Llega la noche, pero no la calma para la señora Estela, quien sigue en cama, atendida como una reina por su rival… «¿Cuánto tiempo más tendré que depender de esa zorra?». «Tantos años trabajando como mula para Jaime y sus hijos han de valerme, al menos, el derecho a una enfermera de verdad…». «¡Sí! Eso haré: le exigiré una cuidadora a Jaime, con tal de ya no lidiar con la tal Esmeralda esa. Nunca le he pedido ropa costosa o joyas, así que no podrá rehusarse…». En eso, la puerta se abre y arriba inesperado “visitante”. —¿Hasta ahora regresas a casa? —la inválida se exalta en reproches—. ¿Dónde están los chicos? Jaime se quita el saco y lo guarda en el clóset con toda tranquilidad. No tiene ninguna prisa en contestar. —Descuida, están terminando de cenar allá abajo —responde mientras s