UNO
Valle del Hudson, Nueva York
(Día de hoy)
Por primera vez en semanas, Caitlin Paine se sintió relajada. Sentada cómodamente en el suelo del pequeño granero, se recostó contra un fardo de heno y exhaló. Un pequeño fuego ardía en la chimenea de piedra, a unos tres metros de distancia, acababa de arrojar otro leño y el chisporroteo de la madera le daba tranquilidad. Marzo aún no terminaba y aquella noche había sido particularmente helada. La ventana en el muro más alejado ofrecía una vista del cielo nocturno y de la nieve que no dejaba de caer.
El granero no tenía calefacción, pero se sentó lo suficientemente cerca del fuego para que el calor le quitara el frío. Se sentía muy cómoda y los párpados comenzaban a pesarle. El aroma del fuego invadía el lugar, y cuando se reclinó un poco más, sintió como la tensión empezaba a abandonar sus hombros y piernas.
Por supuesto, sabía que la verdadera razón por la que sentía paz no era ni el fuego, ni el heno, ni siquiera la seguridad que le brindaba el granero. Se debía a él, a Caleb, a quien contemplaba desde donde estaba sentada.
Él yacía reclinado frente a ella, a unos cinco metros, perfectamente quieto. Dormía, y Caitlin aprovechó la oportunidad para estudiar su rostro, sus perfectos rasgos, su pálida y translúcida piel. Nunca había visto rasgos tan perfectamente tallados. Era surrealista, como estar contemplando una escultura. No comprendía cómo era posible que tuviera tres mil años. Ella, a sus dieciocho, ya lucía mucho mayor que él. Pero había algo mucho más allá que sólo sus rasgos. Había un aire a su alrededor, una energía sutil que exudaba. Una gran sensación de paz, y cuando ella estaba cerca suyo, sabía que todo estaría bien.
La hacía feliz de que él estuviera allí, que siguiera con ella. Y se permitió a sí misma pensar que permanecerían juntos. Pero incluso cuando lo pensaba, se regañaba a sí misma, sabiendo que se estaba buscando problemas. Los chicos como él, ella lo sabía, no se quedaban en un solo lugar. No estaban hechos para eso.
A Caitlin le era difícil asegurar si él continuaba dormido, su sueño era tan perfecto, que apenas se notaba su respiración. Se había ido más temprano, para alimentarse según dijo. Regresó más relajado cargando una pila de leños, y halló la forma de sellar la puerta del granero para evitar que entrara la fría corriente de la nieve. Había encendido el fuego, y ahora que estaba dormido, ella lo mantenía vivo.
Caitlin estiró la mano hasta alcanzar su vaso, y bebió otro sorbo de vino tinto, sintió cómo el tibio líquido la relajaba poco a poco. Había encontrado la botella en un cofre escondido bajo un fardo de heno; estaba en ese lugar desde que Sam, su hermano menor, la dejara allí por capricho varios meses antes. Ella nunca bebía, pero le pareció que no había nada malo en tomar un poco, en especial, después de lo que había vivido.
Tenía su diario abierto sobre el regazo; con una mano sostenía un bolígrafo, y con la otra, el vaso de vino. Llevaba veinte minutos así, no sabía por dónde comenzar. Nunca antes había tenido dificultad para escribir, pero esta vez era diferente. Los sucesos de los últimos días habían sido demasiado dramáticos, muy difíciles de asimilar. Esta era la primera vez que se sentía tranquila y relajada. La primera vez que se sentía un poco segura.
Decidió que lo mejor sería comenzar por el principio; narrando lo que había sucedido por qué estaba ahí y quién era. Necesitaba procesarlo porque ya ni siquiera estaba segura de conocer las respuestas.
Hasta la semana pasada, la vida transcurría normal, Me estaba empezando a gustar Oakville. Entonces mamá entró un día y anunció que nos mudaríamos. Otra vez, la vida se volteaba de cabeza, como siempre sucedía gracias a ella.
Sin embargo, era peor en esta ocasión. No nos mudaríamos a otro suburbio, sino a Nueva York. A la ciudad. Escuela pública, una vida de concreto. Un vecindario peligroso.
Sam también estaba molesto. Hablamos de no mudarnos, pensamos en escapar, pero la verdad era que no teníamos ningún lugar a dónde ir.
Así que nos trasladamos. Ambos juramos en secreto que si no nos gustaba, nos iríamos. Encontraríamos un lugar, cualquier lugar. Tal vez incluso trataríamos de localizar a papá de nuevo, aunque ambos sabíamos que eso no pasaría.
Y entonces todo sucedió. Tan rápido. Mi cuerpo. Transformándose. Cambiando. Todavía no sé qué pasó, o en quién me convertí. Pero sé que ya no soy la misma persona.
