Cierro los ojos y aún puedo sentir la brisa del mar arrastrada por el viento, el aroma a salitre impregnado en nuestros cuerpos y el sonido inconfundible de las olas golpeando las rocas de un lejano risco. Ese día nublado en el que una pequeña corriente de electricidad recorría todo mi cuerpo de solo pensar en lo que estaba aconteciendo en nuestras vidas y cómo la playa era nuestra única testigo a la redonda; solo éramos tú y yo sin nadie que interfiriera entre nuestras palabras o acciones. Pero, ¿quién realmente podría enterarse de que algo así pudiera estar pasando entre nosotros? En ese momento nosotros solo éramos amigos de toda la vida y habías estado meses sumida en una interminable depresión a causa de un problema familiar del cual los dos preferimos ya no más hablar. Recuerdo que,