CAPÍTULO 9

1698 Words
El día de hoy Cara sacude la cabeza decepcionada. —Mais pourquoi tu avais fait ca! Desde que fue a Francia en verano, ha aprendido algunas palabras en francés. Ahora lo usa cuando está muy enfadada, sobre todo conmigo. Esta vez, creo que dijo «¡en qué rayos estabas pensando!» Sí. Suena totalmente como una madre típica. Supongo que Cara podría ser considerada una especie de figura materna para mí. Mi madre no ha estado cerca, bueno, desde que yo era legal, así que Cara ha tomado ese papel. Siempre ha sido la más precavida en nuestro pequeño dúo, la que siempre me cuida. Yo diría que soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo, pero después de la hazaña que he hecho hoy, no creo que Cara esté de acuerdo conmigo. —¿Simplemente pasó...?— Digo, pero hasta yo creo que sueno patética. Cara suspira y sigue vendándome la mano. Volvemos a nuestro acogedor apartamento, cosa que agradezco mucho. Creo que no quiero que nadie del campus vea el desastre de mi mano. Después del inmenso dolor que sentí cuando golpeé a Demian, me alegra decir que nunca jamás querría volver a golpear a otra persona. Duele mucho. Sé que han pasado cuatro horas desde que le pegué, pero todavía estoy abrumada por el punzante dolor que me quema los nudillos y me entumece toda la mano. Nunca había pegado a nadie. Jamás. Siempre he mantenido la calma. Tuve que hacer acopio de una gran fuerza de voluntad cuando Holly Higgins, de octavo, se burló de mí por mis tetas de copa A. Al parecer, todas las chicas del colegio me habían pegado. Al parecer, todas las chicas del colegio habían llegado a la pubertad y tener unas tetas enormes era lo mejor. Aun así, cuando se burló de mí por eso, me entraron unas ganas tremendas de pegarle. Pero no lo hice. Desde entonces había querido pegar a muchas otras personas por diversos motivos, pero me guardé la rabia para mí. Siempre me he guardado la ira para mí. Bueno, excepto aquella noche de hace dos meses en la que derramé champán sobre el hijo de un multimillonario. No lo estoy haciendo muy bien, ¿verdad? —Podrían acusarte de agresión—. Dice, colocando una cosita de metal en la venda para mantenerla en su sitio. —Sí, lo sé—murmuro. Supongo que, si Demian quisiera presentar cargos, lo habría hecho después de que yo lo humillara en la cocina de Basilea, ¿no? Así que quizá sea una buena señal. Pero... siempre podría cambiar de opinión ahora y acusarme de agresión si quisiera. Estoy tan jodido. —Esperemos que no lo haga—, añado, apoyando la mano en el sofá. Cara se mueve para apoyar un codo detrás del sofá. —En serio, Aleja, ¿en qué demonios estabas pensando?—. vuelve a decir, más firme. Sus ojos están llenos de preocupación, y un poco de ira. —Yo— Se me corta la voz. Apoyo la cabeza en la almohada y hago un mohín. —No sé... Supongo que quería que pagara por hacer que me despidieran del trabajo. Sus cejas se levantan confundidas. —Aleja, estoy bastante segura de que fuiste tú quien hizo que te despidieran en primer lugar. ¿No eras tú la que intentaba sabotear sus citas? Le había contado a Cara todo el incidente con Demian y conmigo justo después de que ella volviera de Francia. Faltaban dos semanas para que empezara la universidad, y en cuanto me preguntó cómo me había ido el verano, me derrumbé de inmediato. Le conté todo a Cara. Cómo miraba a Demian desde lejos, guardándole rencor durante tanto tiempo. Cómo saboteé casi todas sus citas. Cómo lo descubrió y se enojó conmigo. Cómo amenazó con demandar al lugar si no me despedían. Cómo vertí champán sobre él, y lo humillé delante de todo el restaurante. Y cómo me humillaron cuando me despidieron del trabajo. Ahora que lo pienso, supongo que fue culpa mía. Yo fui la que actuó primero, saboteando a propósito todas sus citas cuando él no me había hecho nada. Supongo que no estaba pensando en mí en absoluto. Pensaba en todas esas chicas con las que jugaba y a las que dejaba cuando ya no le servían. Disminuyendo todos los pensamientos, suspiro: —Supongo que tienes razón. Los ojos de Cara se desorbitan, casi como si fuera a salirse del cráneo. —Maldita sea, Aleja. Es la primera vez que te oigo decir que tengo razón. ¿Puedes repetirlo para que pueda grabarlo en mi teléfono? Pongo los ojos en blanco. —¿Por favor? Es un momento único en la vida. —De ninguna manera—, suelto una carcajada. —No voy a repetirlo. Hace un mohín. —¿Por favor? Aparto la mirada dramáticamente. —Vete. Apoya la cabeza en mi hombro y me saca la lengua. —¿Por favor? ¿Con cerezas por encima? Dios, me encanta Cara. Puede hacerme pasar de la tristeza a la felicidad en cuestión de momentos. Mi cabeza gira y mi mirada se fija en la