Mi mirada puesta al frente, en ella, en su rostro, en aquella pequeña sonrisa que de vez en cuando se le asomaba. Se ve distinta, ya no parece la misma, ha cambiado mucho.
La Silvia que conocí era extrovertida. En una reunión de amigos nunca se quedaba quieta, ella era el alma de la fiesta. En otros tiempos, Silvia estaría riendo a carcajadas con ese grupo de jóvenes. Pero ahora, estaba quieta, tranquila. Cuando los otros reían a grandes voces, ella solo sonreía minúsculamente.
¿Qué había pasado con mi caramelito? ¿Por qué de pronto dejó de ser esa joven divertida, alegre y carismática que la caracterizaba? ¿Acaso la maternidad le borró todas esas cualidades?
Verla sonreír de la forma que sonreía antes me gustaba, amaba verla tan feliz, siendo tan ella. Aunque creía que quería cambiarla, yo adoraba su personalidad, me encantaba toda ella.
Mis puños se aprietan al momento que la veo salir al centro de la pista con ese tipo. Tengo ganas de levantarme e ir hasta ellos, pero recuerdo que a mi lado está Lara y dejo salir la ira en el aire que expulso.
Continúo con la mirada puesta en ella, estoy sordo a todo lo que hablan mis padres con los Mohamed, hasta de lo que Lara me pregunta. Solo cuando dice que iría al baño con mis hermanas escucho.
Se despide con un corto beso, pido que tenga cuidado, y cuando desaparece me levanto—. Arvid —pronuncia mi padre al verme levantar.
—Ya vuelvo.
Sin decir más arreglo mi traje y voy hacia el centro de la pista. Camino firmemente con la mirada puesta en esa delgada figura y esa espalda brillante. Me detengo muy cerca. Al escuchar mi voz puedo ver su reacción, aunque trata de no mostrar impresión, es tarde porque ya lo he notado.
Cuando se gira, al momento que su mirada se conecta con la mía, choques de electricidad salpican por todas mis venas, elevando el ritmo de mi corazón como hace mucho no lo hacía.
No me importa nada, ni quien nos vea o critique, solo quiero tenerla cerca de mí, bailar como hace años atrás lo hicimos, en este mismo lugar, a esta misma hora y sintiendo esto que estoy sintiendo; unas infinitas ganas de besarla.
He perdido la noción, no sé por qué carajos la estoy apretando de esta forma, sobre todo, por qué acerqué el rostro para besarla. Si ella no hubiera girado el suyo, creo que la hubiera besado sin importarme que todos nos vieran.
Expulsando cualquier sensación que provoca en mí esta cercanía, decido preguntar por lo que he venido. Si estoy aquí es porque quiero que me diga si son míos. Si sus hijos son también mis hijos.
No me da la respuesta que quiero escuchar, incluso se atreve a inventar que estaba con alguien más y que por eso me rechazó, eso solo hace que me enoje más con ella. Por mentirosa, porque sé que fui su primer todo, que antes ni estando conmigo no hubo nadie. Ella demostraba amarme, cuando estábamos juntos la sentía tan mía, ni siquiera tenía tiempo para mirar a nadie.
Aprovecho que estamos en el centro de todos, que las personas bailan a nuestro alrededor cubriéndonos de la mirada de los que están sentados, le tomo de la mano y la saco de ahí, la llevo hacia una parte oscura. Se suelta y refuta— ¿Qué carajos crees que haces?
Voy hacia ella, me detengo muy cerca, saco una de las fotografías que guardé y se la muestro—. ¿Ves esto? Soy yo cuando tenía la edad de ellos. ¿Notas el parecido?
Su mirada puesta en la fotografía no muestra nada, es como que no le sorprende el parecido—. Eso no quiere decir que sean tuyos —intenta irse, la detengo del codo y la arrimo a la pared. Apoya sus manos en mi pecho, trata de empujarme porque estoy muy afirmado a ella.
—Silvia Lenfevre, mírame a los ojos —exijo. Levanta sus grandes pestanas, me mira con esos preciosos ojos cautivadores—. Dime mirándome a la cara que los hijos que tienes no son míos.
No dice nada, solo me mira fijamente, al igual que yo. Voy acercando mi rostro, cuando rozo su nariz, ella aparta su mirada y gira la cara dejándome en blanco. Inhalo profundo y musito.
