Capítulo 13.

2326 Words
Igor. - Trae las velas, mientras yo me cambio, - dijo ella y se escondió detrás de la puerta de su habitación.  Nunca me gustó el ajetreo de la Navidad y del Año Nuevo. Normalmente, yo como la mayoría de los hombres de negocios solía ir a países cálidos en estas fechas o, divertirme en fiestas épicas, que se parecían más a una reunión de negocios. Pero tuve por primera vez una fiesta tan exótica con platos sencillos, un árbol de Navidad decorado con cosas increíbles, velas y una estufa en compañía de una mujer tan increíble que no conocía de nada. Y me gustó lo que vi, sentí algo mágico en todo esto. Como si algo bueno debía suceder esta noche. Y sucedió. La aparición de Lisa, vestida para la cena de Nochebuena, me dejó asombrado. Salió de su habitación, como un hada plateada, brillando con la luz de las velas. Pero lo peor era que este vestido enseñaba demasiada piel desnuda y mi corazón se hundió con su conmovedora belleza. La impresión fue, que esta criatura fabulosa vino a mí a propósito, decidiendo castigarme por mis pecados, usando su encanto sobrenatural, obligándome a atormentarme con deseos contradictorios. ¿Qué sentía? Ganas de admirarla y al mismo tiempo quitarle ese vestido, bajando suavemente los tirantes de sus hombros desnudos. Estaba confundido en mis pensamientos. Ni siquiera era la confusión, con todas mis fuerzas trataba de obligarme a pensar en cualquier cosa, pero no en un cuerpo esbelto envuelto en una tela plateada bajo la cual, como me parecía, no había ropa interior, definitivamente no había sostén. No pensar en eso fue imposible. Y eso me cabreaba. Me sentía, como si hubiera regresado a la pubertad, cuando una mirada al ombligo de una mujer era suficiente para que la sangre me hirviera. ¿Quizás debería tener sexo con ella después de todo? Satisfacer el interés y ya está, ¡al lado! ¿Quizás entonces podría pensar como una persona civilizada y no como un alce preocupado durante la temporada de celo? Sería bueno. Porque ahora mi cerebro estaba definitivamente al margen. Me entregué a lánguidas fantasías, e incluso me pareció que Lisa fue creada para mí, como si el destino mismo me la hubiera enviado. Pero el problema era que en la vida cotidiana no creía en el destino, sino en la perseverancia y los hechos, y más aún dudé que algo significativo podría suceder entre dos personas que se conocieron accidentalmente en medio del bosque. Lo más probable es que, tan pronto como se satisficiera el interés s****l, el velo que cubre mi cerebro desaparecería y todo resultaría ser simple y banal: estos eran los pensamientos optimistas de un hombre ansioso que ha estado viviendo con una dieta de sexo durante tres meses. No se puede argumentar en contra de la fisiología, por mucho que lo intentes, no en vano el buen tío Freud dijo, que la única perversión en el sexo es su ausencia. Solo quedaba cortejar a Lisa y llevarla a mi cama, y dadas las circunstancias, eso era difícil de cumplir. Estaba acostumbrado a ligar con las mujeres como un exitoso hombre de negocios, vestido bien y caro, con un rostro elegante y una mirada insolente. Pero con el aspecto de un desaliñado barbudo, con la cabeza peluda y despeinada, con los pantalones gastados en las rodillas, todavía no había intentado encantar a nadie. Por un momento pensé ponerme el traje con el que vine aquí y que nunca me volví a poner. Pero menos mal que no intente hacerlo. Porque imagen más ridícula no se podría ocurrirme. Un hombre barbudo y peludo, vestido con un traje caro sin rastro de elegancia, y la mirada insolente perdida en algún lugar debajo de las cejas rizadas. Sonreí solo de pensar en eso. En general, dudé que fuera posible causar una impresión de esta forma, especialmente en Lisa, porque no parecía a una mujer, que estaba dispuesta a contentarse con el paraíso en una choza y caer en los brazos de hombre descuidado, que vivía en un desierto nevado. Sobre todo, en este vestido plateado. Aunque recordaba cómo me miraba en la ducha. Entonces, me parecía, que su interés en mí era obvio, pero ahora tenía dudas. ¿Qué pasa si imaginaba algo, que no era real? Si incluso me hubiera afeitado la barba, habría sido más fácil. Traté de recordar si en la casa tenía una máquina de afeitar. Eso era poco probable. Tampoco quería enseñarle quién era realmente. Tenía miedo de notar el brillo codicioso en sus ojos