Decidido.

1025 Words
Juliette se quedó helada, sintiendo un nudo en el estómago mientras observaba a Dominic besar a Ana. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se obligó a no llorar en público. Dominic finalmente se separó de Ana y la miró con una sonrisa burlona. —¿Qué pasa, Juliette? ¿Te incomoda ver cómo disfruto de mi vida? —preguntó, con una clara intención de provocarla. Juliette respiró hondo, tratando de mantener la compostura. —No, Dominic. Solo pienso que es tarde y tengo que volver a casa. Pero si prefieres quedarte, lo entenderé —dijo, forzando una calma que no sentía. Ana, notando la tensión, se levantó y miró a Juliette con una mezcla de curiosidad y desdén. —Parece que tu secretaria no sabe cuándo dejarte en paz —comentó con una sonrisa maliciosa. —Así es, Ana. Pero no te preocupes, ella ya se irá —respondió Dominic, girándose hacia Juliette—. Vuelve a tu casa, yo me quedaré con Ana. Está noche se pone interesante. Juliette sintió como si un puñal invisible atravesara su corazón, pero se obligó a mantener la cabeza en alto. —Entendido, Dominic. Nos vemos mañana en la oficina —dijo con una voz más firme de lo que sentía. Con un último vistazo a Dominic y Ana, salió del club nocturno, sintiendo que cada paso que daba la alejaba más de Dominic. Afuera, el aire fresco de la noche la recibió, pero no pudo aliviar el peso en su pecho. Juliette intentaba tomar un taxi pero nadie se detiene, hasta que se veía bastante ebrio se acercó. —Cariño puedo llevarte a casa, la noche es joven aún— Dijo con palabras de doble sentido. —No señor, gracias. —Puedo llevarte, seguro nos divertiremos— Continuaba insistiendo. Sin que Juliette lo viera venir, aquel hombre intentaba entrarla en su auto como fuera, aunque ella se resistía. Pero sin verlo venir, Dominic apareció a su encuentro para salvarla. —¡Déjala en paz! —exclamó Dominic, avanzando rápidamente hacia el hombre. El desconocido soltó a Juliette, sorprendido por la repentina aparición de Dominic. —¿Y tú quién eres? —preguntó el hombre con un tono desafiante. —Soy alguien a quien no quieres enfadar —respondió Dominic, su voz firme y peligrosa. —Ha. Eres un hombre en sillas de ruedas, ¿Qué podrías hacerme si tus pobres piernas no te funcionan— Le respondió con risas elevadas de tono. —Aunque esté aquí tengo todo el poder para acabar contigo— Dijo con una mirada penetrante. El hombre titubeó por un momento, pero finalmente decidió que no valía la pena causar problemas. —Está bien, tranquilo —dijo, levantando las manos en señal de rendición antes de alejarse apresuradamente. Juliette, aún temblando por el susto, miró a Dominic con una mezcla de alivio y confusión. —Gracias, Dominic. No sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido. —No podía dejar que te pasara algo así —dijo Dominic, su tono mucho más suave de lo que había sido en el club. Juliette sintió una chispa de esperanza, pero rápidamente la reprimió. Sabía que un solo acto de amabilidad no borraba toda la amargura entre ellos. —De todas formas, gracias. Supongo que debería llamar a otro taxi. —No, te llevaré a casa —dijo Dominic, sin aceptar una negativa. Juliette lo miró con sorpresa. —¿Y Ana? —Ana puede arreglárselas sola. Ahora mismo, lo importante es que llegues a casa sana y salva —respondió Dominic, guiándola hacia su coche. Una vez en el coche, el viaje de regreso fue silencioso, pero no incómodo. Había una tensión en el aire, pero también una especie de entendimiento tácito de que, a pesar de todo, Dominic todavía se preocupaba por ella, aunque fuera de una manera complicada. Finalmente llegaron a la gran casa de Juliette. Dominic la ayudó a bajar del coche y la acompañó hasta la puerta. —Gracias de nuevo, Dominic. De verdad —dijo Juliette, con una pequeña sonrisa. —De nada —respondió Dominic, su voz baja. Juliette asintió y entró en su pequeña mansión. Al día siguiente, Juliette llegó a la oficina más temprano de lo habitual. Quería demostrarle a Dominic que, a pesar de todo, podía ser profesional y cumplir con su trabajo. Sin embargo, al entrar, lo encontró ya allí, esperándola con una expresión sombría. —Buenos días, Juliette —dijo Dominic, su voz más suave de lo habitual. —Buenos días, Dominic —respondió ella, con cautela. —Buenos días Juliette, que bueno verte de buen humor —dijo, el abuelo Belmont sin que ella lo esperara. Juliette se asombró de verlo, en su silencio trataba de prepararse para lo que fuera que Belmont quisiera discutir. Una vez dentro, él cerró la puerta y se volvió hacia ella, con una mirada intensa. —Juliette, serás la esposa de mi nieto, ya que él no lo decide por sí mismo, yo lo haré por él— Dijo con autoridad. Juliette lo miró con una mezcla de confusión y temor. —Pero es que Dominic no querrá casarse conmigo señor Belmont. Belmont se gira un poco para mirar a su nieto que está sentado detrás de su escritorio. —Si mi nieto quiere heredar todo lo que le pertenece, entonces deberá cumplir con mi palabra— Le respondió sin dejarle más opciones. —Abuelo entiende que no quiero casarme con Juliette, yo solo quiero encontrar a Nashla, ella es el amor de mi vida— Le respondió en un tono alterado. Belmont se acerca al escritorio, pone sus manos sobre la silla de ruedas y el mismo las desliza hasta dejarlo frente a Juliette. —Mírala bien porque ella será tu esposa. Este fin de semana será la boda. Y cuidado con hacer algo para que esto no suceda, porque te dejaré en la calle y ya veremos qué puede hacer un paralítico como tú sin dinero— Dijo seguro de dejarle caer todo el peso de su propia ley. Belmont salió de la oficina, la puerta se cierra y un largo silencio los inunda.
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