—Te estoy dando la oportunidad de decirme la verdad...
—No lo sé —dice sobre bajo y con la voz quebrada. Me alejo un poco para mirarla, tiene los ojos llorosos. ¿Por qué quiere llorar? —No sé si son tuyos —dice ya llorando.
—¿Cómo que no lo sabes? —me acerco, le limpio las lágrimas que ruedan por sus mejillas, deslizo mi dedo por sus labios temblorosos.
—No lo sé—vuelve a decir. Estoy por abrazarla para que deje de llorar cuando escucho que pronuncian mi nombre.
—Arvid —miro en esa dirección, quien me llama es mi hermana. Cuando regreso la mirada a Silvia, ella se va, intento detenerla, pero Norma agarra mi brazo y masculle—. ¿Qué haces con esa zorra aquí? —aprieto los dientes cuando escucho como se refiere a Silvia—. No puedo creer que prefieras dejar abandonada a tu esposa para venirte a ver a escondida con la perra que te rechazó delante de toda tu familia. ¿Ya olvidaste eso? ¿Olvidaste cómo se largó dejándote de rodillas? Eres un imbécil al seguir detrás de esa mugrienta teniendo a tu esposa...
—¡No es tu problema!
Me suelto de ella y voy a buscar a Silvia. Ella estaba llorando, llorando porque decía no saber si el padre de sus hijos era yo. Y no era llanto fingido, porque conocía muy bien a mi caramelito y ella no era de llorar. Era tan orgullosa que mostrarse frágil delante de mí o los demás era lo último que haría. Tenía que ser algo fuerte para que se derrumbara de esa forma.
Mi Silvi no lloraba por pequeñeces, ella no lloraría solo porque le preguntara eso. Tenía que haber algo más, algo que me ocultaba, y yo iba a descubrirlo.
Estoy parado como un faro girando mis ojos de un lado a otro a ver si la veo, no obstante, no aparece por ningún lado. A quien veo acercarse es a Lara, trae los ojos iluminados y antes de que se acerque suelto un suspiro.
—Quiero irme.
Sin decir más se va en dirección al coche. Doy una última mirada a la multitud por si Silvia está ahí, sin embargo, no la veo. Decido seguir a Lara. Debe estar muy enojada, explicaciones para darle no tengo.
Entrando al coche empieza a llorar y a reprochar lo que he hecho, como la he dejado en vergüenza delante de mi familia. Llevo la mirada perdida en el frente, ignorando sus reproches, concentrado en busca de Silvia.
—¿No vas a decir nada? —me remece del brazo.
—Lo siento. Pero hay cosas que debo hablar con ella.
—¿Qué cosas? ¿Qué puede ser más importante que yo?
“Mis hijos”
Me mantuve en silencio el resto del camino, sin darle una respuesta porque aún no la tenía clara. Debía estar seguro de estas dudas que me carcomían, sobre todo, por qué Silvia decía no saberlo.
Que ella me hay engañado no era posible, estoy seguro de que nunca lo hizo.
Que estuviera con alguien más tiempo después que terminamos, puede que sí. Aunque esto también lo dudo, porque ella no es el tipo de mujer que hoy culmina una relación y mañana empieza con otra. Ella no es muy fácil, mi pequeña es una mujer complicada.
Llegando a casa me quedo con las manos alrededor del volante esperando que Lara se calme y baje—. ¿Vas a dejarme sola para irte con esa mujer?
—Tengo que volver por mis padres.
Ella sonríe forzadamente, procede a bajar y se adentra a la mansión a toda prisa. Cerrando los ojos, suelto un gran suspiro, enciendo la maquina y voy hacia el pueblo, antes de llegar me desvió a la hacienda de los Mohamed, no ingreso a esta, voy hacia el pequeño caserío donde se encuentran la casa de los empleados de los Mohamed. Al llegar a la de Silvia encuentro a unas personas bebiendo fuera, entre ellos están los tíos de Silvia.
—¿Que busca aquí, señor Mehmet?
—Necesito hablar con Silvia...
—Ella no está aquí.
Siento que me está mintiendo, porque uno de los hombres con los que está bebiendo es el mismo con el que bailó Silvia. Si ese hombre está aquí, es porque ella también está.
