DOS
Caitlin deslizó la puerta del granero y entreabrió los ojos para ver un mundo cubierto de nieve. La luz blanca del sol se reflejaba en todo. Se cubrió los ojos con las manos porque sintió un dolor que jamás había experimentado antes. La luz la estaba matando.
Caleb salió y se paró a su lado. Terminaba de envolver sus brazos y cuello en un material fino y transparente, se parecía al plástico con el que se envuelven los alimentos, pero en este caso, la textura parecía deshacerse al contacto con su piel. Era imposible asegurar que hubiera algo ahí.
—¿Qué es eso?
—Envoltura para la piel —le dijo, mientras continuaba envolviéndose cuidadosamente los brazos y hombros—. Es lo que nos permite salir a la luz del sol. De lo contrario, nuestra piel se quemaría— miró a Caitlin—. Pero tú no la necesitas… aún.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.
—Créeme —contestó con una sonrisa—, Lo sabrías
Metió la mano en su bolsillo y sacó un frasquito con gotas. Se echó hacia atrás y se puso varias en cada ojo. Volteó y la miró.
Seguramente se dio cuenta de que a ella le dolían los ojos porque, con mucho cuidado, le puso la mano en la frente y presionó hacia atrás.
—Reclínate —le dijo.
Ella se hizo hacia atrás.
—Abre los ojos.
Cuando Caitlin los abrió, él dejó caer una gota en cada ojo.
El ardor era horrible. Cerró los ojos y bajó la cabeza.
—¡Ay!—se quejó frotándose los ojos—. Si estás molesto conmigo, sólo dímelo.
Caleb sonrió.
—Lo siento. Al principio quema, pero ya te acostumbrarás. En unos segundos perderás la sensibilidad y dejará de doler.
Caitlin parpadeó y siguió frotándose los ojos. Después de un rato miró hacia arriba y volvió a sentirse bien. Tenía razón, el dolor había desaparecido.
— La mayoría de nosotros todavía no nos aventuramos a salir durante las horas de luz solar, si no tenemos una razón de peso para hacerlo. Todos somos más vulnerables durante el día. Pero a veces debemos hacerlo.
La miró.
—La escuela de Sam —preguntó Caleb— ¿Está lejos?
—Sólo tenemos que caminar un poco —contestó ella al mismo tiempo que lo tomaba del brazo y lo conducía por el césped cubierto de nieve—. Es la preparatoria Oakville. Yo también estudiaba ahí hasta hace unas semanas. Alguno de mis amigos debe saber en dónde se encuentra Sam.
*
La preparatoria Oakville lucía exactamente como Caitlin la recordaba. Parecía un sueño estar de vuelta. Al mirar el edificio, sintió como si sólo se hubiera tomado unas breves vacaciones, y ahora había vuelto a su vida normal. Por un segundo incluso, creyó que todo lo que había sucedido en las semanas recientes, había sido parte de un sueño loco. Se permitió fantasear y pensar que todo estaba volviendo a la normalidad, que todo sería igual otra vez. Se sentía bien.
Pero cuando giró y vio a Caleb, supo que todo había cambiado, y si acaso había algo más surrealista que volver a su pueblo, era haberlo hecho con Caleb a su lado. Entraría a su antigua escuela acompañada de un hombre guapo de más de más de un metro ochenta, con hombros amplios y vestido completamente de n***o. El cuello alto de su gabardina negra le cubría el cuello y se escondía un poco detrás de su largo cabello. Parecía recién salido de la portada de alguna de esas populares revistas para adolescentes.
Caitlin imaginó la reacción que tendrían las otras chicas cuando la vieran con él, y sonrió. Nunca había sido muy popular que digamos y los muchachos jamás le prestaron mucha atención. Tampoco podía decir que fuera una marginada porque, en realidad, tenía varios buenos amigos. Pero tampoco era el alma de las fiestas; supuso que le gustaba permanecer en un punto medio. Por otra parte, recordaba que algunas de las chicas más populares la habían despreciado. Eran de aquellas que siempre andan en grupo, que caminan por los pasillos con su naricita respingada e ignoran a cualquiera que no sea tan perfecto como ellas. Tal vez ahora, la notarían.
