Alejandro llegó exhausto a su destino, una ciudad que despertaba en él una mezcla de emociones. Al entrar al hotel, fue recibido por una recepcionista amable y coqueta, pero su mente estaba lejos de prestarle atención. Simplemente dio sus datos para la habitación y se dirigió al ascensor, sumido en sus pensamientos.
Mientras el ascensor ascendía lentamente, Alejandro no podía evitar recordar los momentos que había compartido en esa misma ciudad con Xiomara. En un instante de desesperación, Alejandro marcó el número de su mejor amigo, Jorge, necesitaba desahogarse con alguien de confianza.
Jorge contestó al segundo tono.
—¿Alejandro, todo bien?
—No, Jorge, todo está lejos de estar bien —dijo Alejandro, su voz temblorosa con la emoción contenida. —Estoy en la ciudad donde conocí a Xiomara, y cada esquina, cada callejón, me recuerda a ella.
Jorge escuchó en silencio mientras Alejandro compartía sus pensamientos y recuerdos, ofreciendo palabras de consuelo y apoyo cuando era necesario.
—Lo entiendo, amigo —dijo Jorge con empatía. —Xiomara era una parte importante de tu vida, pero también sabes que necesitas seguir adelante. ¿Qué tal si te distraes un rato?
Alejandro agradeció el gesto de Jorge.
—Gracias, Jorge. Creo que sí podría ayudar. Solo que ¿a dónde iría?
—Te enviaré la ubicación de un café tranquilo que descubrí la última vez que estuve en la ciudad —respondió Jorge. —El café es delicioso.
Con el alivio de saber que tenía el apoyo de su amigo, Alejandro salió del ascensor decidido a enfrentar sus emociones y encontrar algo de paz en medio de sus recuerdos dolorosos.
La habitación del hotel era cómoda pero impersonal, y mientras desempacaba sus cosas, trató de apartar los pensamientos de Xiomara de su mente.
Sabía que no podía permitirse dejarse consumir por el pasado, no cuando tenía asuntos pendientes que resolver en el presente. Decidió salir a explorar la ciudad, sumergirse en sus calles y su gente, tratando de encontrar algo de paz en medio de sus recuerdos dolorosos.
El zumbido constante de la ciudad resonaba en los oídos de Alejandro mientras caminaba por las concurridas calles. Los edificios altos se alzaban a su alrededor, creando un laberinto de concreto y cristal que parecía absorber la luz del sol. A cada paso, las imágenes del pasado se mezclaban con el presente, haciéndolo sentir como si estuviera atrapado entre dos mundos.
Se detuvo frente a una cafetería con mesas al aire libre, el aroma del café recién hecho tentándolo desde la distancia. Decidió entrar y se acomodó en una mesa cerca de la ventana, observando a la gente pasar mientras saboreaba su bebida caliente.
—¿Qué tal el café, guapo? —preguntó la camarera con una sonrisa traviesa, rompiendo el silencio.
Alejandro levantó la mirada, sorprendido por la atención repentina. La camarera era joven y vivaz, con los ojos brillantes y el cabello oscuro recogido en un moño desordenado.
—Está perfecto, gracias —respondió Alejandro con cortesía, esbozando una sonrisa educada.
La camarera se inclinó un poco más cerca, jugando con un mechón de su cabello.
—Si necesitas algo más, no dudes en pedírmelo. Estaré encantada de ayudarte en lo que sea —dijo con coquetería antes de deslizarse hacia otra mesa, dejando a Alejandro con una mezcla de desconcierto y divertimento.
Sacudiendo la cabeza para despejar sus pensamientos, Alejandro se concentró en su café y en el murmullo de la calle que llegaba desde afuera. Intentaba mantenerse enfocado en el presente, en lugar de dejar que los recuerdos lo arrastraran al pasado una vez más.
Después de terminar su café, Alejandro decidió continuar explorando la ciudad. Caminó sin rumbo fijo, dejándose llevar por las corrientes de gente y el bullicio de la vida urbana. Pasó por parques y plazas, tiendas y restaurantes, absorbiendo la energía vibrante que irradiaba cada rincón de la ciudad.
A medida que avanzaba, las imágenes del pasado seguían acechándolo, recordándole momentos compartidos con Xiomara en aquellos mismos lugares. Recordaba cómo solían pasear por el parque de la mano, riendo y bromeando como dos jóvenes enamorados. Recordaba las cenas románticas en los restaurantes de moda, las noches de baile en los clubes nocturnos, la sensación de estar unidos en cuerpo y alma.
Pero también recordaba las peleas y las discusiones, los momentos de tensión y resentimiento que habían empañado su relación. Recordaba las palabras hirientes y los silencios incómodos, la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable de amor.
Sacudiendo la cabeza para alejar esos pensamientos, Alejandro se obligó a concentrarse en el presente. Se detuvo frente a una librería antigua y decidió entrar, buscando refugio en las páginas de un buen libro.
