Inefable traición

1729 Words
Los segundos pasaban tan rápido como relámpagos, el reloj marcaba un cuarto para las doce de la noche. La música invadía cada resquicio del gran salón de baile; alguien en la fiesta del castillo tenía expectativas. La misteriosa dama con antifaz y un elegante vestido se encontraba reclinada en el balcón, que daba con los jardines del lujoso edificio, mientras en su mano sostenía una copa de vino. Ella dio un largo suspiro y de repente unos dedos se deslizaron con suavidad sobre sus descubiertos hombros. —¿Por qué tan solitaria, señorita? —inquirió una voz masculina que sacó en ella una sonrisa socarrona. —Estoy esperando que venga mi gallardo príncipe a rescatarme de esta aburrida fiesta —contestó mientras volteaba al hombre que también le sonreía y dejaba la copa en la bandeja de un camarero. —Mademoiselle, no tiene que pedírmelo dos veces –ofreció su brazo a la muchacha y ella se aferró de este, gustosa. La pareja caminó a paso lento, disfrutando del exquisito vals que el cuarteto de cuerdas ejecutaba con virtuosismo. Al llegar al centro del salón, él tomó la fina mano enguantada en terciopelo de ella y le dio un elegante giro al compás de la música, para seguir bailando por unos momentos. —Siempre logra sorprenderme mi querido Sir Ángelo —esbozó divertida la joven que se balanceaba entre los fuertes brazos de él. —Y tú no te quedas atrás, Lady Marín —respondió él, mientras la atraía más cerca para terminar abrazados en medio de la muchedumbre que también bailaba. En definitiva, la idea de las máscaras en dicha fiesta era emocionante. —Deberíamos ir a un sitio lejos del bullicio de la gente ¿No cree, Sir? —Marín le guiñó un ojo y se separó con lentitud del agarre de Ángelo. El hombre comenzó a seguir a la damisela hacia las afueras del ahora festivo castillo y se preguntaba ¿Qué tan lejos se alejarían de la gente del palacio? Por lo general cada pasillo permanecía custodiado por guardias, pero por ella iría a donde fuese necesario. Lady Marín caminó en dirección a los jardines iluminados por la luna llena y con premura cruzó el puente levadizo, mientras era seguida por aquel hombre que la traía loca hace seis meses. De repente se detuvo ante el viejo kiosco, que por fortuna yacía alejado de todo bullicio, solo reinaba el tenue resoplido de la noche en su máximo esplendor. —Creo que he encontrado el sitio perfecto —susurró Lady Marín mientras giraba con sus brazos extendidos y en cuestión de segundos él la estaba tomándola de la cintura, acompañando aquel movimiento dancístico. Ella volteó para quedar frente a él y mientras seguían el vaivén al ritmo de su propia danza, ambos se quitaron el antifaz de manera sincrónica y se olvidaron por completo de todo; solo importaba el momento que estaban viviendo. —No cabe duda que has llegado a mi vida para llenarla de felicidad, Marín —susurró al oído de la dama, quien guardó silencio y se estremeció ante aquellas palabras porque, en definitiva, sentía lo mismo hacia él. A pesar del fuerte sentimiento que había nacido en su corazón, su semblante no lo demostró, ya que en su interior hervía un conflicto interno que nadie podría imaginar: tenía la misión de asesinarlo antes de la medianoche o su alma perecería. Ahora todo le resultaría más difícil que si la encomienda hubiera sido en un mismo día porque, él la había tratado como nadie en el mundo y le demostró que no todas las personas son malignas. Si tan solo ella no se hubiera involucrado en esa secta que le robó su alma. —No sabes cuánto te amo —Le dijo aferrándose a él en un último y doloroso abrazo para ella y de manera discreta, sacaba de su bolsillo aquella daga con el símbolo de El báratro. Mientras su amado deslizaba con dulzura su boca desde su mejilla hasta su cuello, ella aprovechó a direccionar la daga hacia su pulmón derecho, para así atravesar su corazón, como se lo habían ordenado. Lady Marín, que en realidad no se llamaba así, dos meses atrás tuvo que infiltrarse a la vivienda de la mujer, deshacerse de ella y ocupar su lugar, para así inmiscuirse en la vida de Ángelo, una importante persona acaudalada, intachable y quien todo el mundo decía que era un pan de Dios. Con la desesperación revoloteando en su estómago y en su pecho, apretó sus ojos y trató de contener el temblor de sus extremidades para poder acertar el movimiento que efectuaría. Una lágrima de dolor surcó su mejilla y sin querer de su boca salió un sollozo que llegó hasta los oídos de Sir Ángelo, lo que hizo que parara de besarla y la viera a los ojos. —¿Amor, qué te pasa? —sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió el rostro de su amada, mientras ella seguía sosteniendo aquella arma letal detrás de él. —Yo, no.. .