Capítulo 2.

1728 Words
Lisa. - Boris, no entendí ... Aunque no. Entendí todo a la perfección, apenas vi su maleta abierta y su espalda con el abrigo en los hombros. Me di cuenta de que mi deseo de celebrar la Navidad y el Año Nuevo con mi familia se descarriló, y nuestro acuerdo no era más que una frase vacía. De nuevo. Esta no era la primera vez, pero esta fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia. - Lisa, este viaje es mi oportunidad. Luego iremos al tuyo. Tú misma sabes que quiero descansar tanto como tú ... - Pero tú eliges trabajar, no descansar conmigo, - terminé mi oración y esquivé un intento de besarme. - Apártate. - Lisa… lo siento, pero esto es más importante. - Para ti sí. Para mí no. Te darán ese puesto de todos modos. Deja de lado las tonterías que ya escuché cientos de veces sobre la competencia y el estado de ánimo cambiante del jefe. - ¡No más! Una vez te pedí, que te olvidaras del trabajo. ¡Una maldita vez! Y accediste a conocer a mis padres. Pero veo, que no te importó nada. - Lisa, sucedió así ... - No te preocupes por tu propia palabra, por mi familia y por mí. ¿¡Entonces!? ¿Para qué me pediste, que fuera a vivir contigo? - ¡Ya sabes! - Boris todavía estaba tratando de abrazarme. - Estamos muy bien. Cuando vuelvo, vamos a donde tú quieres. - ¡Fuera las manos! - mi paciencia no era ilimitada y el no entendía. - ¡Solicité específicamente dos semanas de vacaciones! Me prometiste celebrar las fiestas conmigo. ¿Entonces? - Entonces. Nos encontraremos, pero más tarde. - No necesito nada, me voy sola. A dónde vas tú, no me importa. Este año nuevo me reuniré con mi familia. En pijama, entre los que me quieren y aprecian. - ¡Lisa! Yo no tengo tiempo de explicarte lo importante que es para mí mi trabajo. Hablaremos cuando vuelva. – Dijo él con enojo. – Estas portándote como una niña y tienes treinta años.  Volé al pasillo, agarré mi bolso de viaje y frenéticamente comencé a recoger mis cosas. "Bueno, todavía no he traído muchas", - pensé, tratando de no llorar y abrí la puerta para dejar su apartamento. Él no me detuvo. Dejé la bolsa con mis cosas en el maletero de mi coche y me senté al volante. Grandes copos de nieve se arremolinaban en el cielo y caían en parabrisas. De nuevo me quedé sola. Tres años de relación y él no encontrara ni un momento para conocer a mis padres. Esto no era lo que debería haber sido el bullicio festivo, según mis ideas. Y lo que exactamente no debería tener - eran lágrimas. Y las tenía. En algún lugar profundo de mi interior, sentí que lo nuestro no funcionaría, pero esperaba hasta el último momento, cuando mi pequeño deseo tan simple, aparentemente, podría hacerse realidad. Anoche dormí mal entre llantos y lamentos, por eso la mañana siguiente me detuve cerca de la cafetería y entré para pedir café para llevar, porque el viaje hasta la casa de mis padres duraba unas cuatro horas. Me sacudí la nieve del cuello, miré la carta de los cafés detrás del mostrador y mis ojos se aferraron al gran cartel "Sorpresa para la Navidad". - Buenos días. ¿Qué va a pedir? Asentí con la cabeza al chico y estaba a punto de pronunciar mi orden habitual, latte, pero en ese momento su compañero sacó dos vasos para unos jóvenes y grito: - Dos de “Sorpresa”. La pareja estaba claramente feliz. Bebieron sus cafés con una pajita sin tocar el vaso, y luego, arrancaron los sobres y se mostraron el contenido uno a otro, se rieron y se besaron. Involuntariamente contemplé una felicidad tan simple. - Perdón, y si no es un secreto, ¿qué hay en los sobres? – pregunté al camarero. - La predicción de año nuevo, - sonrió. - Algo así como galletas japonesas, solo que tenemos café. - ¿Sí? ¿Y se hacen realidad? Probablemente una pregunta más estúpida era difícil de imaginar, pero el chico asintió con tanta confianza, que ordené una "Sorpresa" para mí. Alargué la mano para arrancar el sobre, pero el camarero negó con la cabeza y me explicó la secuencia correcta. Gracioso. Ninguna "secuencia" cambiará el texto preimpreso de la predicción, pero ahora cualquier tontería sonaba con un toque de magia e intriga. - Está bien, lo haré correctamente. El café sorprendentemente era agradable con una capa de crema batida y una pizca de colores brillantes en la parte superior. Lo succioné a través de la pajita, riéndome de mi propia estupidez y del deseo tonto de "jugar con el destino". - ¿Puedo verlo ahora? - Por supuesto. Saqué mi predicción del sobre y me reí, habiendo leído la típica banalidad: "Alguien cuenta ahora mismo con tu apoyo. No te niegues y el destino te responderá con el amor". Bueno, ¿qué más podría haber ahí? ¿La dirección y el código de una caja fuerte con un millón de dólares