Recuerdo esa fatídica noche cuando todo comenzó. El Carnegie Hall. Mi cita con Jonah. Y luego... el intermedio. ¿Mi... deseo de alimentarme? ¿De matar a alguien? Todavía no puedo recordar. Sólo sé lo que me dijeron. Sé que hice algo esa noche, pero es un recuerdo borroso. Lo que sea que haya hecho, todavía se siente como un agujero en mi estómago. Nunca quise hacerle daño a nadie.
Al día siguiente sentí el cambio en mí. Definitivamente me estaba volviendo más fuerte, más rápida, más sensible a la luz. También podía percibir aromas; los animales actuaban de forma extraña cuando estaban a mi alrededor, y yo cuando estaba cerca de ellos.
Y luego está mamá: confesándome que no era mi verdadera madre, siendo asesinada por aquellos vampiros, los que me venían persiguiendo. Nunca habría deseado verla herida de esa manera; todavía me siento culpable. Pero con todo lo que pasó, no puedo permitirme volver allí. Tengo que concentrarme en lo que tengo delante, en lo que puedo controlar.
Y ahí estaba yo atrapada. Esos horribles vampiros. Y luego mi escape. Caleb. Estoy segura de que de no ser por él, me habrían asesinado… o algo peor.
La Cofradía de Caleb, su gente. Eran muy distintos a él, aunque los vampiros son todos iguales. Territoriales, celosos, suspicaces. Me exiliaron y a él no le dieron opciones.
Pero su elección, a pesar de todo, fui yo. Otra vez me salvó. Otra vez lo arriesgó todo por mí. Lo amo por eso, más de lo que él nunca sabrá. Tengo que ayudarlo a volver. Él cree que soy la elegida, una suerte de vampiro mesías o algo así. Está convencido de que lo guiaré hacia a una especie de espada perdida, que detendrá una guerra de vampiros y salvará a todos. Personalmente, no lo creo. Su propia gente no lo cree. Pero sé que es todo lo que tiene y que significa mucho para él. Y ya que lo arriesgó todo por mí, y es lo menos que puedo hacer. Para mí, ni siquiera se trata de la espada. Es sólo que no quiero que se marche.
Así que haré todo lo que pueda. De todas formas, siempre he querido tratar de encontrar a mi padre. Quiero saber quién es él en verdad. Quién soy yo realmente. Si de verdad soy mitad vampiro, o mitad humana, o lo que sea. Necesito respuestas. Si no logro averiguar nada más, al menos, necesito saber
en qué me estoy convirtiendo...
*
—¿Caitlin?
Se despertó aturdida. Levantó la vista para ver a Caleb de pie sobre ella, con las manos apoyadas suavemente sobre su hombro. Él sonrió.
—Creo que te quedaste dormida —dijo.
Ella miró a su alrededor, vio su diario abierto en su regazo y lo cerró de un golpe. Sintió que sus mejillas se sonrojaban, esperaba que Caleb no hubiera leído nada, en especial, la parte en que describe sus sentimientos hacia él.
Se sentó y se frotó los ojos. Aún era de noche, y el fuego seguía encendido, aunque sólo las brasas ardían. Él también debe haber despertado hace poco. Se preguntó: ¿Cuánto tiempo habría estado dormida?
—Lo siento, —dijo—. Es la primera vez que logro conciliar el sueño en días.
Caleb volvió a sonreír y cruzó la habitación hacia el fuego. Arrojó varios leños más que crepitaron y silbaron, a medida que el fuego se hacía más grande. Sintió que el calor le llegaba a los pies.
Él se quedó parado mirando el fuego, y su sonrisa se desvanecía lentamente a la vez que parecía perderse en sus pensamientos. Mientras miraba las llamas, un cálido resplandor iluminaba su rostro, haciéndolo lucir aún más atractivo, si acaso eso era posible. Sus grandes ojos color avellana estaban totalmente abiertos, y mientras lo miraba, se tornaron verde claro.
Caitlin se enderezó, y vio que su vaso de vino tinto aún estaba lleno. Tomó un sorbo, y con eso entró en calor. . Como llevaba un buen tiempo sin comer, el vino se le subió de inmediato a la cabeza. Vio el otro vaso de plástico y recordó sus buenos modales.
—¿Quieres que te sirva un poco?—preguntó, y luego, añadió con nerviosismo— es decir, no sé si bebes…
Caleb carcajeó
— Sí, los vampiros también beben vino, — dijo con sonriendo, y se acercó sosteniendo el vaso mientras ella servía.
Estaba sorprendida. No por sus palabras, sino por su risa. Era suave, elegante, y parecía desvanecerse suavemente en la habitación. Como todo en él, era misteriosa.
Caitlin lo miró a los ojos mientras él levantaba el vaso hacia sus labios, esperando que le devolviera la mirada,
Y lo hizo.
