El viaje apenas comenzaba, pero ya podía sentir la liberación que lo envolvía, como si cada kilómetro recorrido lo acercara un poco más a su verdadero yo.