CAPÍTULO 3

1605 Words
Mi horario de clases es increíble. La mayoría de mis clases empiezan tarde por la mañana, lo que me da mucho tiempo para dormir. Y sí, me tomo el sueño muy en serio. Me siento como un dios al despertarme esta mañana, sin necesidad de despertador. Tumbada sobre las suaves sábanas de satén, me arrimo al borde de la cama y miro la hora en el móvil. Frunzo los labios. Perfecto. Tengo una hora para prepararme y tomar algo en la cafetería de la universidad. Hago la cama y me dirijo al baño para refrescarme. Me desnudo y abro los grifos para que llueva agua sobre mí. Suele ser este momento del día en el que puedo estar en paz, a solas con mis propios pensamientos. Siempre he estado sola, aparte de cuando estoy con Cara. Mis padres me cuidan, pero tienen un imperio que dirigir, así que a menudo no están en casa. Mi padre y mi madre, siendo ambos los co-ceos de Wilson and Co, son prácticamente adictos al trabajo. La oficina es su segunda casa. A veces, no los veo durante días, porque están ocupados haciendo una fortuna. Pero cuando están en casa, se les ve discutiendo prácticamente por todo, la reciente caída de la bolsa, empleados horribles, clientes desagradables e incluso cosas insignificantes como la cafetera rota de la despensa de la oficina. Así que cuando estoy en la ducha, el suave golpeteo del agua me tranquiliza y ahoga todos los demás ruidos a mi alrededor. Me llevo las manos a la cara mientras me estremezco bajo el chorro. Respiro con fuerza y me limpio. Mi pelo castaño oscuro está empapado, pegado a mi cuerpo. Cojo una toalla, me la enrollo alrededor del cuerpo y me dirijo a mi habitación. Me pongo un top bonito y unos vaqueros ajustados y me apunto en la cabeza llamar a mis padres. Sé que probablemente estén demasiado ocupados para responder a mi llamada, pero probablemente debería hacerles saber cómo estoy. Antes de irme, marco el número de mi madre y pulso el botón de llamada. Contesta al último timbrazo. Su voz es como de negocios a través del teléfono: —Margaret Wilson. Respiro hondo. —Hola, mamá. Una ligera pausa. —Hola, cariño.—Su voz se vuelve suave, —¿Cómo va la mudanza con Cara? —Está bien—. Digo, suspirando. Cojo mi bolso y me dirijo al salón. Miro a mi alrededor y encuentro a Cara sentada al borde de la mesa de la isla, con una taza de té. El pelo le cae en cascada sobre los hombros, pero sigue estando estupenda. Está viendo algo en su tableta y ni siquiera se da cuenta de mi presencia en la habitación. —Ya he desempaquetado todas mis cosas. —Eso está bien, cariño—. Murmura, pero parece distraída. Debía de estar haciendo algo importante antes de que la interrumpiera con una llamada. —Sí—, respondo. Decido contarle el incidente de ayer en las escaleras. Solo de pensarlo me ruborizo. Pero probablemente debería omitir la parte de Nate. A mamá nunca le gusta hablar de chicos. Dudo que Nate sea una excepción. —Aunque nunca adivinarás lo que pasó ayer. Estaba subiendo cajas por las escaleras y me tropecé. Ahora tengo un tobillo torcido. Pero no te preocupes, porque me lo han remendado. Espero que se preocupe, pero no lo hace. —Me alegra saber que estás bien. —Estoy a punto de salir para el campus ahora mismo—, le informo, sin saber qué más decir. —Un poco emocionado, en realidad. —Hmm, eso es bueno, Aleja. Mi relación con mi madre ha estado muy deteriorada desde que ella asumió el cargo de co-directora de la empresa. Solía estar muy unida a ella, pero ahora me siento desconectada. Ahora me parece casi una extraña. Pongo los ojos en blanco. —¿Qué tal el trabajo? —Bien—, dice. La oigo teclear furiosamente en el ordenador. Se hace un silencio incómodo. —¿Puedo hablar con papá? ¿Está ahí?— Digo, forzando una pequeña sonrisa. Cara levanta la vista y me tiende una taza de té. La cojo con gusto y bebo de ella. Espero una respuesta. Oigo el sonido del teclado durante unos segundos antes de que responda. —No creo que sea buena idea. Levanto las cejas confundido. —¿Por qué? Suspira. —Tu padre no está de muy buen humor estos días. Le ha surgido algo muy gordo y necesita arreglar las cosas antes de que se compliquen de verdad. Huh. Qué raro. A mi padre nunca le había surgido —algo importante—. Es un hábil hombre de negocios, siempre conocedor de los oficios y trucos del mundo empresarial. Básicamente, nunca antes había tenido un contratiempo. Me pregunto qué habrá cambiado. Quizá debería llamarle más tarde y preguntarle qué ha pasado. Pero quizá no quiera que le llame. —Oh—. Digo. —Dile que le mando saludos. —Lo haré, cariño—. Responde, distraída una vez más. Cara me lanza una mirada inquisitiva y yo me encojo de hombros. Conoce mi complicada relación con mis padres y siempre está ahí cuando la necesito. La quiero por eso. Se hace otro largo silencio, pero esta vez es mi madre la primera en volver a hablar. —Si no hay nada más...