Entonces ambos desviaron la mirada al mismo tiempo. Ella sintió que su corazón se aceleraba.
Caleb volvió a su sitio, se sentó en la paja, y reclinándose, se volteó hacia donde estaba ella. Ahora parecía ser él quien la estudiaba. Caitlin se sintió cohibida.
Inconscientemente pasó su mano por su ropa y deseó estar mejor vestida. Su mente se aceleró mientras trataba de recordar lo que llevaba puesto. En un lugar del camino, no podía recordar dónde, se detuvieron brevemente en algún pueblo, y fue a la única tienda que tenían, el Ejército de Salvación, allí encontró una muda de ropa.
Miró hacia abajo con temor, y ni siquiera pudo reconocerse. Llevaba vaqueros rotos y descoloridos, zapatillas de una talla más grande que la suya, camiseta y un suéter encima. Sobre todo eso, llevaba un abrigo púrpura descolorido, le faltaba un botón y también era demasiado grande. Pero la calentaba. Y en ese momento, eso era lo que necesitaba.
Caitlin se sintió apenada ¿Por qué tenía que verla así? Era pura mala suerte: era la primera vez que conocía a un chico que le gustaba de verdad, y ni siquiera tenía la oportunidad de arreglarse. En ese granero no había baño, y aunque lo hubiese, no traía maquillaje. Avergonzada, desvió la mirada otra vez.
—¿Dormí mucho tiempo? —preguntó.
—No estoy seguro; yo también acabo de despertar —le respondió Caleb, mientras se recargaba y se pasaba la mano por el cabello.
—Me alimenté temprano esta noche y me dejó agotado.
—Explícame eso —le pidió Caitlin
Él la miró
—Alimentarse —añadió ella—, ¿cómo funciona? ¿tú… matas gente?
—No, jamás —le contestó, mientras trataba de ordenar sus pensamientos en silencio.
—Como todo lo demás acerca de la r**a de los vampiros, es un asunto complicado —le contestó—. Depende del tipo de vampiro que seas y de la cofradía a la que pertenezcas. En mi caso, yo sólo me alimento de animales. De ciervos, principalmente. Están superpoblados de todos modos, y los humanos los cazan también, y ni siquiera para comer.
Su expresión se volvió sombría.
—Pero otras cofradías no tienen tanto tacto. Se alimentan de humanos. De los indeseables, por lo general.
—¿Indeseables?
—Indigentes, vagos, prostitutas… la gente a la que nadie extrañará si desaparece; el objetivo es no atraer mucho la atención. Así ha sido siempre. Por eso consideramos que mi cofradía, mi r**a de vampiro de sangre pura, y otros vampiros de sangre impura. Aquello de lo que te alimentas… te infunde su energía.
Caitlin se quedó sentada pensando.
—¿Y qué hay de mí?, preguntó
Él la miró
—¿Por qué sólo me dan deseos de alimentarme en ciertos momentos y en otros no?
Caleb frunció el ceño.
—No estoy seguro, creo que contigo sucede algo diferente. Eres una mestiza y eso es algo muy raro. Sólo sé que estás madurando. Otros cambian de la noche a la mañana, pero en tu caso, debe haber un proceso. Puede llevarte algún tiempo atravesar por todos los cambios que te esperan, para después de un tiempo, estabilizarte.
Caitlin recordó las punzadas de hambre que había sentido, la forma en que la abrumaron sin que ella se lo esperara. La habían imposibilitado de pensar en otra cosa que no fuera alimentarse. Fue horrible y tenía mucho miedo de que se volviera a repetir.
—¿Pero cómo puedo saber cuándo sucederá de nuevo?
—No puedes saberlo.
—Es que no quiero volver a matar a un humano —agregó ella—. Jamás.
—No tienes que hacerlo; puedes alimentarte de animales.
—¿Y qué pasará si el hambre me ataca mientras estoy atrapada en algún lugar?
—Vas a tener que aprender a controlarla. Se necesita práctica y fuerza de voluntad; no es sencillo pero es posible. Tú puedes llegar a dominarla, todos los vampiros pasan por esto.
Caitlin pensó en lo que sería capturar a un animal vivo y alimentarse de él. Sabía que ahora era mucho más rápida de lo que había sido jamás, pero no estaba segura de que eso fuera suficiente para cazar. Además, ni siquiera se creía capaz de atrapar un ciervo.
Volteó a mirar a Caleb.
—¿Me enseñarás? —le preguntó esperanzada.
Él la miró fijamente y ella volvió a sentir que su corazón se aceleraba.
—La alimentación es algo sagrado en nuestra r**a, es una actividad que siempre se debe llevar a cabo a solas —le dijo con suavidad en un tono de disculpa.
—Excepto…se alejó lentamente
—¿Excepto qué? —preguntó.
