OCHO Sam no podía creer lo afortunado que era. Una guapísima chica del último año de preparatoria, a quien parecía agradarle bastante, le estaba enseñando su casa. Era súper sexy y agradable. Además, tenía toda una casa para ella sola. Era como si un ángel de Dios hubiera bajado del cielo y la hubiera dejado caer en su regazo. Todavía no podía creerlo. Era justo lo que necesitaba, y en el momento exacto. Tenía miedo de que su suerte se acabara en cualquier momento y ella le pidiese que se marchara. Sin embargo, eso no parecía posible por ahora; de hecho, daba la impresión de que la muchacha deseaba compañía. Tampoco se había molestado de haberlo encontrado en el granero, hasta se mostró contenta de que estuviera ahí. No podía creerlo; jamás había tenido tanta suerte en su vida. Mientra