—. Su voz se entrecorta. Se me llenan los ojos de lágrimas. Parece que preferiría hacer cualquier cosa antes que tener una simple conversación conmigo. —Um, no.— Digo, manteniendo la voz firme. —Adiós, cielo. Sonrío, desconsolada. —Adiós. Te quiero. Y cuelga. Me desplomo en la silla, abatida. Cara se inclina hacia delante desde el otro lado de la mesa, con los ojos llenos de preocupación. Levanta los hombros y se le dibuja una sonrisa en la cara. —No es nada—. Le hago un gesto con la mano para que se vaya y bebo otro sorbo de té. No pasa nada. Estoy bien. No puedo convencerme de lo contrario. Cara se levanta, me tira de la mano y coge las llaves. —Vamos. Vámonos. Me levanto casi de golpe, pero entonces me falla la pierna derecha, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa para apoyarme. —¡Vaya! Espera... ¿A dónde vamos? ¿Al campus? Sus ojos azules se clavan en los míos. —Sí. Bueno, vamos a por batidos, y luego a clase, porque necesitas despejar tu mente. —¿Dejar de pensar en qué? Me sonríe. —Exacto. * Stony Brook Commons, nuestro apartamento, está a menos de veinte minutos de la universidad. Cara no tiene precisamente coche, así que a menudo lo comparte conmigo en mi flamante Cadillac. Sinceramente, creo que no quiere tener su propio coche, porque el mío es -en palabras de Cara- absolutamente alucinante. Y es verdad. Mi bebé es increíble. Mis padres me lo compraron como regalo de graduación. Supongo que es su forma de decir «¡sentimos no estar siempre por aquí porque estamos demasiado ocupados ganando dinero, así que aquí tienes un nuevo regalo para compensarlo! Espero que tengas una gran vida» Después de aparcar a unas manzanas de distancia, Cara y yo caminamos hacia el edificio que tenemos delante. Una mirada a BU, y una palabra llena mi mente. Hermosa. Me encanta la mezcla de la arquitectura arcaica con los edificios nuevos y modernos, que aportan al campus el carácter que tanto necesita. La vasta extensión de verde cubre el infinito suelo mientras los bancos se esparcen por la superficie verde. La arquitectura natural que rodea el campus te deja sin aliento. Los estudiantes de primer año se distinguen fácilmente del resto de estudiantes que deambulan por el campus. Siempre parecen más excitados que el resto. Cara y yo nos tomamos unos batidos antes de ir a clase. Nos sentamos junto al banco y damos sorbos a nuestras bebidas, admirando en silencio el lugar. Ella no me pregunta por mis padres, y a mí tampoco me apetece hablar de ello. Ella conoce mi situación con mis padres, así que no tengo que darle explicaciones. Hablamos un rato, pero después es el silencio lo que nos reconforta. Al cabo de un rato, miro la hora en el móvil. —Mierda, debería irme a clase—. Murmuro, tirando la taza a la papelera que hay junto al banco. Cara levanta la vista, haciendo un mohín. —¿En serio? Me encojo de hombros. —¿No tienes clases también? Ella frunce el ceño. —Sí. Pero la mía empieza dentro de media hora. Cojo mi bolso y me lo cuelgo del hombro. Le muevo las pestañas. —Bueno, yo voy primero. No quiero llegar tarde en mi primer día. Mi mejor amiga pone los ojos en blanco. Hace una mueca. —La perfecta. Sé que se refería a mi personalidad, pero no me duele porque no lo veo como un insulto. ¿Y qué si soy un buenazo? No hay nada malo en llegar a tiempo a las cosas. Al menos demuestra que respeto el tiempo de la gente. Llego a la clase de escritura creativa con quince minutos de antelación y elijo el asiento más discreto en medio de la clase de anfiteatro. La clase ya está medio llena y me quedo mirando a la gente que me rodea. La mayoría están agrupados con sus amigos. Vale, tal vez debería haberme diversificado esta mañana y haberme buscado amigos, porque parece que soy la única que se sienta sola. Esto es un asco.
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