CAPÍTULO 2

1631 Words
Instalarse en un sitio nuevo es... raro. Lo sé, lo sé, no es exactamente un lugar nuevo. Sigo en Boston, a menos de 30 kilómetros de casa de mis padres y viviendo con mi mejor amiga, que lleva conmigo desde décimo curso. Pero ir a la universidad es diferente para mí. Nunca me han gustado los cambios, probablemente por eso Cara es mi única amiga desde hace tres años. Nunca me han gustado las nuevas compañías. Estos meses siempre hemos sido Cara y yo, como tiene que ser. Observo en silencio cómo Nate mete las últimas cajas en el apartamento. Me siento completamente inútil, sentada en la silla de la isla de la cocina, con la pierna apoyada, incapaz de ayudarles. Son mis cosas las que están cargando, y no me parece justo que tengan que cargar con ellas por mí. Cara reaparece en el salón, con los brazos apoyados en las caderas. Lleva una camiseta de tirantes holgada y unos pantalones cortos rosas. Lleva el pelo rubio recogido en un moño suelto y le caen rizos a los lados de la cara. Me sorprende que Nate no esté mirando con ojos saltones a mi mejor amiga. Llevo un rato observándole y ni una sola vez le ha mirado el culo ni ha admirado sus largas y bronceadas piernas. No es como la mayoría de los chicos que he conocido; la mayoría de ellos solo quieren meterse en los pantalones de Cara. Nate parece que preferiría tirarle una bolsa de papel marrón por encima y sermonearla sobre las formas adecuadas de vestir. —Muchas gracias por ayudarnos, Nate—. Ella le dedica una cálida sonrisa. Nate saluda. —No hay problema, de verdad. Exhalando un suspiro de alivio, Cara se dirige hacia la cocina para buscarse algo de beber. Echa un largo vistazo a las cajas amontonadas en el suelo. —Maldita sea, Aleja. Tienes un montón de cosas. Te das cuenta de que solo nos quedaremos aquí un año como máximo, ¿verdad? —Sí, lo sé. —¿Y qué contienen todas esas cajas?—. Abre la puerta de la nevera y coge un cartón de zumo de naranja. De hecho, ese cartón de zumo de naranja es lo único que hay en la nevera. Me hago una nota mental para ir a hacer la compra con ella algún día. Frunzo los labios. —Ropa, zapatos, artículos de papelería... libros... Hay una ligera pausa. Ella me mira de nuevo. —¿Libros? Mierda, Aleja. ¿Cuántos? Guardo silencio. Nate se da cuenta del silencio y se acerca a nosotros. Levanta la ceja confundido. —¿Qué está pasando? Cara sirve tres vasos de zumo de naranja y nos los da a cada uno. Con la pierna, desliza la silla más cercana hacia ella y se apoya en ella, con cara nada agradable. —Está obsesionada con los libros. Estoy segura de que todas esas cajas los contienen. Nate se desliza a mi lado y me mira, sonriendo. —¿Eres lectora? Me muerdo el labio. —Sí. Algo así. Cara pone los ojos en blanco. —¿Más o menos? Está loca. Probablemente, tenga al menos ochocientos libros. La fulmino con la mirada. Gracias por ser tan buena mejor amiga, Cara. Estoy intentando causarle una buena impresión y, en dos segundos, ya estás intentando que piense que soy súper rara. Nate abre los ojos hacia Cara y luego vuelve a mirarme. —Mierda, ¿habla en serio? ¿Tantos? Echo mi silla hacia atrás. —¡Eh! En mi defensa, solo he traído mis favoritos, y no como todos. Cara le echa una mirada a Nate. —Quiere decir que solo dejó un libro en casa y trajo el resto. Me acerco y la masturbo con el dedo. Grita y se aparta de mí, poniéndome cara de qué coño acabas de hacer. Una media sonrisa aparece en la cara de Nate cuando hago eso. Me alegro de que le haga gracia. —Me gustaría verlas—, dice Nate, con el cuerpo girado hacia mí mientras da un sorbo a su bebida. Le miro a los ojos y sonrío. —Tus libros. Me gustaría verlos, si me dejas. ¿Nate está interesado... en ver mis libros? Esa tiene que ser la combinación más rara de la historia. ¿Chicos y libros? Raro. ¿Pero chicos en libros? Eso es otra historia. Me acomodo cómodamente en la silla, poniendo la pierna torcida sobre la otra. Me quedo mirando el vaso de zumo de naranja, haciendo pucheros. —Son muy aburridos. No creo que te gusten mucho. Nate vuelve a sonreír. Creo que empiezan a gustarme sus sonrisas. —¿Sinceramente? La verdad es que me da igual. Se te ilumina la cara en cuanto Cara habla de libros, así que siento curiosidad. Mi cabeza cae y una sonrisa se dibuja en mi cara. Se inclina más hacia