«¿Dónde estoy? ¿Cómo vine a parar aquí? ¿En qué momento llegué?». Como sucede con toda alma que recién despierta al otro lado del velo, los pensamientos de Estela son asediados por un tumulto de confusiones y enigmas. Trata de moverse para buscar aclaraciones, pero sus extremidades no responden; o más bien… «¿No tengo… cuerpo? ¿En dónde lo habré dejado extraviado?». No obstante, contradictoriamente a sus falta de sensaciones, le sobreviene una espantosa jaqueca, una oleada de memorias que por poco la noquean… «Ya recuerdo. Descubrí que la supuesta santa en la que había puesto toda mi fe no es más que mi peor enemiga. No hay cosa más horrenda que enterarse que no existe más verdad que la que mata…». «Por eso preferí matarme yo misma antes de que alguien más lo hiciera…». Una gran lumino