El día de su nacimiento fue tan tormentoso como la vida misma, desde el alba hasta el anochecer se mantuvo nublado, ni un atisbo de la luz solar en los resquicios de las nubes espesas y negras. Él esperaba ansioso la llegada de su primer hijo, sus manos sudaban y no dejaba de mover los pies con impaciencia. Dentro de la sala de operaciones los doctores se movían rápido y una mujer gritaba de dolor mientras las lágrimas surcaban sus mejillas que se confundían con los chorros de sudor que la empapaban por completo. Una enfermera le decía palabras de aliento pero la mujer no tenía consuelo en ninguna palabra de ánimo que le dijeran; la sensación de punzada que le proporcionaban las contracciones se llevaban todo. Los doctores comenzaron a apurar el paso para que la mujer dejara d