mí, como si Cara no estuviera a medio metro, y murmura: —Y yo también siento curiosidad por ti. Levanto la vista y le miro a los ojos. Sus ojos me prometen aventura y romance. Dejo que sus ojos me consuman. —Te los enseñaré cuando termine de colocarlos en mis estanterías. —Impresionante. Se echa hacia atrás y da otro sorbo a su bebida: —Por cierto, este sitio es increíble. No me imagino amueblando mi apartamento así. Mis ojos recorren el lugar. Probablemente, no debería atribuirme el mérito. El salón es bastante impresionante, gracias a las increíbles habilidades de decoración de Cara. Papel pintado beige rodea las paredes, creando una atmósfera terrenal. Una alfombra verde bosque oscuro complementa el suelo de madera, junto con dos enormes sofás enfrentados al lado de una pequeña chimenea. La mesa de centro es básicamente un arcón plano de madera, con un jarrón de flores encima. Es muy diferente de cómo decorarían su casa dos estudiantes de primer año normales de dieciocho años, que es exactamente lo que Cara quería que fuera. A ella le gusta —atreverse a ser diferente— y —desafiar la norma— y todo ese tipo de cosas. —Es todo Cara—, señaló. —Ella es una bestia cuando se trata de diseño de interiores. —Definitivamente, a mí también me gustaría que mi casa tuviera algo parecido a esto—, dice Nate, presionando con el dedo el borde del cristal. —Pero bueno, mis compañeros de piso son tíos. Me acerco, curiosa. —¿Compañeros de piso?— No creía que tuviera compañeros de piso. Nate parecía una persona que disfrutaba viviendo solo. Pero probablemente no soy buena juzgando a la gente. Nate se apoya en la silla, cruzando y descruzando las piernas, y luego sonríe: —Sí. Dos de ellos. Mi mejor amigo, Simon. Es un gran jugador. No le gusta mucho salir. Suele quedarse encerrado en su habitación, jugando a videojuegos—. Hace una pausa, agitando el líquido en el vaso, —Mi otro compañero de cuarto es Demian. Os aconsejo que os mantengáis alejadas de él. Es un... mujeriego. Vive y respira con mujeres. Demian. Dios mío. ¿Podría ser...? No. No puede ser. Cálmate, Aleja. No hay razón para exagerar. Hay muchas otras personas en el mundo con el nombre "Demian". Probablemente, no es el Demian en el que estoy pensando de todos modos. No. No voy a pensar en él. Ahora no. Inmediatamente, dejo de pensar en él, no quiero darle más vueltas. Es inútil pensar en él. Forzando una sonrisa, vuelvo a la conversación. Silencio. Cara hace un mohín. —Bueno, ahí van mis planes de seducir a mis vecinos. Hago un sonido ahogado en el fondo de mi garganta. Nate se une. —Simon probablemente no te daría ni la hora. Demian probablemente sí, pero también podría contagiarte una ETS. Pongo cara de asco. —Oh, mierda—. Nate me mira y luego mira su reloj. Mira la hora y se levanta de la silla tan rápido como un rayo. —Me tengo que ir. Simon tiene una exposición de videojuegos y le prometí que iría con él. Nos vemos pronto, ¿vale? Cara y yo asentimos. Me entristece que tenga que irse tan pronto, pero tengo la sensación de que volveré a verlo por aquí, y mucho. Nate me mira antes de irse. —Nos vemos, Aleja. Le digo adiós con la mano mientras sale de nuestra casa y cierra la puerta tras de sí. Cuando se ha ido, suelto un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Me acabo el zumo de naranja y dejo el vaso sobre la mesa. Cuando levanto la vista, Cara me está mirando. La miro confusa. —¿Qué? Sonríe. Es una sonrisa maliciosa. —Es mono. Mis ojos se abren de par en par. —¿Nate? Coge mi vaso junto con el suyo y los coloca en el fregadero. —Hmm. Resoplo. —Vale—. Sí, no iba a hablar de Nate con Cara. No quiero pensar demasiado en nada. —Vale—. Ella repite después de mí, como burlándose de mí. Se da la vuelta y sonríe. —Vale. —Vale—. Vuelvo a decir, desafiándola. Ella sonríe. —Tal vez vale será nuestro siempre... —Cállate, Cara. Se ríe. Sacudo la cabeza. —Voy a volver a mi habitación. Debería deshacer las maletas. Abre el grifo y sale agua a borbotones. —Sí, ve a hacer eso. Y luego me vas a contar todo lo que pasó cuando te vi haciéndote mimos con Nate en la escalera con tu pierna sobre la suya. Jadeo. Mierda, ¿lo ha visto? Maldita sea. —No voy a hablar de eso contigo—. Le canto. Sus labios se curvan. —Claro que sí.
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