—En las ceremonias matrimoniales, cuando se unen los cónyuges.
Caleb volteó hacia otro lado y Caitlin pudo percibir un cambio en él. Sintió la sangre correr hacia sus mejillas, y de pronto, el lugar se tornó más cálido.
La muchacha decidió cambiar el tema. No sentía aquellas punzadas de hambre, pensó que podría enfrentar ese problema cuando llegara el momento. Sólo deseaba que Caleb estuviera a su lado entonces.
Además, muy en el fondo, ni siquiera le importaba mucho alimentarse; ni los vampiros, tampoco las espadas. Lo que en realidad quería era saber más sobre él; lo que en realidad, sentía por ella. Había tantas preguntas que quería hacerle. ¿Por qué arriesgaste todo por mí?, ¿fue sólo para encontrar la espada o hubo algo más?, ¿seguirás a mi lado después de que la encuentres? Está prohibido tener un romance con una humana, ¿te atreverías a cruzar esa línea por mí?
Pero sentía miedo
Así que en lugar de preguntar, sólo atinó a decir:
—Espero que encuentres tu espada.
Qué tonta, pensó, ¿eso fue lo mejor que pudiste decir?, ¿qué nunca vas a tener el valor de decir lo que realmente piensas?
Pero la energía de Caleb era demasiado intensa y a ella le costaba trabajo pensar con claridad siempre que él estaba cerca.
—Yo también —contestó Caleb—. Es un arma muy especial; nuestra r**a la ha codiciado durante siglos. Corren rumores de que es el ejemplo más fino de una espada turca jamás fabricada, está hecha de un metal que puede matar a cualquier vampiro. Seríamos invencibles si la consiguiéramos, pero si no…
Fue bajando el volumen de su voz. Al parecer, temía hablar de las consecuencias.
Caitlin deseó que Sam estuviera ahí, que pudiera ayudarlos a encontrar a su padre. Volvió a escudriñar el establo pero no vio rastros recientes de él. Otra vez deseó no haber perdido el celular en el camino, le habría hecho la vida mucho más sencilla.
—Sam solía venir a dormir a este establo con frecuencia —dijo. Creí que lo encontraríamos aquí. Pero estoy segura de que volvió, está en este pueblo. No iría a otro lugar. Mañana iremos a la escuela y hablaré con mis amigos para averiguar dónde está.
Caleb asintió.
—¿Crees que ya sabe en dónde está tu padre? —le preguntó.
—yo… no lo sé —contestó ella. Pero él tiene más información al respecto que yo. Ha estado tratando de encontrarlo desde siempre. Si alguien sabe algo sobre mi padre, es Sam.
Caitlin recordó todas aquellas ocasiones que había pasado con Sam. Él siempre estaba investigando, siempre le mostraba nuevas pistas, y terminaba desilusionándose. Todas las noches iba a su habitación y se sentaba al borde de su cama. El deseo de Sam de ver a su padre se había vuelto agobiante, como un ser vivo dentro de él. Ella también lo sentía, pero no de la misma manera. En cierto modo, la decepción de Sam era más difícil de soportar.
También recordó la desastrosa infancia que tuvieron y todo de lo que dejaron de vivir. De pronto, la emoción se apoderó de ella y las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos. Avergonzada, las secó con rapidez. Esperaba que Caleb no lo hubiese notado.
Pero sí lo hizo; la miró intensamente. Luego se levantó con lentitud y se sentó junto a ella. Estaba tan cerca que Caitlin percibió su energía; fue algo muy profundo que hizo que su corazón latiera con fuerza.
Caleb acarició con ternura el cabello de Caitlin, con su dedo le retiró algunos mechones del rostro. Luego dibujó el contorno de su ojo hasta llegar a la mejilla.
Caitlin permaneció inmóvil, agachada Sentía sobre sí la mirada de Caleb, pero no se atrevía a verlo de frente.
—No te preocupes —la tranquilizó con su voz suave y profunda—. Encontraremos a tu padre, lo haremos juntos.
Pero eso no era lo que a ella le preocupaba. Le preocupaba él, Caleb. Quería saber cuándo la dejaría.
Se preguntaba si, de tenerla cerca, la besaría. Se moría por sentir el toque de sus labios.
Pero temía voltear a donde él estaba.
Sintió que pasaron horas antes de que lograra reunir el valor para hacerlo.
Y cuando lo hizo, él ya no estaba cerca. Se había acomodado con suavidad sobre el heno y ahora tenía los ojos cerrados. Estaba dormido con una sonrisa amable en el rostro, iluminado por la luz del fuego.
Caitlin se deslizó hasta estar cerca de él, se reclinó y dejó que su cabeza reposara a centímetros del hombro de Caleb. Estaban casi tocándose.
Ese “casi” fue suficiente para ella.