Con maletas en mano, sudor en la frente y dolor en las piernas, todo el grupo comenzó a subir por una trocha empinada. De lado izquierdo estaba el bosque, lomas y lomas llenas de hojas secas, cantos de pájaros, sapos, grillos y otros animales. Todo lo contrario, a lo que su vista mostraba de lado derecho; un imponente paisaje de la ciudad a lo lejos, la playa creando el infinito y mucho más cerca, el espeso bosque que los abrigaba e informaba lo lejos que, según ellos, estaban de la civilización. Pasaron unas cuatro horas para poder llegar a la finca. Una casona grande, de techos altos y muy bien conservada que les informaban que, aunque estuvieran muy lejos de todas las comodidades que podrían otorgarles la ciudad, allí también podrían vivir bien. Claro, para aquellos adolescentes todo