azules, temía que Lisa se convirtiera de inmediato en una perra calculadora. Había visto esto más de una vez. Éramos reales ahora. Ambos. Sin oropel, sin estupidez, sin espectáculo y codicia. Y realmente quería que siguiera siendo así. Para que la sombra del gran dinero no me tomará la delantera, vulgarizando nuestra relación, reduciéndola al simple cálculo de beneficios de cada uno. - Lo siento, no tengo un traje de etiqueta, - dije. - No pasa nada, estas bien así, - respondió ella. - Con un esmoquin, no te verías tan colorido. Me encogí de hombros y sonreí. - Solo esperaba que ... Cenamos mejor. – me invito a la mesa. - Excelente cena, Lisa, - la elogié. - ¿De dónde sacaste la botella de vino? - Lo compré para el regalo, pero como no llegué a donde tenía pensado, decidí, ¿por qué no abrirlo ahora? - dijo y después de pensarlo por un segundo agregó: - ¡No digas que no tienes sacacorchos! - Exactamente, - contesté, pero cuando vi su mirada apagada, la tranquilicé, - pero tengo un taladro manual, cuyo principio de funcionamiento es básicamente el mismo. Lisa. La Navidad siempre había sido mi fiesta favorita y a pesar de que esta vez todo en mi vida dio un vuelco, decidí que no me desanimaría, sino que trataría de divertirme lo más posible. Sacando mi bolsa de viaje, vi un hermoso atuendo que nunca puse, pensaba hacerlo en la celebración en casa de mis padres. Alina, cuando estaba de vacaciones en Israel, lo comprara y me lo dio como regalo de cumpleaños con las palabras: "Lisa, ponte todo esto, ve a la mejor discoteca, causa ahí un completo revuelo y deja este pavo pomposo de Boris".  Naturalmente, no fui a ningún lado, porque no iba a dejar a Boris en ese momento. Todavía creía en los cuentos que me decía. Pero ahora su regalo fue útil. Un vestido corto de cóctel de un noble color gris plateado con escote abierto, aunque no era de una marca conocida, tampoco se veía barato, y completé mi vestimenta con unos zapatos de tacón laqueados, que me convirtieron en una chica segura de sí misma. Me miré en el espejo roto, admiré y me horroricé al mismo tiempo. ¿Cómo reaccionará el leñador ante un atuendo tan sensual? Por lo tanto, no hice un peinado alto, sino que simplemente me solté el cabello. Así al menos cubrí mis hombros desnudos. Cogí una botella de vino, que había comprado como el regalo para mis padres, y entré en la cocina con la cabeza levantada. Fue bueno que Igor no tuviera nada en sus manos, así que no había nada que pudiera caerle al suelo, pero su expresión en la cara superó todas mis expectativas. Una mezcla de admiración, asombro y fastidio, así pude identificarlo, vertió bálsamo a mi alma y me dio aún más confianza en mí misma, y en algún lugar de mi estómago una flecha de calor me atravesó y la sangre en mis venas empezó a correr un poco más rápido. Le entregué la botella de vino y le pedí que la abriera. Al principio dudó, y luego, tomando el taladro en la mano, empezó a intentar abrirla. Si los enólogos de la famosa región francesa de Вordeaux supieran que su legendario Ducru-Beaucaillou se abriría de una manera tan poco convencional, lo más probable es que hubieran talado todos los viñedos, para no ver tal blasfemia. Pero Igor hizo frente a la tarea que le encomendé, y después de cinco minutos ya estábamos bebiendo el vino en jarras de aluminio y comimos carne estofada con cucharas de madera. Peck yacía a mis pies, suspirando felizmente, porque antes le había dado un plato entero de comida, y de vez en cuando venía un tranquilo "be-e" del granero. Agripina no estaba invitada a la celebración, por ser borde. "Esta vez tengo una compañía extraña en la cena navideña," - pasó por mi cabeza. Pero esto no fue para nada deprimente, sino al contrario, provocaba tal calma y pacificación que involuntariamente recordé mis sentimientos de la niñez, cuando iba a visitar a mi abuela en vacaciones. Entonces todavía quedaba alguien para ir a la aldea. Mi abuela vivía en una casa de madera, de color verde con marcos tallados, pintados en blanco y techo triangular. Siempre olía a tartas y en la estufa había una olla con patatas.  Y las manos cansadas del trabajo, pero tan cariñosas me abrazaban y regalaban amor. O por el vino, o por los recuerdos, o por la mirada interesada de Igor, pero mantuve una charla de corazón a corazón con él. - Sabes, por alguna razón me parece que de alguna manera estás fuera de este lugar, como si solo tú estuvieras tratándote aquí de algo pesado, - comencé. - ¿Por qué? - Vives en un lugar así ... Suena estúpido, pero me parece, que cura, - sonreí rígidamente, - tienes suerte. - Sí, todavía tengo esa suerte, - se rio entre dientes. - Seriamente. Sí, aquí no hay nada que sea familiar para un habitante de la ciudad, pero al mismo tiempo hay algo más. El presente. Hay un silencio aquí que quieres escuchar. El aire que quieres respirar. ¡Eh por Dios! - Estaba completamente avergonzada bajo su mirada, - Estoy diciendo tonterías, ¿verdad? - No, - Igor me miró fijamente, sin pestañear, y me sentí estúpida. - Probablemente no lo entenderás, que te estoy diciendo. - ¿Por qué piensas eso? - Cuando era pequeña, todos los veranos mis padres me enviaban con mi abuela al pueblo. Ese lugar también era mágico, pero diferente, o era mágico por mi abuela. Dios, me acabo de dar cuenta de cuánto lo extrañaba. Me faltaba esa vida. Esa tranquilidad. Cuando era posible vivir, y no correr precipitadamente a algún lado, olvidando de lo que realmente es importante. - respondí, y un nudo se me quedó en la garganta por la creciente nostalgia. - Háblame de ti, - pidió Igor. - Sí, no hay nada que contar. Vivo sola, no tengo marido, ni hijos. Incluso ya no tengo novio. - ¿Por qué? - No tiene tiempo para mí. No tiene tiempo para nada, siempre trabaja y este trabajo es lo primero para él. Bajo la afluencia de emociones, hablé sobre mí, mis pasatiempos, trabajo, sueños, Igor estaba mayormente en silencio y me escuchaba con atención. Me sorprendió lo poco hablador que era mi interlocutor forestal. Incluso me pareció que estaba avergonzado porque, no tenía nada que contar. Cada día en este desierto era como el anterior. ¿De dónde sacará historias? A menos que se encuentre con un oso por accidente, o encontrar a una chica en el camino. Sin embargo, Igor no era tan salvaje como podría parecer a primera vista. Me llamó la atención su erudición, considerando que no había notado ni un solo libro en la cabaña. Es cierto que oculté mi sorpresa y no hice preguntas innecesarias, para no ofenderle con mi falta de tacto. ¿Para qué hacer todo tipo de tonterías, cuando todo está bien? Simplemente lo disfruté. - ¿Y tú? ¿Qué hay en primer lugar para ti? - preguntó Igor con interés. - Probablemente nada. Toda mi vida yo intentaba demostrar algo a todos. Primero a mis padres. Quería que estuvieran orgullosos de mí. Imagina, una niña pobre de una ciudad provinciana fue ella misma a matricularse en la prestigiosa universidad de la capital. Era un logro, aunque a veces no sabía qué comería hoy. Había poco dinero. Llegaba solo para pagar el alquiler de una habitación. Trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Fue duro, pero me gradué con honores. - Mereces todos los elogios, Lisa.  - Luego conocí a Boris, a quien también intenté demostrar, que no podía encontrar una esposa mejor que yo. Pero él no necesitaba ninguna mujer, estaba casado con su trabajo. Y hablando del trabajo, cuando terminé mis estudios entré en un estudio de arquitectura, donde nuevamente tuve que demostrar que yo valía algo. Toda mi vida ha sido como correr en círculos por una extraña ilusión de ser alguien. - Sabes, me parece que no solo tú haces esto, - dijo Igor pensativamente. - No, yo no me quejo. Tengo un buen trabajo y mi salario no está nada mal. Tengo familia y amigos. Solo aquí está la sensación de que esta carrera me está quitando la vida, dejando envoltorios de caramelos falsos a cambio. - Sonreí, pensando que todo sonaba demasiado lamentable. - ¿Vamos a bailar? - sugirió de repente él, levantándose de su silla. - ¿Cómo? Ni siquiera tienes música - me reí sin alegría. - Nada, te cantaré algo yo mismo. - dijo, me tiró de la mano y me abrazó, ronroneando alguna canción cursi en mi oído. De repente me sentí tan bien, cálida y segura. - Sabes, - dijo, alargando sus palabras pensativamente, - me parece que mañana volverá a estar buen día. Y podremos caminar fácilmente hasta el río y deslizarnos en trineo por el acantilado. - Gracias, - susurré, apenas audible. La voz se me quebró, se quedó en silencio y se hundió en mi pecho. ¡Maldita sea! Este hombre es el más sensible de todos los que conocí en la vida, excepto papá. Parece que estoy enamorándome de este leñador.
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