Una semana después, llegó el día de la boda. Los preparativos en el jardín de la mansión no se hicieron esperar. La familia y los amigos se reunieron, esperando ansiosos el momento en que Dominic y Nashla se unirían en matrimonio.
Dominic llevaba un traje n***o de tela fina. A pesar de estar en silla de ruedas, su porte y elegancia se destacaban.
—Dominic, querido, los invitados ya han comenzado a llegar—dijo Telma, mostrando una felicidad reflejada en su sonrisa.
—¡Gracias, abuela! Estoy tan feliz... me casaré con Nashla—respondió emotivo.
—Me alegra que te sientas así de feliz—contestó Telma, abrazándolo con ternura.
Después de unos largos minutos de conversación con su abuela, llegó el momento de esperar a la novia. Todos los invitados se pusieron de pie para recibir a Dominic mientras avanzaba hacia la mesa del juez civil. Había una gran sonrisa nerviosa plasmada en su rostro. Su abuelo Belmont, que estaba a un lado con su bastón, no podía dejar de mirarlo con seriedad. Tomó asiento en silencio; era más que obvio que aún no estaba dispuesto a aceptar a Nashla.
Los invitados estaban presentes, pero la novia no llegaba, lo que comenzó a desesperar a Dominic. Llevaba un caro reloj en su muñeca y no podía evitar mirar la hora repetidamente, esperando y esperando sin señales de Nashla.
Su abuela, a su lado, daba palmaditas en su hombro para tratar de calmarlo. Pasada una hora, su abuelo Belmont se levantó de su asiento y caminó hacia su nieto con una cara de seriedad.
Dominic tomó su móvil y marcó el número de su futura esposa una y otra vez, sin obtener respuesta.
—Esta boda hay que cancelarla; esa muchachita Nashla no va a venir—dijo Belmont, un poco eufórico.
—Quiero esperar un poco más; seguro se ha retrasado. Ya la he llamado y no contesta, quizá olvidó su móvil—dijo Dominic aún con esperanzas.
Belmont no pudo evitar reírse en tono burlón de su nieto, viendo cómo el tiempo corría mientras Dominic insistía en que ella llegaría. Sin embargo, viendo cómo los invitados ya estaban cansados, Belmont se puso frente a ellos para acabar de una vez con su suplicio.
—Gracias por venir a esta boda, pero les pediré que se marchen, pues la novia no va a llegar—dijo Belmont con seriedad.
Los invitados se levantaron de sus asientos, pero claro, no se irían sin murmurar; su familia estaría ahora en boca de todos.
Después de que cada invitado se marchó, su abuelo se volvió hacia Dominic con una cara de enojo.
—¿Ves lo que provoca tu novia? Todo el mundo hablará ahora de nuestra familia. Sabía que esa mujer no era para ti—le dijo enojado, mientras apretaba los dientes.
—Estoy seguro de que algo le pasó. Iré a buscarla ahora mismo—dijo Dominic, decidido.
—¡Yo iré contigo!—dijo Raúl, su mejor amigo.
Mientras iban camino al departamento de Nashla, Dominic intentaba seguir llamándola, pero solo escuchaba el buzón de voz.
Unos veinte minutos después, Dominic y Raúl estaban tocando la puerta. El timbre sonaba y sonaba, pero la puerta no se abría.
—Señor, no insista con este departamento. La señorita que vivía aquí se fue esta mañana—dijo una vecina que llegaba.
—¿Cómo que se marchó?—preguntó Dominic, asustado, asombrado y con incredulidad.
—Así es. La señorita dijo que tenía que marcharse del país—concluyó la vecina antes de entrar a su departamento.
Aquellas palabras fueron como un balde de agua fría. Su corazón empezó a sentir un dolor inexplicable. Había muchas preguntas: ¿Por qué se iría? ¿Por qué lo dejó sin decir nada?
Dominic intentó contactarla nuevamente, pero seguía sin obtener respuestas.
—Lo siento mucho, Dominic. Nashla parecía que estaba enamorada de ti—dijo Raúl, viendo la pena de su amigo.
—Es lo que no entiendo. Ella me amaba y se marchó sin decirme nada—respondió Dominic con un nudo de confusión.
Cuando Dominic llegó a casa, tomó el ascensor. Sus abuelos estaban sentados en la sala, pero no lo siguieron; al menos, Belmont detuvo a Telma.
Dominic se encerró en su habitación. Mientras se quitaba su ropa de novio, empezó a llorar amargamente. Su rostro se veía pálido por las lágrimas. Miraba el anillo que iba a poner en el dedo de Nashla ese día, como si buscara respuestas en él.
—Te voy a encontrar, Nashla, y me dirás lo que ha pasado. No pudiste dejarme plantado en el altar—se prometió a sí mismo.
Durante esa noche, Dominic no pudo conciliar el sueño. Estaba tan devastado que sus ojos solo querían estar despiertos para llorar.
**La mañana siguiente**
Dominic llegó a su oficina muy temprano, aprovechando para ordenar la búsqueda de su querida Nashla. Con algunas llamadas, tenía la esperanza de que pudieran dar con su paradero.
—¡Buenos días!—dijo Raúl al entrar a la oficina.
—Buenos días. Ya he ordenado la búsqueda de Nashla. Estoy seguro de que algo le ha pasado—expresó Dominic sin perder tiempo.
Antes de que Raúl pudiera responder, la puerta de la oficina se abrió. Una hermosa mujer entró con traje de secretaria, llevando una libreta blanca en su mano con una pluma rosada.
—¡Buenos días!—dijo ella con una gran sonrisa.
—¡Buenos días!—respondió Dominic, un poco asombrado.
—Amigo, eso quería decirte. Como estuviste ausente por tu boda, no había podido contarte que Juliette es tu nueva secretaria—dijo Raúl.
—Me alegro de poder trabajar contigo, Dominic—dijo Juliette, mientras sus ojos brillaban.
—No quiero que seas mi secretaria, así que ve despidiéndote. No te quiero aquí—le respondió Dominic con frialdad.
—¿Despidiéndome? Pero solo tengo unos días—replicó ella, desconcertada.
—No quiero verte. Quiero que estés lejos de mí.
—No lo entiendo, Dominic. Antes solías ser muy bueno conmigo y ahora eres todo lo contrario. ¿Qué te hice para que cambiaras tanto?—preguntó Juliette, con lágrimas en los ojos.
Sin embargo, Juliette no esperó respuestas y se marchó a su pequeña oficina. No dejaría el trabajo tan fácilmente, pero sabía que no sería sencillo trabajar bajo esas circunstancias.