dentro? - Definitivamente volveré más tarde y diré si se hizo realidad o no, - arrugué la hoja de papel y la guardé en el bolsillo. - ¡Felices fiestas! – sonrió el camarero. - Sí, sí, y a ti también, - después de saludar al chico con un vaso, salí del establecimiento, riéndome de mí misma. Treinta años y sigo creyendo en los cuentos de hadas. Resoplando, bebí un sorbo, me puse al volante y coloqué el vaso en el portavasos. Al ver la llamada entrante en la pantalla del monitor, respondí: - Vayamos al grano. ¿Quieres pedirme algo? - pregunté y me agaché por la mitad de la risa cuando escuché la respuesta de mi compañera y amiga: - ¿Cómo lo adivinaste, Lisa? - No lo vas a creer. Entré en una cafetería, pedí un café con una predicción. En resumen: hoy no puedo rechazar a nadie, quien busque mi apoyo y ayuda. - ¿Sí? Entonces, vete a buscar las nietas del jefe al aeropuerto. Llegan para las vacaciones en dos horas y las llevas a su casa. Siento estropear un poco tus planes con Boris. - Alina, no pienses en Boris. Hoy decidió lamerle el culo a Logan, en lugar de acompañarme a casa de mis padres. Por lo tanto, el aeropuerto estará lejos de ser la peor opción para mí. - ¿Te has peleado con él? Nunca me gustó ese ganso. - Vamos a olvidarnos de él, por favor. No iba a estar sentada toda amargada, voy a ver mis padres yo sola. ¡Que se vaya al infierno, el ganso! – dije yo más bien para mí misma, que para mi amiga. Saqué la libreta y pregunté. – Dime a quien buscar y a donde llevarlas. Además, si el destino mismo lo insinúa. Quizás después de ese favor Barinov me convierta en la arquitecta jefe. - Como no, puedes esperar sentada, - se rio mi amiga. Con una hoja de cartón en la mano, me dirigí a la terminal por donde debían salir los que habían volado desde San Petersburgo. Levanté mi tablón con el logo incompleto de dulces más famosos: Ferrero Ro. Faltaba “cher”, pero Alina me pidió que no me volviera loca y me limitara a esa inscripción. Un minuto después, a mi lado aparecieran dos jóvenes con toneladas de maquillaje brillante, una con rastas, otra con piercing en la nariz, que convertía a una niña bonita en un toro. Nunca hubiera pensado que nuestro jefe tuviera unas nietas como estas. Me presenté y les expliqué que ahora las llevaría a la casa de su abuelo. Durante todo el viaje las chicas discutían sobre algo, se quitaban los teléfonos la una a la otra y gritaban histéricamente en cada oportunidad, de modo que incluso me dio un dolor de cabeza. Tenía muchas ganas de inyectar a cada una de ellas una dosis decente de tranquilizante, y miré por el retrovisor, eligiendo quien sería la primera. La del piercing era la más tranquila, pero su amiga con mechones de color rosa ácido claramente estaba pidiendo una dosis doble. Solo cuando las dejé en los brazos de su abuela, pude respirar con calma y escuchar el silencio. Miré el reloj. Tardé mucho y no me daría tiempo para ir a un super grande para comprar cosas para mis padres. “No pasa nada, pararé en alguna tienda pequeña por el camino.”- pensé y arranqué el coche. - ¡Maldita sea! - golpeé el volante una, dos, tres veces, mirando impotente como la aguja del indicador de combustible se acercaba inexorablemente a cero. ¿Como era posible? ¡Por qué acabo de dar vuelta aquí! Estaba claro, miré al navegador y quise recortar el camino, pero no conté con la gasolina. Entonces, ¿qué hago ahora? Estaba oscureciendo, o me parecía, porque había un denso bosque alrededor, aunque eran solo las dos de la tarde. Este camino angosto y olvidado atravesaba este bosque y hasta la ciudad más cercana había unos veinte kilómetros y la misma distancia de vuelta hasta la carretera principal. Estaba justo en el medio y me quedé sin gasolina. El coche dio una sacudida, resopló y empezó a reducir la velocidad, y luego se detuvo por completo. - ¡Brillante! Inclinándome hacia adelante, miré a mi alrededor a través del parabrisas. Gruesa, lúgubre, la nieve cubría la carretera desde todos los lados. Los árboles muy altos proyectaban sombras largas y siniestras, no se podía ver el cielo desde el automóvil. Respiré hondo, cogí mi bolso del asiento de al lado, saqué mi teléfono del bolsillo y traté de encenderlo. - ¿Seriamente? - grité con una voz de loca, cuando mi teléfono chilló bajo y se apagó. – ¡¿Lo que faltaba?! ¿¿¿Ahora??? Ya no era nada gracioso. ¿Qué tenía que hacer? Atascada Dios sabe dónde, sin gasolina, sin conexión con el resto del mundo. No se sabe cuándo aparecerá otro automóvil aquí, tal vez en una hora o tal vez en una semana. "No, si nadie hubiera conducido por este camino, nadie lo habría limpiado". - Me consolé a mí misma.
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