Caitlin y Caleb subieron por las escaleras y cruzaron las amplias puertas de vaivén que estaban a la entrada de la escuela. Ella miró el enorme reloj: 8:30. Perfecto.
Los estudiantes estaban a punto de salir de la primera clase y los pasillos se llenarían en cualquier momento. Eso les ayudaría a pasar un poco desapercibidos y así, no tendría que preocuparse por la seguridad o por conseguir un pase.
En el momento oportuno, sonó la campana, y en segundos, los pasillos comenzaron a llenarse.
Lo bueno de Oakville era que no se parecía en nada a la espantosa preparatoria de Nueva York. Aquí, aún incluso cuando los pasillos estuvieran llenos de gente, siempre quedaba bastante espacio para maniobrar. En todas las paredes había grandes ventanales que permitían ver el cielo y dejaban entrar la luz. Además, había árboles por todos lados. Eso era casi todo lo que bastaba para extrañarla. Casi.
Ya estaba harta de la escuela. Técnicamente estaba a pocos meses de graduarse, pero sentía que había aprendido mucho más en las últimas semanas de lo que nunca lo haría sentándose en un aula durante unos meses más, esperando a que le dieran un certificado. Le encantaba aprender, pero la idea de nunca tener que volver, le gradaba mucho más.
Mientras caminaban por el pasillo Caitlin buscaba rostros familiares. Sin embargo casi todos los estudiantes eran de los primeros grados y le fue imposible encontrar a alguno de los muchachos mayores. Por otra parte, le sorprendió ver la reacción de las chicas: prácticamente todas voltearon a ver a Caleb; ninguna hizo el intento de ocultar su interés, o siquiera, de mirar en otra dirección. Fue increíble. Era como si paseara con Justin Bieber por los pasillos de la escuela.
Caitlin se dio vuelta y vio que todas las muchachas se habían detenido, y no dejaban de mirar a su acompañante. Varias se susurraban unas a otras.
Ella miró a Caleb, y se preguntó si él lo habría notado. Si era así, no mostraba ninguna señal y además, parecía no importarle.
—¿Caitlin? —se escuchó una voz sorprendida.
Caitlin volteó y vio a Luisa, una de las chicas de las que había sido amiga antes de mudarse.
—¡Oh, Dios mío! —añadió Luisa emocionada, arrojándose con los brazos abiertos para darle un gran abrazo. Antes de que Caitlin pudiera reaccionar, ya tenía a su vieja amiga encima y tuvo que corresponder el gesto. Era agradable ver un rostro conocido.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Luisa hablando a toda velocidad. Su acento latino se hizo evidente; había llegado de Puerto Rico apenas unos años antes.
—¡Estoy tan confundida! ¿No te habías mudado? Te envié mensajes de texto y correos electrónicos pero nunca me respondiste.
—Lo lamento —dijo Caitlin—. Perdí mi teléfono, y no he estado cerca de ningún ordenador, y...
Luisa no estaba escuchando. Acababa de notar a Caleb, y se quedó contemplándolo embelesada, boquiabierta
—¿Quién es tu amigo? —preguntó al fin, casi en un murmullo. Caitlin sonrió; jamás había visto tan nerviosa a su amiga.
—Luisa, te presento a Caleb —dijo.
—Es un placer —agregó Caleb, sonriendo con la mano extendida.
Luisa continuaba mirándolo. Levantó la mano lentamente, aturdida y obviamente, demasiado sorprendida para hablar.
Miró a su amiga sin comprender cómo había podido conquistar a un chico así. La miraba de una manera distinta, casi como si no la reconociera.
—Um... —comenzó Luisa a decir con los ojos muy abiertos— um... y... como que... y ustedes, eh, ¿dónde se conocieron?
Caitlin se quedó pensando un momento cómo respondería a esa pregunta. Se imaginó contándole todo a Luisa, y sonrió al pensarlo. Eso no funcionaría.
—Nos conocimos después de un concierto —dijo Caitlin.
De cierta forma era verdad.
—Ay, Dios mío, ¿cuál concierto?, ¿en la ciudad?, ¡¿el de los Black Eyed Peas?! —preguntó con premura— ¡Qué envidia! ¡Me muero por verlos!
Caitlin sonrió al imaginar a Caleb en un concierto de rock. Por alguna razón le parecía imposible que eso llegara a suceder.