El interior de la librería era acogedor y tranquilo, con estanterías repletas de libros de todas las épocas y géneros. El suave murmullo de las páginas pasando por los dedos y el crujido del suelo de madera bajo sus pies creaban una atmósfera de serenidad que Alejandro encontraba reconfortante.
Se detuvo frente a una estantería de libros de historia y comenzó a hojear algunos títulos, dejándose absorber por las historias y los personajes que llenaban las páginas. Por un momento, pudo olvidar sus preocupaciones y sumergirse en un mundo diferente, lejos de los recuerdos dolorosos y las decisiones difíciles que lo acosaban.
Después de un rato, decidió comprar un par de libros y salir de la librería. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos y dorados. La ciudad parecía tomar un respiro después del ajetreo del día, y Alejandro se detuvo por un momento para contemplar la belleza del paisaje urbano que se extendía ante él.
Mientras observaba las luces parpadeantes y los edificios altos que se recortaban contra el cielo anaranjado, una sensación de paz lo invadió. A pesar de los desafíos y las dificultades que había enfrentado, todavía encontraba belleza y esperanza en el mundo que lo rodeaba.
Con un suspiro de satisfacción, Alejandro decidió regresar al hotel. Había tenido suficiente exploración por un día y estaba ansioso por descansar y recargar energías para las aventuras que le esperaban mañana.
Al entrar en su habitación, se dejó caer en la cama con un suspiro de alivio.
Ala mañana siguiente Alejandro se despertó temprano cuando el sol apenas daba sus primeros rayo, se preparó un café mientras revisaba sus mensajes.
No sabía si Ximena se había arrepentido de acompañarlo en su viaje, y eso lo hacía sentir incómodo.
vevio su café mientras miraba bajo sus pies a los transeúntes que pasaban apresuradamente por las calles.
Al pasar las horas y no recibir un mensaje de Ximena decidió salir a desayunar con rumbo al café que Jorge le había recomendado
Alejandro no tenía apetito, ni siquiera un poco, sino que se sentía incómodo, como si un peso invisible oprimiera su pecho con cada respiración.
Sus planes eran apenas llegar a la ciudad e ir a visitar la tumba de su esposa y su hijo, pero no podía hacerlo. Aún se sentía culpable de que ambos murieran en sus brazos y no poder hacer nada por ellos.
—Me duele la cabeza —murmuró Alejandro mientras un mensaje iluminaba su pantalla, la luz del teléfono parecía empeorar su malestar.
Era un mensaje de Camila donde le reclamaba por no haberle enviado ningún mensaje ni haberla llamado el día anterior.
Alejandro respiró con amargura y bloqueó su número. Esos días quería descansar de Camila, necesitaba espacio para procesar su dolor sin interferencias.
Pero cuando terminó de bloquear el número de Camila, le llegó otro mensaje de Ximena.
«Ya estoy aquí, en la ciudad. ¿Dónde estás?»
Una ligera sonrisa iluminó su rostro tras leer el mensaje y le mandó la dirección del café. Ximena respondió que en 5 minutos llegaría, que el taxista le había dicho que estaban cerca de la dirección.
Alejandro pidió un desayuno ligero para Ximena, sin saber si ella había desayunado antes o no. Observó el entorno del café, las mesas de madera pulida, las sillas de mimbre con cojines rojos, el murmullo de conversaciones entremezclado con el aroma del café recién hecho.
Él se encontraba jugando con sus cubiertos cuando Ximena se acercó a él.
—Hola —saludó Ximena, su voz era como un bálsamo para Alejandro en medio de su tormento interno.
Alejandro se puso en pie al instante y arrastró una silla para que Ximena se sentara.
—¿Creí que no vendrías? —confesó Alejandro, sus ojos mostraban una mezcla de alivio y sorpresa.
—Estuve por no venir, si te soy sincera, pero aquí estoy. ¿Ya fuiste a visitar la tumba de Xiomara? —preguntó Ximena mientras miraba con atención el desayuno frente a ella, sus ojos mostraban comprensión y empatía.
—No, no me siento preparado para ir a verla —Ximena vio un destello de amargura en los ojos de Alejandro mientras él bebía su café, una sombra de dolor que no podía ocultar.
—Alejandro, viniste aquí por su aniversario, así que debes ir. No puedes huir de ella todo el tiempo —mencionó Ximena mientras tomaba la mano de Alejandro como muestra de apoyo, sus palabras eran un recordatorio gentil pero firme.
—Desayuna —le dijo Alejandro a Ximena de forma fría, aunque su tono no reflejaba el agradecimiento que sentía por su presencia.
—La verdad es que me muero de hambre, gracias por la comida —mencionó Ximena, haciendo que Alejandro sonriera al verla devorar la comida como si no hubiera comido en días, su apetito era contagioso.