suya. Intento poner cara de enfado, pero fracaso estrepitosamente. —Tú y tus estúpidas cerezas podéis iros a otra parte. Resopla. Luego se da la vuelta. —Bueno, está bien. Iba a hacer palomitas, así que supongo que nada para ti—. Sus ojos brillan divertidos mientras lo dice. —Y para tu información, también tengo caramelo. Maldita sea. Sabe exactamente qué botones apretar cuando se trata de mí. Me encantan las palomitas con caramelo. —Bien—, muevo las pestañas. —Dame tu teléfono. Cara y yo estamos frente al televisor con un enorme bol de palomitas en la mano y los pies apoyados en la mesita. Mi pie derecho aún no se ha curado del todo, así que todavía tengo que mantener el vendaje con la medicina que uso para masajearlo. Ahora, con el pie derecho y la mano derecha vendados, parezco un bicho raro. Pero no importa, siempre he sido un bicho raro. Al menos ahora yo también lo parezco. Cara ladea la cabeza mientras mira la pantalla. Estamos viendo una película de acción de la que no sabemos el nombre, pero ya llevamos una hora, así que no nos importa. En este momento, se desarrolla una escena de acción y el protagonista de la historia está haciendo unos movimientos ninja increíbles para derrotar a todos los malos. —j***r, este tío es un tío cojonudo—, murmuro asombrado. —Podría salvarme en cualquier momento—exclama Cara. —Cara, es muy viejo. Podría ser tu abuelo. —No puedo evitarlo. Me encantan los hombres mayores—Se burla. Pongo los ojos en blanco. —Solamente quiero su valentía. Dios sabe que yo no tengo nada de eso. Nuestros ojos vuelven a estar pegados a la pantalla. El protagonista agarra a dos de sus enemigos y los hace girar para matar al resto de sus oponentes. Cara se vuelve hacia mí, sonriendo: —¿Así te imaginabas hace un momento cuando decidiste golpear a Demian? Mis mejillas se vuelven ligeramente rosadas. —Sí. Pero la realidad fue una mierda. Se ríe. —Ya lo creo. Después de darle un puñetazo en el ojo a Demian, me quedé en estado de shock. No sabía qué hacer. Me había empezado a doler mucho la mano, probablemente porque en realidad no sabía cómo golpear a alguien. Retrocedí a trompicones y casi choco contra la pared. Demian tenía las manos sobre el lugar donde le había golpeado, la boca abierta y una expresión de horror absoluto. No sabía qué hacer a continuación. ¿Y si decidía defenderse? Sabía que abusaría de mí si lo hacía, pero ¿quién sabía? Definitivamente, parecía que podía hacerme papilla en cuestión de segundos. Y no iba a quedarme para averiguarlo. Así que huí. Literalmente golpeé y corrí. Vaya, pensar en esto realmente hace maravillas en mi autoestima. * La semana siguiente es un borrón. Cara y yo asistimos a todas nuestras clases, aunque para Cara, la tentación de saltarse las clases es súper alta. Cara estudia empresariales y marketing (Dios sabe por qué, la economía nunca fue su fuerte en el instituto) y su profesor hace que todo el mundo se duerma. Así que se ha acostumbrado a llegar tarde a clase, pero por suerte no me lleva con ella. A mí, en cambio, me gustan las clases. Lo sé, obtener un título en escritura creativa no es probablemente algo que me vaya a ayudar en un futuro próximo (Dios sabe cuántas veces me lo han dicho mis padres). Pero, de alguna manera, encuentro consuelo en las palabras. Cuando escribo, es como si ya no existiera en el presente, sino en otro tiempo, en otro lugar, donde puedo crear lo que quiera y a quien quiera. No solo me relaja, sino que llega a consumir toda mi vida. No puedo evitarlo, vivo y respiro palabras. A mi profesora, de la que por fin sé el nombre, la señora Stemming, le gusta mucho mi trabajo. Me ha puesto una nota alta en mi primer trabajo y estoy muy orgullosa de ello. Después de clase, me dijo que tenía talento para escribir y que debería plantearme dedicarme a ello a tiempo completo. Le dije que me lo pensaría, pero tengo mis dudas. Claro que leer y escribir son mis pasiones, pero ¿podría ganarme la vida con ello? Mamá y papá me matarían. No, tacha eso. Me cortarían la cabeza y la colgarían en una pica. Quieren que me haga cargo del negocio familiar cuando se jubilen. Wilson and Co es uno de los mayores contratistas inmobiliarios de todo Massachusetts. Han contribuido en gran medida al paisaje de Boston, y por eso cada vez que miro más allá del horizonte del río Charles, se me hincha el orgullo. Pero, ¿soy capaz de dirigir un imperio? No quiero acabar como mis padres, encadenado a los confines de la oficina, viviendo del papeleo, de aburridas reuniones y teniendo que preocuparme siempre de los inversores y de las averías en los análisis de costes...
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