Ave Mecánica.

1229 Words
*Dalia* Mi madre falleció cuando era muy joven, apenas tenía catorce años y el anuncio de ella sobre el testamento siempre fue claro: cuando cumpla 23 años, tendrá lugar la lectura y necesito estar presente. A mis 22 años, el momento ha llegado y debo enfrentarlo, aunque me duela. El día en que tengo que regresar a Italia finalmente ha llegado. Después de siete años viviendo en Barquisimeto, siento un nudo en mi estómago al pensar en dejar mi vida aquí, es como si parte de mi corazón se queda en este lugar, todo esto me hace sentir tan abrumada por la mezcla de emociones que me invaden. Me he acostumbrado a la calidez y la alegría de estas tierras. No quiero volver, no quiero dejar esto atrás, los amigos que he hecho, los lugares que he visitado y los recuerdos que he creado, pero sé que es algo que debo hacer porque no tengo otra opción. El ambiente en el aeropuerto de Barquisimeto es algo catastrófico, está abarrotado de gente, muy diferente a la tranquilidad de la zona donde estaba viviendo, el bullicio de las conversaciones y el sonido de las maletas rodando por el piso crean una atmósfera caótica. El corazón me pesa mientras camino por el aeropuerto a la vez que me siento nerviosa y mis ojos buscan desesperadamente una forma de evitar lo inevitable, pero sé que no hay escape. Dentro de unas horas estaré en un avión rumbo a Italia. Espero en la sala de embarque, y mi corazón late con fuerza al ver cómo se acerca el momento de abordar el avión que me llevará de regreso a mi país natal. Suspiro profundamente y trato de mantener la compostura, aunque por dentro estoy destrozada. —Te voy a extrañar —Milagros me abraza y las lágrimas amenazan con brotar de mis ojos mientras me despido de ella con tristeza—. Disfruta de ser millonaria, yo sería feliz si fueras tú. —Prefiero ser pobre —le respondo abrazándola con mucha fuerza. —Entonces regálame todos esos ceros que tienes en la cuenta ja, ja, ja. Ambas nos reímos a carcajadas, para luego tomarnos muchas fotos como despedida, donde al final están las lágrimas en los ojos, le prometo a ella que volveré pronto. El bullicio del terminal parece distante mientras hago mi camino por el control de seguridad y me dirijo hacia la puerta de embarque. El corazón me pesa con la sensación de dejar una parte de mí atrás, a la vez me repito mentalmente que estoy lista para iniciar este nuevo capítulo en mi vida. Abordo el avión aun sintiendo ese maldito nudo en el estómago, unido a la presión de lo desconocido que me espera al otro lado del océano. Una vez dentro del jet, me siento en mi asiento y observo por la ventana mientras despegamos. Veo las colinas verdes de Venezuela desaparecer poco a poco, como si se esfumaran en la distancia. El recuerdo de los momentos felices que pasé allá me embarga de melancolía, y mientras tanto el vuelo hacia Italia es largo y silencioso, pues soy la única pasajera en esta enorme ave mecánica, y no tengo con quién hablar. Mi primo Dorien me espera en el aeropuerto, y eso me reconforta un poco. Por lo que le dije a la azafata que dormiré en todo el transcurso, gracias a que esta linda ave, tiene una enorme cama. Después de horas de vuelo, el avión aterriza en Italia, específicamente en el aeropuerto de Milán. Al bajar de esta ave, me siento nerviosa y excitada por el reencuentro con mi familia, pero triste por haber dejado mi vida en Venezuela. El aire fresco y el sol me reciben de forma abrupta, recordándome que estoy de vuelta en mi tierra natal. El aeropuerto de Milán me parece inmenso y sofisticado, muy distinto al pequeño aeropuerto de Barquisimeto. Este aeropuerto es tan familiar como extraño. Las voces en italiano, los rostros conocidos, las luces brillantes. Me siento como si estuviera en un sueño, pero sé que es real. Mientras camino por el aeropuerto para recoger mi equipaje, todo este ambiente familiar me llena de una sensación de pertenencia. Miro a mi alrededor y me reencuentro con la arquitectura histórica y la belleza de este país que tanto amo. De pronto siento como el calor y el bullicio del aeropuerto de Milán me abruman. Acaso, ¿se puede amar y odiar al mismo tiempo? Siento como mis emociones han estado en una montaña rusa. Sacudo mi cabeza para quitar estos pensamientos y escaneo a la multitud buscando a mi primo Dorien, quien me había prometido que estaría aquí para recibirme. Finalmente, lo veo, con una sonrisa en su rostro y los brazos abiertos, no lo pienso mucho y salgo corriendo, como si fuera aún una niña, para quedar como un koala pegado a él. —Caperucita amarilla, bienvenida de vuelta a casa —me dice mientras me abraza con fuerza. Su calidez me reconforta en medio de tanta incertidumbre, y por un momento siento que todo estará bien. —Gracias, Dorien, te extrañé ¿Cómo has estado? —le pregunto mientras aún sigo con mis piernas enrolladas en su cintura. —Todo bien, ¿vamos? —Sí. Salimos del aeropuerto de Milán tomados de la mano, sí, mi primo y yo tenemos una relación muy fuerte, más allá de nuestra relación como primos, somos amigos, por lo que tomarnos de las manos, lo vemos normal, aunque para algunas personas no y crean que tenemos algo indebido. Dorien toma mi maleta en su otra mano. El bullicio de la terminal y el aroma a café recién hecho se mezclan con el aire fresco de la mañana. Este día de mi regreso mi galante primo decidió sorprenderme con una nueva adquisición: un Rolls-Royce Phantom reluciente que está esperándonos en la entrada. Mi sonrisa se desvanece al ver este auto lujoso y ostentoso. ¿Por qué tenía que ser tan llamativo? ¿Por qué no podíamos simplemente tomar un taxi o usar el metro como cualquier persona común? Me detuve en seco y apreté su mano con fuerza. —¿Qué es esto, Dorien? —le reclamé, mirándolo con incredulidad—. ¿Por qué tenemos que usar un auto tan ostentoso y excesivo? Él simplemente me mira con una sonrisa burlona en su rostro. —Dalia, somos multimillonarios. Tenemos que acostumbrarnos a vivir de acuerdo a nuestro estatus y disfrutar de las comodidades que la vida nos ofrece. Sacudo la cabeza con frustración. —Pero eso no define quiénes somos, Dorien. No quiero que nuestra riqueza nos convierta en personas arrogantes y vanidosas. Prefiero mantener la sencillez y la humildad que nos enseñó nuestra familia. Dorien suspira y me mira fijamente. —Entiendo tu punto de vista, Dalia, pero a veces es necesario mostrar un poco de nuestro éxito. Además, ¿por qué no disfrutar de un poco de lujo de vez en cuando? Cerré los ojos un instante, sintiendo una mezcla de emociones en mi interior. Por un lado, apreciaba el gesto de mi primo por querer impresionarme, o mejor dicho de convencerme, pero, por otro lado, me sentía incómoda con la idea de ser tan ostentosos. Acepté su explicación con resignación y subimos al auto lujoso, dejando atrás el aeropuerto de Milán y las dudas que agitaban mi mente.
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