—Las palabras quedaron en su garganta sin poderlas pronunciar y más lágrimas se acumularon en sus ojos. —Pero háblame, Marín ¿Qué ocurre? —Él posó ambas manos en sus mejillas. Mientras tanto las campanadas, anunciando la llegada de la medianoche, comenzaron a resonar por todos los alrededores del castillo y con ello la última oportunidad que existía para poder salvar su vida de aquella prueba de fuego que la consumiría si no hacía algo. —Ángelo... Corre, por favor —esbozó ella con debilidad y el nudo aún haciendo estragos en su garganta. —No entiendo absolutamente nada de tu comportamiento —Se cruzó de brazos—. Realicé este baile a petición tuya para salir de la rutina del castillo, hemos sido tan felices desde que nos conocimos. Por favor, si he hecho algo que te haya lastimado dímelo y prometo que haremos algo para solucionarlo. El llanto contenido de ella pronto se convirtió en sollozos de dolor, acompañados de un mar de lágrimas que ya no pudo ocultar más. Habían sonado seis campanadas a este punto y Marín solo se limitó a desplomarse en el suelo mientras se deshacía en llanto. De pronto él notó el arma que ella llevaba en su mano y frunció el ceño con desconcierto. Se inclinó para tomar aquella extraña daga y ella, en un movimiento brusco se la arrebató para levantarse, tratando de impedir que la siguiera viendo. No podía soportar la vergüenza de que él se hubiese enterado de sus intenciones, ahora forzadas. Ángelo negó con su cabeza y en los siguientes segundos la mente del hombre comenzó un debate interno, preguntándose cuáles eran las verdaderas intenciones de la afligida mujer que tenía enfrente. —Solo vete Ángelo, no tengo tiempo de explicarte todo. Gracias por todo, sé muy feliz, por favor, es lo único que diré —dijo ella, dejando al hombre mucho más perplejo ante esas palabras. —No sé porqué pero, esto suena a despedida... y a traición—Eso fue lo que Ángelo alcanzó a responder casi encolerizado al saber que nunca sabría la verdad que albergaba aquella ahora desconocida para él. La última campanada de la medianoche sonó y era evidente que Marín no había cumplido la encomienda para probar su fidelidad hacia El báratro. Ahora sabía que solo debería esperar su merecido castigo por tal falta: ser despojada de su alma para ser ofrecida a la oscuridad. Sin embargo algo pareció salir diferente a lo que recordaba le habían dicho sus superiores: Aquella daga había desaparecido de las manos de ella, cosa que la sorprendió sobremanera, nunca le especificaron que le despojarían de eso para dejarla indefensa. El miedo atravesó su pecho y de inmediato se volteó para ver a su alrededor en busca de aquel objeto. Revisó los bolsillos de su vestido y no la encontró, revisó el suelo y tampoco estaba allí, pero entonces... ¿Dónde estaba su arma? Ella escuchó un sonido filoso que la hizo voltear a ver con rapidez y se encontró la tétrica imagen de Sir Ángelo de rodillas, con la daga clavada justo en su pecho del lado del corazón. La sangre comenzó a derramarse de la herida y se desplazaba en el suelo de aquel kiosco que antes había sido escenario de aquel auténtico amor por parte de ambos. —¿M-marín? —esbozó Ángelo con debilidad. —¡Ángelo, no! –exclamó la dama mientras se llevaba las manos a su rostro, horrorizada ante aquella escena. Corrió hacia él con la desesperación y con las manos temblorosas retiró la daga del pecho, lo cual provocó que el líquido carmesí saliera con más intensidad de aquel ya inerte cuerpo sin vida. Ella vio aquello horrorizada y con la impotencia de poder detener lo irremediable. Ahora más que nunca se sentía en un abismo provocado por sus propias acciones y el sabor de la consecuencia era el más amargo de toda su existencia. —¿Por qué? ¡Se suponía que era yo la que debía perecer! —gritó hacia la nada, con la angustia a flor de piel. —Tu fallo ha sido grave porque creaste un vínculo demasiado fuerte con él y no pudiste con la misión encomendada. Ahora te toca una tortura más lenta que la muerte misma —le respondió una rasposa y grave voz que provenía de la parte más oscura del lugar. —¿Qué? ¡Ese no era el trato! —reclamó Marín y aquella voz jamás le contestó, dejándola a su suerte. Lady Marín se quedó sollozando por un largo rato, sumergida en una agónica desesperación. Cuando despabiló un poco, arrastró el cuerpo de su amado para intentar ocultarlo antes de que las personas notaran su ausencia y casi lo logró, pero fue en vano; unos jardineros que iban pasando por el lugar la descubrieron toda llena de sangre y con la evidencia al descubierto. Aquella dama tan distinguida, que se había ganado el amor de un señor importante y con ello, el amor de la gente que los rodeaba, ahora pasaba largos días y noches encerrada en una fría y lúgubre celda de la cárcel de la ciudad, viviendo una larga tortura; culpable de tantos crímenes, los cuales no dejaría de pagar en vida ni después de la muerte. Fin.
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