—Es mejor que se retire, señor Mehmet, la noche está muy oscura, los bosques a esta hora son peligrosos.
Mas que un concejo suena como advertencia. Sé que no le agrado, fue el primero que se opuso cuando pedí la mano de Silvia para convertirla en mi novia. Dijo que terminaría lastimando el corazón de su sobrina, y fue ella que destrozó el mío.
Se que no saldrá, y si me quedo un minuto más esos borrachos me harán problema. Para evitar cualquier inconveniente decido irme, aún tengo tiempo para buscarla mañana en la mañana, porque saldré al medio día del pueblo.
Silvia tiene que darme muchas explicaciones, no puedo irme con todas estas dudas, tengo que saber la verdad, el motivo que la lleva a dudar de que sean míos.
Como la hacienda Mohamed está cerca del pueblo llego pronto, recojo a mis padres y hermanas. Todos suben en silencio, sé que mis padres quieren decirme algo, pero prefieren callar hasta llegar a casa, o tal vez hasta que amanezca.
Todos ingresamos, espero que me digan algo. Me recriminen por haberme perdido con Silvia, no obstante, mis padres se van a su habitación, sé que no es porque no tengan nada que decir, si no que, prefieren dejarlo para el momento adecuado.
Me quedo en la sala unos minutos, tiempo después voy a la habitación, encuentro a Lara ya dormida. Camino despacio hasta el vestidor, despojo mis prendas sin dejar de pensar en sus ojos llorosos.
¿Por qué lloró? ¿Por qué esa duda?
Siento que hasta mañana mi cabeza se partirá en dos.
Ya cambiado con el pijama me acuesto, poso la mirada en el tejado. Pienso en ella, en sus hijos, en la mujer a mi lado, y en lo que deseo y quiero.
No sé en qué hora me dormí, lo que sí sé es que, soy el primero en levantarme. Creo que son pasada las siete de la mañana. Voy al vestidor, me coloco un calentador y una camiseta negra, salgo de prisa de la habitación y voy hacia la cochera.
Pretendo hablar con Silvia, sé que a esta hora ya están despiertos, pero cuando llego ella ya no está—. ¿Qué quiere de mi hija, señor Mehmet? Hasta donde sé, usted tiene una esposa ¿Por qué busca a mi Silvi?
—Solo quiero saber la verdad.
—Los niños son hijos de mi hija, esa es la única verdad.
—Sabe que no pudo tenerlos sola ¿Cierto?
—Lo tuvo sola. No necesitó de nadie. Ni ellos necesitan de un padre...
—Todos necesitamos un padre, no se nos puede negar ese derecho, más cuando estamos dispuestos a cumplir con nuestra responsabilidad.
—Mi hija ya no está en el pueblo, se marchó.
—Señora, no me mienta.
—No le estoy mintiendo, si gusta, pase a buscarla. Pero le digo que no la encontrará. Silvia abandonó el pueblo apenas rayó el día.
Ganas por entrar y buscarla no me faltaban, pero no era apropiado invadir la vivienda de alguien más.
Lo que hice fue, ir hasta el helipuerto, averiguar si Silvia había abordado un helicóptero y me confirmaron que sí, que muy temprano se marchó.
Joder Silvia, como pudiste irte sin darme repuestas. ¿Qué es lo que escondes? ¿Qué es lo que no quieres que sepa?
Llego a casa y encuentro a mi padre en el salón, me pide que le acompañe al despacho, estando ahí me pide que me siente.
—Sabes, en el pasado tuve una relación similar a la tuya. Cuando mi padre vino por mí, me fui del pueblo prometiéndole a tu madre que volvería por ella cuando cumpliera la mayoría de edad. Pero estando en la ciudad, más aún, lejos de mi país olvidé mi promesa. Conocí una mujer con la que pensaba casarme, estaba convencido de que era la mujer que deseaba tener a mi lado para toda la vida, pero cuando tu madre apareció de nuevo en mi vida, lo que creía solo era espejismo —hizo una pausa—. Te pregunto ¿Qué es lo que sientes?
—Padre...
—Arvid, la verdad.
—Solo quiero saber si sus hijos son míos.
—¿Y qué vas a hacer si resultan ser tuyos?
—¿Que voy a hacer? A hacerme responsable, cumplir con mi paternidad.