—No exactamente —añadió Caitlin—. Luisa, escucha, siento interrumpirte, pero no tengo mucho tiempo. Necesito saber dónde está Sam. ¿Lo has visto?
—Por supuesto, todo mundo lo ha visto. Volvió la semana pasada; se veía muy raro. Le pregunté en dónde estabas y cuáles eran sus planes, pero no me dijo nada. Tal vez se esté quedando en ese granero abandonado que tanto le gusta.
—No, no está ahí —dijo Caitlin—. Ya fuimos a buscarlo.
—¿En serio? Lo siento, entonces no lo sé. Como está en otro grado, en realidad casi no nos vemos. ¿Ya trataste de enviarle un correo? Siempre está en f*******:.
—Es que no tengo mi teléfono —comenzó a explicar Caitlin.
—Toma el mío, —interrumpió Luisa, y antes de que pudiera terminar, puso su celular en la mano de Caitlin.
—f*******: ya está abierto. Sólo tienes que iniciar sesión y enviarle un mensaje.
Claro, pensó Caitlin. ¿Por qué no se me ocurrió eso antes?
Caitlin se conectó, escribió el nombre de Sam en el cuadro de búsqueda, fue a su perfil y eligió el botón para enviar mensajes. Ella dudó, preguntándose exactamente qué escribir. Luego tecleó: “Sam, soy yo, estoy en el establo, ven a buscarme de inmediato.
Pulsó Enviar y le devolvió el celular a Luisa.
Entonces escuchó un barullo y volteó.
Un grupo de las chicas más populares del último grado venían caminando por el pasillo directamente hacia ellos. Todas murmuraban y no dejaban de mirar a Caleb.
Caitlin sintió que la invadía una nueva emoción: Celos. En los ojos de aquellas chicas, que nunca antes le habían prestado atención, podía ver que les encantaría robarle a Caleb en un segundo. Eran el tipo de mujeres que podía influir sobre cualquiera en la escuela; sabían que podían tener a cualquier muchacho que desearan. No importaba si tenía o no novia. Lo único que te quedaba por hacer era cruzar los dedos para que no se fijaran en tu novio.
Y ahora, todas tenían la mirada fija en Caleb.
Caitlin esperaba, bien rezaba, que Caleb fuera inmune a sus poderes; que siguiera interesado en ella. Pero mientras más lo pensaba, más dudaba que lo hiciera. Ella era común y corriente, así que, ¿por qué habría de quedarse a su lado, cuando chicas como aquellas se morían por tenerlo?
Oró en silencio para que el grupito se siguiera de largo, por una vez en la vida.
Pero, por supuesto, no fue así. El corazón le palpitó con fuerza cuando el grupo giró y se dirigió hacia ellos.
—Hola, Caitlin —le dijo una de las chicas con un falso tono amistoso.
Tiffany. Alta, cabello lacio y rubio, ojos azules y delgada como un palo. Vestida con ropa de diseñador de pies a cabeza.
—¿Quién es tu amigo?
—Caitlin no sabía qué decir. Tiffany y sus amigas nunca le habían dirigido la palabra; antes, ni siquiera volteaban a verla. Estaba sorprendida de que supieran que ella existía, y hasta conocieran su nombre. Y ahora estaban buscando iniciar una conversación.
Por supuesto, sabía bien que no tenía nada que ver con ella. Querían a Caleb. Lo suficiente como para tener que humillarse y hablar con ella.
Y eso no le daba buena espina.
De seguro Caleb se dio cuenta de la incomodidad de Caitlin porque se acercó más a ella y la abrazó.
Jamás se había sentido tan agradecida con alguien por tener un gesto así.
Armada de una confianza recién descubierta, Caitlin habló.
—Caleb —dijo respondiendo a la pregunta de Tiffany.
—Y... ¿qué están haciendo por aquí, chicos? —preguntó otra de ellas. Era Bunny, la versión morena de Tiffany—. Pensé que te habías ido o algo así.
—Pues ya regresé —añadió Caitlin.
—¿Entonces tú, eres nuevo aquí? —le preguntó Tiffany a Caleb
—¿Estás en último año?
Él sonrió.
—Sí, soy nuevo aquí —respondió con aire de misterio.
Los ojos de Tiffany se iluminaron porque creyó que Caleb se refería a la escuela.