CAPÍTULO 8

1046 Words
¡Di algo, Aleja! Me decía mi mente, pero no podía hablar. No se suponía que me pillaran. Ahora que lo había hecho, ¿qué demonios se suponía que tenía que decir para justificar mis acciones? Me entró el pánico. No sabía qué decir. Empecé a retroceder. —¡No he terminado de hablar contigo!— Gritó, lo suficientemente alto como para que todo el restaurante centrara ahora su atención en nosotros. Me ardían las mejillas por el centenar de ojos clavados en mí. —¿Quién rayos eres tú? —N-nadie, señor—murmuré. —¡Y una mierda!— Siseó. Ahora, el personal de cocina había dejado lo que estaba haciendo y salió a ver lo que estaba pasando. Oí a Marianne jadear. —¿Quieres explicarte?—, espetó. —Preferiría que no. —¿Quizá le gustaría que le dijera al encargado que sacara las imágenes del circuito cerrado de televisión?—. Su tono taimado me atravesó el cuerpo. —Quizá eso te haga hablar. Mierda, mierda, mierda. Mierda, mierda, mierda. —De acuerdo, bien—. Cedí, respirando hondo. —Yo soy el que ha estado saboteando tus citas. —Bueno, hay una sorpresa. —Eres una persona terrible por tratar a todas esas chicas que traes aquí, ¿sabes?—, le dije con rencor. —Te las follas y luego las tiras como si no fueran nada. Así que sí, me he encargado de decirles quién eres en realidad porque se merecen saber el puto monstruo que eres. Sus ojos se entrecerraron y juré que se volvieron rojo sangre. —¡¿Te he jodido o algo?!— Preguntó, cabreadísimo. —Porque si es así, entonces entiendo que estés enfadado conmigo por no llamar o lo que sea. Pero sinceramente no me importa... Este tío es increíble. Lo miré incrédula: —¡No! ¡No soy una de tus estúpidas ligues sobrantes! Demian enarcó las cejas. Su ira parecía irradiar de él. —¿Entonces? Mi vida personal no es asunto tuyo, chica. Deberías haberte mantenido al margen—. Dio un paso hacia mí, y tuve que retroceder por lo repentino del gesto. —Te metiste con la persona equivocada. La ira se extiende por mi pecho. —¡Oh, estoy taaaan asustada!— Dije con sarcasmo, mis manos agitándose dramáticamente. —¡Pareces tan intimidante con tus bonitos trajes caros y tu dinero! Por favor, ¡perdóname!— me burlé. Su mandíbula se tensó, apretando los dientes. Los ojos de Demian se desviaron hacia el director, que seguía respirando con dificultad. —¡Esta chica de aquí ha estado saboteando mis citas a propósito, y quiero que la despidan!—. Señaló con el dedo hacia abajo. El director frunció el ceño. —Vamos, vamos, Sr. Miller, estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de acuerdo... —¡A la mierda!— dijo Demian, sobresaltando a todo el mundo. Su cita chilló. —Quiero que se vaya de este restaurante. No me importa cómo lo hagas. Si no se ha ido esta noche, voy a presentar cargos. ¡Demandaré a este lugar! Bueno, j***r. Luego se volvió hacia mí, las venas de su cuello palpitando. —Y a ti—. Siseó. —¿Te atreves a meterte con mis citas, a meterte conmigo? ¿Sabes quién soy? —¿Sabes quién soy?— Imité su tono pretencioso. —¿Hablas en serio? ¿Hasta qué punto tienes que dar por culo para sacar esa carta?—. Casi me entraron ganas de reír ante lo absurdo de aquellas palabras. Qué... predecibles. —Pero no debería sorprenderme. Por supuesto que usarías tu inmensa riqueza y poder sobre una humilde camarera que solo intenta proteger a las mujeres que has manipulado injustamente para que se acuesten contigo una y otra vez. Suena muy a tu estilo. Mi jefe se me acercó y me puso una mano dura en el hombro. —Aleja, es suficiente. —Sí, haz lo que te dice como la zorrita que eres—. Demian hizo un gesto perezoso en dirección al gerente, con una risita despiadada vibrando en su interior. —Y haznos un favor a todos manteniendo esa boquita cerrada. Suenas mejor así. Eso fue todo para mí. El fuego rugiente de mis venas se encendió ante sus palabras, y estaba tan cabreada que todo mi cuerpo temblaba por la fuerza de mi ira. —Me gusta mi boca tal como es, muchas gracias—. Le sonreí con fuerza. —Lo que no me gustan son los hombres ricos y con derechos que creen que pueden salirse con la suya en todo. Ni todo el dinero del mundo podrá tapar ese lodo n***o y tóxico que llevas dentro. ¿Y adivina qué? Puedes irte a la mierda. Entonces hice lo que jamás habría hecho en un millón de años. Cogí una botella de champán y se la eché por encima. Todo el restaurante estalló. Todos me miraron horrorizados. Derramé hasta la última gota de champán sobre él y, cuando terminé, la magnitud de lo que acababa de hacer se hizo palpable, hundiéndose profundamente en mi estómago. Dejé que lo que acababa de hacer se hundiera. No podía creer lo que había hecho. A mí. La chica que apenas tenía amigos. La chica que siempre pasaba desapercibida. La chica que nunca se había metido en problemas. Excepto ahora. Respiraba a borbotones. Los ojos de Demian estaban fundidos, ardiendo con una furia al rojo vivo. Mi mirada se desvió de Demian a mi jefe, que me miraba con un poso de decepción. Mis manos cayeron a los lados. —Supongo que ahora estoy despedida, ¿no? La mirada de mi gerente no hizo más que confirmarlo. Miré a mi alrededor, observando el desastre que acababa de hacer. La había cagado. Acababa de perder mi trabajo, un trabajo que realmente amaba. Con vergüenza, me desaté el delantal y se lo devolví a mi jefe. Salí despacio, dedicando una sonrisa de simpatía a Marianne antes de marcharme. Cuando pasé por delante de la puerta del restaurante, vi a Demian por la ventana. Parecía estar mirándome, con la mandíbula apretada. Entonces, pronunció tres palabras. Tres palabras que no olvidaría. Esto. Es. La guerra.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD