Igor.
Hoy me levanté alegremente de la cama y comencé a vestirme, mientras Lisa seguía acostada, apoyando su mejilla con la mano y examinándome descaradamente.
- Si me vas a seguir mirándome así, la pobre cabra morirá de hambre mientras nosotros podríamos separarnos.
- ¡Qué va! No puedes torturar a la pobrecita de esta manera, - la chica me señaló seriamente con el dedo y luego se pasó lentamente la punta de la lengua por los labios.
Me congelé. Me quedé hechizado, paralizado mirándola, incapaz de moverme. Pero luego, de repente, me di cuenta de que ya estaba sentado en la cama y besando sus dulces labios.
- ¿Qué me estás haciendo? – exhalé, cuando pude retroceder al menos un poco.
- Nada, - Lisa parpadeó inocentemente, y luego se rio. – Vete ya, porque la pobre Agripina se quedará afónica.
De mala gana, me obligué a ir a la cocina y comenzar a preparar la comida para la cabra. Un par de minutos después, Lisa apareció a mi lado con una propuesta repentina:
- Déjame ordeñarla.
- ¿Crees que puedes hacerlo? ¿Y tú o la cabra no os lastimareis de alguna manera? - Me reí.
- No creo, - sus ojos azules brillaron alegremente, - pero aún quiero intentarlo de nuevo. ¿Y si funciona? Entonces puedo decir a todos con orgullo, que soy una lechera certificada con experiencia laboral.
- Lo que puedes conseguir es un título del amante del extremismo, - la agarré con un brazo y la besé ruidosamente en la coronilla.
Un grito de indignación procedente del corral nos recordó de nuevo la necesidad de darnos prisa. Lisa tomó las cacerolas y caminó rápidamente allí.
En el mismo momento, que acababa de enviar a Lisa a luchar contra la bestia con cuernos, llegó Georg, saltando de los arbustos como un verdadero vagabundo. Con pantalones raídos, botas viejas, una chaqueta de cuero vieja, que hasta para fregar el suelo daría vergüenza y con una bolsa de plástico azul a cuadros. Por alguna razón, él decidió, si yo vivía aquí en forma de neandertal, él podía venir igual de mendigo, incluso pensó que era necesario. Deberían habernos visto así en la junta directiva. Pero a cambio de mí, él lo tomaba esto como un disfraz.
- ¡Buenos días! - nos saludamos y yo me apresuré a invitarlo a la casa, hasta que Peck, en un arranque de alegría, tiró al suelo a mi amigo.
Georg entró y bajó al suelo la pesada bolsa. En ella crujían y tintineaban las reservas de provisiones: latas, bolsas, paquetes de colores. Peck corrió inmediatamente hacia ella, como si le hubieran traído todo esto.
- ¡Vamos, sal de aquí! - en el último momento logré agarrarlo por el cuello y arrastrarlo a un lado, y luego lo empujé por completo a la calle, - ¡vete a pasear!
- ¿Cómo estás? - Empecé el interrogatorio habitual, - ¿qué pasa con las últimas ofertas?
- Todo va perfectamente. Nosotros presionamos a Semenich, por lo que el contrato de los suministros ahora es nuestro. Por cierto, cuatro días después de fin de año llegan socios de Alemania: Hans. Quieren discutir nuevas compras de los terrenos para las aldeas ecológicas.
- Perfecto.
- Sí. Tenemos todo listo, pero sería bueno que vinieras tú mismo a la reunión.
- Ni siquiera lo pensé, lo resolverás tú mismo, - dije y sacudí la mano descuidadamente.
- Esto es muy importante, - trató de decirlo de una manera más convincente y estricta. – Quieren que decidas tú mismo el proyecto.
Sonreí como de costumbre. En cada visita, Georg trató de obligarme a regresar a mi "patria", argumentando que era muy importante. Y cada vez lo fui rechazando. Primero refunfuñó. Luego él hacía la tarea, como un perfecto profesional. Estaba seguro a quién pondría al cargo de la nueva sucursal.
No quería pensar en regresar. No estaba listo todavía. Aun me sentía bien aquí. Especialmente en los últimos días, cuando una rubia divertida apareció en mi casa.
- ¿Cómo estás? - Georg pasó del informe empresarial a las preguntas personales. - ¿No has pensado de abandonar todavía en este desierto?
- No, - dije con seguridad. ¿Cómo podría dudar? Esto era un cielo en la tierra.
- ¿Estas sano?
- Mas que.
- ¿Aún no necesitas un teléfono vía satélite?
- No.
- Es una pena, porque te lo traje conmigo, por si acaso. Pienso te gustaría volver a los beneficios de la civilización, recordar que eres un líder de una multinacional, un hombre con dos estudios superiores y una buena educación.
- No tengo el menor deseo todavía de tomar de nuevo el rumbo.
- Lo sabía, - Georg negó con la cabeza con tristeza. - De nuevo tendré que mentirle al personal que tú te encuentras en un largo viaje de negocios.
- Miente. Cuanto menos sepan, mejor duermen. ¿Estás aquí por mucho tiempo? ¿Vas a almorzar conmigo?
- ¿No tengo muchas ganas de probar tu espeluznante brebaje? – Miró a la estufa con sospecha.
- Por supuesto. ¿Fue en vano recolectar agáricos de mosca y luego secarlos especialmente para ti? – sonreí.
Nos conocemos Georg y yo desde hace tanto tiempo que nuestra relación ha ido más allá del marco de jefe-subordinado. No solo era mi asistente, sino un amigo. Muy leal y paciente.
- Quizás me abstenga. Tengo planes para esta noche, así que volveré enseguida. - Levantó las manos, como disculpándose, pero no había ningún arrepentimiento en sus ojos. Definitivamente no quería probar la mezcla de agárico de mosca. Bueno, se lo pierda. Lisa cocinaba unos platos, con los que podría chuparse los dedos.
- ¿Quizás un poco de leche?
Se estremeció. No podía soportar la leche de cabra. Una vez le obligué a probarla. El pobre vomitó y después se enfermó. De verdad no sabía, que fuera alérgico y desde ese momento, Georg no volvió a tomar ni una gota de leche de cabra.
- ¿Qué hay de nuevo por aquí? - preguntó.
- Nada, - respondí como de costumbre, y luego me detuve en seco. ¡Él no sabía nada de Lisa! Pero a mí me parecía, que ella había estado aquí toda su vida, a mi lado. La chica se mezcló tan armoniosamente con mi vida que ni siquiera podía recordar cómo era esta vida sin ella.
En este momento disminuyó la alegría del encuentro, y algo desagradable, alarmante se agitó en mi pecho. Sin entender muy bien lo que era, fruncí el ceño, luego negué con la cabeza, disipando las sensaciones de ansiedad, y ya abrí la boca para contarle todo, pero no tuve tiempo. Se escucharon pasos rápidos.
Lisa subió rápidamente los escalones, entró en la casa e informó de inmediato:
- ¡La tarea está completa! La cabra eta alimentada y ordeñada ...
Luego se dio cuenta del nuevo personaje y se quedó en silencio. Se quedó paralizada, mirándome a mí, luego a Georg con sorpresa, y yo la miré y pensé en que bien le quedaba mi enorme camisa de cuadros. Ella estaba como una reina en ella. ¡La Diosa! Tuve que recordarme a mí mismo que no estábamos solos y me apresuré a recoger la baba, que amenazaba caer al suelo.
- Hola, - dijo Lisa, mirando con recelo a Georg.
- Buenos días, - mi asistente me miró con sorpresa, luego a la chica.
- Permitirme presentaros. Esta es Lisa, mi invitada ocasional, y este es Georg.
No dije que él era mi mano derecha. No pude. El diablo sabe por qué, simplemente no pude y eso es todo. En cambio, decidí seguir manteniendo la imagen de un tonto tosco, un leñador salvaje, cuya única diversión era agitar un hacha en medio del bosque y ordeñar una cabra. Incluso bajo tortura, no pude responder por qué lo hice. Porque era un tonto, supongo.
Georg frunció el ceño desconcertado, pero reaccionó al instante. No era de extrañar que le pagaba mucho dinero. Intuitivamente sintió lo que se requería de él y sobre la marcha captaba mi pensamiento.
- Es que vine aquí a ver a mi amigo y le traje provisiones, - dijo con cuidado, aún sin entender lo que estaba pasando aquí.
Lisa asintió y me miró con impotencia. No había alegría en sus ojos, solo una especie de susto infantil:
- ¿Ya? - Preguntó, y se le quebró la voz.
Maldita sea, todo dentro de mí fue interrumpido por este tono lastimero y triste.
Me miró como si hubiera ocurrido el fin del mundo: los cielos se derrumbaron y toda su vida se fue cuesta abajo. Y entonces, de repente, me di cuenta de que este era el final de nuestra historia, que Lisa estaba a punto de irse. Para siempre. Y nunca regresaría. No habría nada más.
Lisa.
Parece que todo era correcto, sabía desde el principio qué tipo de final tendría nuestra historia y estaba preparada para ello o, me parecía que estaba. Como dice el refrán, fue bonito mientras duró. Teníamos que separarnos, porque en nuestra vida habitual, no habría lugar para nosotros, pero ¿por qué estaba tan retorcida por dentro, que no podía respirar?
"Estúpida. Tienes que estar feliz. Ahora Georg te llevará a la gasolinera más cercana, llenarás la gasolina y regresarás a casa". – Me estaba convenciendo a mí misma.
Pero lo más difícil para mí fue que sentí cómo Igor se alejaba, queriendo ocultar nuestra relación delante de su amigo, aunque yo estaba lista para gritar mi amor por él al mundo entero.