—Parece que te tenían amarrada —bromeó él, y ella se le quedó viendo con cara de fusil, una mirada divertida que provocaba un chisporroteo de vida en medio de la melancolía.
—No he comido bien últimamente. Terminando el desayuno, iremos a una floristería y compraremos muchas flores. ¿Cuáles eran sus flores favoritas? —preguntó Ximena, su voz rebosaba de determinación y afecto, decidida a hacer algo significativo para honrar la memoria de Xiomara.
—Los tulipanes —respondió Alejandro con una sonrisa nostálgica, recordando las veces que su esposa los admiraba en su jardín.
—Muy bien, compraremos tulipanes de todos los colores, y para tu bebé le llevaremos rosas blancas. Dicen que las rosas blancas representan la pureza, y ¿quién es más puro que ese angelito? —Ximena hablaba con entusiasmo mientras seleccionaba las flores en su mente.
—Iba a ser niña —comentó Alejandro, con una mezcla de alegría y tristeza en su voz.
—Genial, entonces rosas blancas con rosas rosas y un osito de peluche para acompañarlas —decidió Ximena, con una mirada comprensiva hacia Alejandro.
Alejandro se quedó mirando a Ximena por un momento, sin comprender su forma de actuar. Ella parecía tan decidida y, a la vez, vulnerable.
—No me mires así, ayer cuando tú viniste, fui a ver la tumba de mi mamá. Le llevé muchas rosas y le dije que la extrañaba. Lloré mucho. Me dolió saber que casi no la recordaba, ni siquiera recuerdo cómo era ella a ciencia cierta, solo recuerdo que me decía «pequeño rayito de luz». Extraño a mi madre, y creo que en el fondo no he podido superar que mi padre tuviera una amante.
Alejandro asintió en silencio, comprendiendo un poco más el dolor que cargaba Ximena. Entonces, decidió compartir su propia historia.
—¿Camila?
—Sí, Camila era la amante de mi padre, aunque ella no sabe que yo lo sé. Cuando mi madre enfermó, Camila, antes de ser azafata, era enfermera. Yo los vi cuando era niña, cómo ella se metió en la cama de mi padre cuando mamá estaba debatiéndose entre la vida y la muerte a causa del cáncer. Mi madre murió y al año Camila se convirtió en mi madrastra. Al principio la odiaba, pero con el tiempo me encariñé de ella y con el tiempo solo éramos ella y yo, ya que mi padre falleció. No me sentía sola, ya que la tenía a ella, y además no era tan allegada con mi padre.
—Ya veo, eso explica por qué aún le guardas rencor a Camila.
—Yo no le guardo rencor a Camila —protestó Ximena, bajando la cabeza al darse cuenta de que, aunque lo negaba, era verdad.
—Ximena, no soy psicólogo ni nada por el estilo, pero lo haces. Una parte de ti no puede olvidar ese sentimiento de ver a tu madre a punto de morir y a tu padre con otra mujer —mencionó Alejandro, tomando su mano con suavidad.
—No es sencillo de olvidar —aceptó Ximena, sintiendo el consuelo en el contacto de la mano de Alejandro.
La conversación continuó, cada uno compartiendo sus penas y encontrando un vínculo de comprensión en el dolor compartido. Alejandro relató cómo perdió a su esposa, Xiomara, en circunstancias trágicas, mientras Ximena escuchaba con atención, sintiendo empatía por su dolor.
—Mi familia nunca estuvo de acuerdo con mi relación con Xiomara. Nunca les pareció correcto que una mujer de escasos recursos se casara con una familia de abolengo. Lo dejé todo por ella, a mi familia y a todo. No me importaba nada si estaba a su lado. Solo teníamos 4 años de casados cuando ella murió. Siempre planeamos tener hijos, pero Xiomara no podía tenerlos, así que se sometió a un tratamiento experimental. Después de años, al fin quedó embarazada. Mi familia me buscó, bueno a ella, le ofrecieron una fortuna para que me dejara y abortara a mi hijo, pero ella se negó. Ella tenía 5 meses de embarazo al morir, justo el día que nos habían dicho que mi bebé sería una niña, la perdí a ambas. Créeme, sé lo que se siente perder a alguien que amas. Yo perdí a dos.
—Tu esposa era muy sabia —pronunció Ximena mientras limpiaba sus lágrimas con un pañuelo ofrecido por Alejandro.
—Sí, lo era, y además estaba igual de loca que tú. Me recuerdas a ella en algunas ocasiones. Deja de llorar y come que iremos a la floristería —dijo Alejandro con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.
—Sí —Ximena asintió con gratitud, encontrando consuelo en la presencia de Alejandro.
Juntos compartieron el resto de la comida en silencio, pero con una conexión más profunda y una comprensión mutua que los unía.