La tarde había languidecido por completo, los sonidos de los grillos se hacían presentes por todo el vecindario y el manto mostraba un sinnúmero de estrellas, indicando que esa sería una noche bastante tranquila. Sandrita comía en silencio la deliciosa cena que Cata había preparado que consistía en huevos fritos, tocineta y con una pasta de frijol exquisita. Miguel veía extrañado a su hija, ella era una niña muy habladora y en esos momentos, a pesar de que había tanto de qué hablar, ella tenía la mirada baja. Cata ya se había marchado antes de que él llegara, así que no tenía ningún indicio de lo ocurrido durante el día. «¿Le pasaría algo en el colegio de lo que no quiere hablar?», pensaba mientras bebía un poco de limonada con soda preparada por su hija. Con discreción carraspeó y tr