- Tu salvador ha llegado, - dijo sonriendo. - El auto de Lisa se paró en la carretera cerca de aquí. Tuve que albergarla antes de tu llegada.
- No hay problema. Te llevaré a donde tú digas, Lisa, - respondió su amigo.
- ¿Iré a recoger mis cosas entonces? – exprimí de mí estas palabras, tratando de parecer tranquila.
No importa cuánto intentara ocultar mis sentimientos, me veía completamente infeliz. Entré en mi habitación, miré al sofá roto. No esperaba que todo terminara así de inmediato, sin la preparación psicológica adecuada. Esa felicidad fue muy poca para mí. Había muy poco de la pasión salvaje que me cubría en sus manos, había muy poco amor, muy poco de todo.
Con una velocidad febril, comencé a recoger mis cosas, conteniéndome con las últimas fuerzas para no gritar de dolor, que aumentaba con cada segundo que pasaba. Subí la cremallera de mi bolsa de viaje, tomé mi bolso y salí al pasillo, ahora no tenía nada más aquí.
- Estoy lista.
- Que rápido, - refunfuñó Igor.
- ¿Para qué estirar el tiempo? - traté de sonreír, - no tienen sentido las largas despedidas. Gracias por el refugio. Te estoy muy agradecida por eso. Fueron días maravillosos ... y ... te pediré prestada esta camisa como compensación por la falda arruinada.
Quería que me mirara a los ojos, pero Igor los apartó diligentemente.
- No digas tonterías. Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo. No dejar a una dama en problemas, sobre todo tan encantadora, - dijo, y de repente me invadió la sensación de que con cada palabra que decía nos alejábamos un kilómetro y todo alrededor se estaba enfriando drásticamente.
Miré con disgusto a aquel por el cual había una total discordia en mi cabeza, y había un hueco en mi pecho y una sensación de desesperanza, que estaba creciendo lentamente.
Yo asentí con la cabeza y salí al porche, haciendo a un lado al feliz Peck, que por costumbre decidió lamerme las manos.
- Adiós, amigo peludo, - dije y lo acaricié por el lomo.
- Te llevaré, - escuché la voz de Igor. Él cogió de mis manos mi bolso de viaje.
Con estas palabras, parecía haber pronunciado la sentencia de muerte sobre "Nosotros". No habrá nada más. Nunca habrá nada. Pero hasta el último momento esperé a que me detuviera. ¿Para qué? No lo sabía, pero parecía que sería lo más correcto.
Pero Igor no me detuvo, ni siquiera intentó hablar en privado, para despedirse. No entendí eso, así que estaba enojada. "¿No siente nada, no es doloroso para él, puede dejarme ir así, realmente puede olvidarme mañana?" - Me atormentaba mientras caminábamos hacia mi auto.
Al ver mi Nissan convertido en un ventisquero en una semana, no pude contener las lágrimas. ¡No! No sentí pena por el auto, fue solo la última gota que colmó el vaso de mi resistencia.
- No te preocupes, lo limpiaremos ahora y luego Georg te arrastrará, - dijo, y volviéndose hacia su amigo le preguntó brevemente - ¿Lo arrastrarás?
Mientras tanto, Georg dio la vuelta al coche, comprobando si las ruedas estaban bien.
- Por supuesto. Hay unos veinte kilómetros hasta la gasolinera. - Se encogió de hombros con indiferencia. - Iré a por el coche, no está lejos de aquí.
- Bien, - asintió Igor.
Su amigo nos dejó solos, pero nuestra conversación nunca comenzó. Cada uno guardaba silencio, pensando sobre el suyo, ignorando diligentemente al otro. Bueno, vamos. De esta manera era más fácil separarme de él.
Pero no. No era más fácil. Mi corazón estaba tan triste que las palabras no podían expresarlo. Por extraño que pareciera, quería que Georg volviera pronto, llevara mi coche a remolque y me alejara de Igor lo más pronto posible. Porque no podría aguantar más.
Cinco minutos después, se escuchó el rugido del motor y luego un viejo Jeep de color verde apareció a la vuelta de la esquina. Cuando entré en el auto, Igor de repente se acercó resueltamente y golpeó impetuosamente la ventanilla.
- ¿Sí, Igor? – pregunté, esperando que me detuviera después de todo.
- Todo estará bien Lisa.
"¡Maldita sea! ¿Qué estará bien? ¿Qué está diciendo? ¿No siente nada en absoluto?" - pensé, le miré a los ojos, como si quisiera encontrar en ellos a otro Igor, que tanto me amaba hacía unas horas y no lo encontraba. No había emoción en su rostro, solo una máscara sin conmociones. Por lo tanto, juntando los restos de voluntad en un puño, dije con una sonrisa:
- Por supuesto, ¿cómo podría ser de otra manera?