Desde que se conocieron, una chispa emocional se encendió entre ambos. Él la vio por la ventana y sus ojos se iluminaron con su belleza reluciente. La fragancia frutal, que traspasaba el vidrio cristalino, le permitía apreciar lo indescriptible. Su blando y cremoso corazón comenzó a palpitar con emoción y se dejó llevar por ese nuevo sentimiento que invadió su cuerpo en un santiamén.
Ella tampoco se quedó atrás. Al notar la intensa mirada que aquel ser tan diferente e interesante le dedicaba, el rubor se hizo presente en sus mejillas. Devolvió el gesto sonriéndole y le guiñó sus inusuales y numerosos ojos. Así inició aquella relación tan mágica entre ambos.
Pronto comenzaron a verse de manera clandestina, cuando ya todos dormían. Necesitaban dialogar acerca de esa extraña conexión que habían sentido aun siendo ellos de dos bandos tan diferentes; ella, una fragante piña y él, un corpulento queso casi recién elaborado. La joven le platicaba del mundo en el que habitaba en la Dinastía Huertil. Allí veía a sus amigas legumbres y frutas partir para nunca volver. Sabía que su estadía no sería eterna. Él se sorprendió al sentir que ambos tenían similitudes en la manera en que vivían. La diferencia radicaba en que a él lo habían fabricado y moldeado en una cuna exclusiva en la Dinastía Láctea y ella era hija de la Madre Tierra.
Aun siendo de un linaje tan distinto, con biologías y costumbres totalmente diferentes, era evidente que los unía una misma situación: ambos destinos siempre los decidirían los Dioses Labradores. Aquellos seres que habían recibido de la Madre Tierra un gran poder desde la antigüedad, y quienes forjaban el destino de cada ser viviente en el mundo. Nadie tenía más poder que aquellos místicos y temidos seres, los que, por alguna situación, el universo había otorgado habilidades colosales e inteligencias supremas para someter a todo lo que se cruzara en su camino, y eso no los excluía a ellos, unos seres tan frágiles al menor movimiento.
Dejaron ese tema atrás y platicaron de muchas cosas sin sentir una pizca de aburrimiento. Era como haber hallado al ser correcto en el momento apropiado porque ya no pudieron estar separados. Esperaban el anochecer para encontrarse en un lugar llamado El Establo que, con su inmenso tamaño, los escondía a la perfección. La joven, de electrizante y espontánea personalidad, tenía embelesado al chico. Él, con su galantería, buen humor y delicadeza, la traía fascinada.
Como en toda relación, existía un par de cositas desagradables para ambos cuando compartían momentos cotidianos: al queso le lastimaban un poco las pestañas de ella, por lo que le era muy difícil abrazarla o incluso besarle; y para la piña, el olor de su amado no era precisamente el más atrayente del mundo. Incluso así, como era cada uno se amaban con sus defectos y virtudes. Nada podía romper aquel vínculo tan fuerte que ambos habían construido con ese amor tan peculiar y genuino. Ni siquiera ellos mismo podían explicar el cómo anhelaban la presencia del otro, o cómo buscaban cualquier motivo para verse, porque les resultaba estar separados por mucho tiempo.
Con el pasar de los días, el queso ya no podía ocultar sus sentimientos por mucho que había intentado contenerse y pretender que todo seguía normal en su vida, simplemente era algo que le salía por los poros y se notaba en sus veinte ojos. Los demás lácteos solo se limitaban a observar, callar y se cuestionaban acerca del cambio de comportamiento de su hermano de alma. En definitiva ya no era el mismo de antes, aquel despreocupado queso de clase, al que solo le gustaba estar en su posición y seguir las reglas al pie de la letra; no, él parecía como si algo lo estuviera llevando poco a poco a otro sitio que no era al lado de los lácteos.
—Amor a primera vista —le explicó a su mejor amigo, quien no pudo quedarse con la boca callada y fue con el cuento a los demás.
Evidentemente y como era de esperarse, esos pequeños murmullos se transformaron en rumores al viento, la voz corrió por toda la Dinastía Láctea, e incluso fuera de ella. Sus integrantes eran en extremo rígidos, y no aceptaban situaciones diferentes a lo ya establecido. Las burlas y comentarios de desprecio hacia el joven enamorado resonaron por doquier, tanto así que el viejo Queso Añejo lo mandó a llamar de urgencia.
—¿Cómo te atreves a deshonrar el prestigio de nuestra clase? Un castigo has de tener... Desde este día quedas desterrado —sentenció, y no dejó hablar al chico para defender su posición.
En horas de la madrugada, antes de que los guardias lácteos actuaran, el queso escapó hacia donde yacía su amada cítrica. Le halló cautiva en una jaula. Con gran pesar, descubrió que le habían cortado su corona de hojas verdes y tenía lastimaduras en su débil cuerpo.
La familia de ella y otras frutas y legumbres, reunidas alrededor de los barrotes y decepcionados por tal injusticia, estaban lanzando maldiciones contra los lácteos y exigían que la liberasen. Quesos y vegetales comenzaron a combatir; una guerra había dado inicio. En lo que eso ocurría, como pudo, el joven queso desencadenó a su piña.
—Ven conmigo amada mía y encontraremos la manera de subsistir juntos. No deseo una vida en la que tú no estés —le confesó.
—Pero... ¿Cómo lo haremos? Todos nos quieren muertos —respondió la piña con angustia.
—Confiemos —dijo él, decidido a formar una vida juntos.
Ella asintió con una sonrisa y le acompañó. Tomados de las manos, dieron los primeros pasos de una larga caminata.
—Síganme —susurró una de las frutas—, las llevaré ante la Piña Sabia.
Así lo hicieron, abandonaron el campo de la batalla y anduvieron por un sendero hasta las profundidades del suelo. Allí, la Piña Sabia les hizo una inusual propuesta:
—La Madre Tierra ha visto su sufrimiento y ahora les habla. Aunque les auguro un gran futuro juntos, los mismos ya nunca podrán ser —esbozó con los ojos cerrados—. Tendrán que pasar una serie de cambios para al fin ser uno solo ¿Están dispuestos?
Ambos se estremecieron de miedo al escuchar aquellas palabras descabelladas de la arcaica y casi seca piña. La pareja se miró a sus múltiples ojos y ambos asintieron con determinación.
—Estamos dispuestos —respondieron en voz alta.
—Bien... —sonrió la vieja y recitó:
«Su amor perpetuo será
y el mundo de ustedes sabrá.
Muchos los amarán
y otros los repudiarán.
Pero el uno al otro encontrarán,
el camino del amor y la unidad».
Acto seguido, todo fue penumbra para los enamorados. Luego, pudieron sentir que algo los envolvía con suavidad. El cambio se hacía presente con una tajada filosa, una cama acolchada de harina adornada con almohadones de fina carne, abrió paso al placer de ambos fundiéndose en uno solo, tal como había sido predicho por la vieja piña.
Desde ese entonces, con el pasar del tiempo, generación tras generación, la pizza con queso y piña se volvió famosa por todo el globo terráqueo para el gremio de los Dioses Labradores. Ha sido odiada por muchos, amada por otros, pero siempre se ha caracterizado por la fusión de sabores con un toque de amor.
Fin.