SEIS Caleb y Caitlin estaban parados junto al río, mirándose a los ojos. Ella temblaba porque creía que él estaba a punto de decirle adiós. Pero de repente, algo atrajo la atención de Caleb. Desvió la mirada hacia el cuello de Caitlin y se quedó petrificado. Se inclinó, y con los dedos, le rozó el cuello a la altura de la garganta. Ella sintió el metal. Era su cruz. Olvidó que la traía puesta. Caleb la levantó y miró fijamente. —¿Qué es esto? —preguntó con delicadeza. Ella alzó la mano y la puso sobre la suya. Era su cruz, una pequeña cruz de plata. —Es sólo una vieja cruz —le contestó. Pero antes de terminar la explicación, se dio cuenta. Efectivamente era vieja. Había sido de la familia por generaciones. No podía recordar quién se la dio ni cuándo, pero sabía que era muy antigua